Dejó atrás el apellido de un padre ausente: la Justicia de Río Negro reconoció su historia de vida

La Justicia de Familia de Luis Beltrán autorizó a un joven a quitarse el apellido de su padre ausente. Ahora se llama como su madre, quien fue su sostén y guía.

Durante toda su vida, llevó un apellido que no sentía propio. Un nombre que lo ligaba a una figura ausente, a un lazo de sangre sin afecto, sin presencia, sin historia compartida. Hoy, tras un proceso judicial que exploró su verdad personal y emocional, la Justicia de Río Negro le dio la razón: podrá dejar de llamarse como su padre y usar otro apellido, el de quien realmente lo crió, lo cuidó y le dio identidad: su madre.

La decisión fue dictada por la jueza -sustituta- Carolina Pérez Carrera en la localidad de Luis Beltrán, en Río Negro. El expediente, tramitado en el fuero de familia, marca un nuevo precedente en el reconocimiento de la identidad dinámica de las personas: esa que se construye día a día, no por imposiciones legales, sino por los vínculos reales.


Una historia de ausencia y pertenencia


El joven nació en la ciudad de Choele Choel. Desde pequeño, según relató en su demanda, la figura de su padre fue prácticamente inexistente. Sin afecto, sin visitas, sin llamadas. Mientras tanto, su madre se encargó sola del hogar y de la crianza de sus hijos.

Con los años, él fue adoptando en su entorno social y familiar el apellido materno. Así se identificaban sus hermanos, así lo conocían en su comunidad. “Desde niño me reconozco con ese apellido, el de mi mamá. Nunca tuve un vínculo con mi padre”, expresó en el expediente.


Un nombre que abriga y representa


Lo que parecía una simple modificación administrativa es, en verdad, una reparación emocional. Contó que está a punto de terminar su carrera universitaria y desea que su título —símbolo de esfuerzo y de futuro— lleve el apellido que honra a quien siempre estuvo: su madre.

Una pericia psicopedagógica forense, incorporada a la causa, confirmó ese deseo profundo. La profesional concluyó que “no presenta trastornos psicológicos que interfieran con su decisión” y que el cambio de apellido es una manifestación genuina de su identidad. Además, sostuvo que ese acto contribuiría “a su bienestar emocional y a una mejor adaptación social”.


El derecho a un nombre que refleje la identidad


La jueza Pérez Carrera analizó con detalle el marco legal. Explicó que, aunque el nombre es un atributo jurídico estable, existen razones legítimas para autorizar su cambio cuando hay afectación emocional o psíquica, tal como lo prevé el artículo 69 del Código Civil y Comercial.

“La identidad no es solo estática, sino también dinámica —sostuvo en su fallo—. Se construye con los hechos de vida, con los vínculos reales, con los afectos y la pertenencia”. Citó doctrina, jurisprudencia y a la Corte Interamericana de Derechos Humanos para fundamentar su decisión.


El apellido como símbolo de familia


Un punto determinante en el fallo fue la aplicación analógica del principio del “apellido de familia”, que plantea que los hermanos deben compartir el mismo nombre. En este caso, el joven ya tenía un hermano, también hijo de madre y padre, que llevaba el apellido materno. La jueza entendió que reforzar ese vínculo fraterno también era una forma de amparo emocional y social.

Nadie se opuso al pedido. Ni el Ministerio Público Fiscal ni la Dirección General del Registro Civil de Río Negro. Tampoco hubo objeciones tras la publicación de los edictos correspondientes.


Una sentencia que reconoce una realidad existencial


La resolución judicial dispone la rectificación de la partida de nacimiento del demandante, quien en adelante se llamará como siempre quiso. Aclara que esta decisión no afecta los derechos ni deberes del vínculo filiatorio con su padre biológico: “La decisión no borra la filiación, pero sí reconoce la identidad que el joven construyó”, señaló la magistrada.


Llamarse como uno elige


El fallo no sólo responde a una solicitud administrativa: reconoce una historia, una carencia, una elección. Agustín no quiso borrar el pasado, pero sí tomar las riendas de su nombre. Su apellido ya no será el de un padre ausente, sino el de una madre presente. Esa que estuvo en cada paso, en cada esfuerzo, en cada logro. Esa que, desde ahora, también lo nombra.