Viajó desde Argentina a Perú en moto, quedó varado en el desierto y un «alma solidaria» lo ayudó
Flavio Magaña atravesó la selva colombiana en dos ruedas y quedó varado en Perú, en medio de la ruta que atraviesa las líneas de Nazca.
En medio del desierto peruano, el calor parecía derretir el horizonte. Flavio venía de días intensos, atravesando rutas complicadas y pueblos pequeños cuando se encontró en una encrucijada. Su moto había comenzado a fallar. Intentó repararla en un taller, pero, sin éxito, quedó inutilizable. «Sigan chicos, que tienen que llegar al encuentro de moteros«, les dijo a sus compañeros mientras pensaba en una solución. Empezó a mandar mensajes de ayuda en los grupos de motoviajeros, hasta que finalmente, «un alma solidaria» le dio la respuesta que necesitaba.
Flavio Magaña es un «motero» oriundo de San Rafael Mendoza. A sus 61 años acumula en sus vivencias miles de kilómetros recorridos, aventuras compartidas y un sinfín de historias. Recorrió América Latina en moto varias veces. Así hizo amigos con los que comparte rutas hasta el día de hoy.
Una de sus grandes travesías sucedió en 2019, cuando emprendió viaje con otros cinco argentinos desde Chile hasta Colombia. Fue en Perú, en un tramo desolado del desierto, donde su moto falló, pero no así el compañerismo que le regaló el motociclismo.
La travesía tenía un destino especial: el encuentro de motos Harley Davidson en Cusco, Perú. Flavio ya había estado en Machu Picchu en otro viaje, pero esta vez lo movía la promesa de reencontrarse con amigos de ruta y compartir la pasión que los une.

El viaje comenzó como muchos otros: con un mapa, una moto y la ilusión de conquistar paisajes nuevos. Flavio y sus compañeros de ruta cruzaron la cordillera para llegar a Chile, de allí a Perú, luego Ecuador, Colombia y más allá.
Pasó por Medellín, una ciudad con un paisaje donde la selva se cierra a los costados y famosa por su historia, que los recibió con un aire cálido y un toque de misterio. Flavio recuerda haber sentido el peso de las historias que aún se cuentan sobre Pablo Escobar, especialmente al recorrer zonas que alguna vez fueron su territorio.
También visitó el caribe latinoamericano, Cali, Cartagena de Indias, San Andrés y hasta el enigma de la selva de La Guajira colombiana, para luego bajar por la Ruta del Sol que los recibió con paisajes de postal. Esta vía, que conecta Lima con Cusco, es un recorrido impresionante, con montañas imponentes, valles y pequeñas aldeas llenas de historia.
En ese lugar se toparon con la primera sorpresa. “Nos equivocamos en un tramo y terminamos metidos en la zona donde operaba Pablo Escobar Gaviria. Fue una locura. Casas custodiadas por militares, bolsas de arena, armas…”, recuerda.

Atravesar la selva colombiana fue como cruzar el escenario de una película de acción. La ruta se plantaba entre una densa vegetación. Flavio recuerda cómo los puentes estaban vigilados.
Aquel día, las tensiones parecían haberse detenido: había habido un cese al fuego entre las FARC y el Gobierno que había calmado temporalmente el ambiente. “Tuvimos suerte. Pasar por ahí en otro momento habría sido imposible”, reflexiona.
De vuelta en Ecuador, atravesaron Montañita que lo sorprendió con su vibra relajada y sus playas interminables. Comparaba este pequeño rincón costero con Katmandú.
Llegaron a Lima y después, camino a Cusco, se encontraron con Nasca. La inmensidad del paisaje árido parecía devorar todo a su paso, y las famosas Líneas de Nasca, abrían sus interrogantes a cada persona que pasaba por ese lugar.
Se trata de uno de los mayores enigmas arqueológicos del mundo. Flavio junto a sus amigos atravesaba estas gigantescas figuras geométricas con formas abstractas que fueron trazadas hace más de 1500 años por la cultura Nasca. A simple vista, desde el suelo, parecían simples surcos en la arena, sin embargo, el motero recordaba como desde el aire su diseño impresiona a todos.

Entre el aire cálido y las sorprendentes vistas, la moto de Flavio comenzó a fallar, y el paisaje se volvió tan desolador como la incertidumbre que sentía. «Me empezó a fallar la nafta y había mucha falta de combustible».
Con la moto a cuestas, llegó a «un pueblito increíble». El único problema era que no había talleres de moto para arreglar su moto. «Llegué a uno chiquito y el mecánico sacó la bomba de aceite hidráulica de mi moto, cuando la quiso poner, me quede a pata«, relata el motero.
«Sigan chicos, que tienen que llegar al encuentro«, le dijo a sus compañeros. «No podían perderse el encuentro por mi problema. Un amigo argentino decidió quedarse conmigo».
En un acto de resiliencia, Flavio acudió a lo que mejor define a los moteros: la comunidad. Mandó mensajes a todos los grupos de motoviajeros que conocía, pidiendo ayuda. Fue entonces cuando apareció Beto, un gobernador de una provincia entre Cusco y Nasca.
“Este hombre, que no me conocía de nada, decidió ayudarme. Me envió un camión desde 400 kilómetros de distancia para cargar mi moto y llevarla a Lima, donde había talleres oficiales de KTM, mi moto. Fue increíble. Un camión gigante solo para mi moto», Flavio no podía creer lo que veían sus ojos.

En Lima fue reparada y pudo retomar el viaje. “Llegué a Cusco a tiempo para el encuentro. Cumplí el objetivo, pero lo que más me marcó fue la generosidad de esa gente. Encontré un alma solidaria en el desierto, nunca me voy a olvidar».
La experiencia de Flavio no se limita a este episodio. Durante el viaje, vivió momentos que combinan adrenalina y humanidad. En la selva colombiana, vio cómo las rutas eran custodiadas por militares y en las playas ecuatorianas sintió la libertad de Montañita, un lugar que compara con Katmandú por su ambiente relajado.
Flavio habla con pasión de lo que hace latir su corazón. Además, se considera «motero de alma» y se diferencia con los motoqueros. «Nosotros hacemos del viaje en sí nuestra razón de ser. Movernos por las rutas y conocer lugares es lo que nos gusta».
Al regresar a casa, Flavio no solo trajo consigo el recuerdo de haber cumplido con el encuentro en Cusco. También se llevó la certeza de que la solidaridad trasciende fronteras y que las amistades viajeras perduran en el tiempo.
En el 2024 unos amigos que hizo en Lima llegaron a su casa para visitarlo. En diciembre, se reunió también con un grupo de amigos moteros en Merlo, San Luis, para festejar nueve años del primer viaje a Machu Picchu que realizaron.
«Somos amigos de rutas y justo teníamos el aniversario. Nos juntamos todos esos amigos para festejar cuando llegó Leandro con un muchacho que se había quedado varado en la ruta. Lo invitamos a comer con nosotros y después se fue», relata.
Estas son algunas de las anécdotas que demuestran cómo los moteros, unidos por la pasión y la aventura, se convierten en una gran familia.
En medio del desierto peruano, el calor parecía derretir el horizonte. Flavio venía de días intensos, atravesando rutas complicadas y pueblos pequeños cuando se encontró en una encrucijada. Su moto había comenzado a fallar. Intentó repararla en un taller, pero, sin éxito, quedó inutilizable. "Sigan chicos, que tienen que llegar al encuentro de moteros", les dijo a sus compañeros mientras pensaba en una solución. Empezó a mandar mensajes de ayuda en los grupos de motoviajeros, hasta que finalmente, "un alma solidaria" le dio la respuesta que necesitaba.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios