El caso Ávalos, reconstruido: qué pasó la noche de la desaparición según la justicia federal de Neuquén
El boliche donde fue visto por última vez tenía un sistema de seguridad aceitado, que incluía comunicación y cámaras. Los antecedentes de violencia y la golpiza.
Caminaron por Illia hasta Primeros Pobladores. Entraron a «Las Palmas» (en ese momento había reabierto como «El Fuerte») y uno de los chicos pidió pasar gratis, porque había sido su cumpleaños en la semana. Le contestaron que eso tenía vigencia hasta las 3, así que tuvieron que pagar la entrada. Eran cinco en la puerta del boliche: Sergio Ávalos, Damián Sambueza, Diego Baigorria y los hermanos Pedro y Daniel Nahuelpán.
Hay una imagen, que según la pericia de la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA), registra el momento del ingreso del grupo. Por las características antropométricas, aseguró la fuerza federal, uno de ellos es Sergio de campera negra, tipo rompe vientos, y jeans gris claro. Son las 2:35 del 14 de junio de 2003.
El horario difiere del que recuerdan sus compañeros, posterior a las 3. Para el juez federal de Neuquén, Gustavo Villanueva, esto se debe a un retraso propio de las videograbadoras, ya que en las imágenes se ve la conversación con quien está del otro lado del mostrador. Fue cuando uno de ellos intentaba «caretear» la entrada.
El magistrado sumó dos datos más: el boliche esa noche extrañamente se quedó sin cinta y apenas conservó los primeros momentos de la madrugada, y nunca se pudo determinar qué tecnología utilizaba para la grabación de los VHS: «tampoco fue posible establecer marca y modelo del aparato que registraba las filmaciones, ni sus características técnicas».

Diego se lo encontró por última vez alrededor de las 06:30, mientras tomaba cerveza. Se fue porque pensó que todos sus compañeros se habían ido. Damián da un horario similar: a las 7.
Sergio estudiaba para ser contador público en la facultad de Economía. Vivía en la residencia universitaria de la UNCo, en Colonia Alemana 1300 de Neuquén capital. Era un muchacho «tranquilo, reservado, introvertido, responsable y respetuoso», dice el expediente. Ese fin de semana iba a viajar a ver a su familia a Picún Leufú. No había ninguna señal que hiciera prever su desaparición de forma voluntaria.
Hoy tendría 40 años.
Actuación ágil y decidida
Villanueva procesó esta semana a 19 personas: el dueño y el encargado del boliche, Patricio Sesnich y Pedro Nardanone, un puñado de empleados, además de los policías de Neuquén y miembros del Ejército (del Batallón de Ingenieros de Montaña 6) responsables de la seguridad.
Los acusó de la desaparición forzada del joven, ya que considera que guardan «un pacto de silencio» hace más de 20 años. Cuestionó a la justicia provincial, que investigó originalmente el caso junto a efectivos de la provincia, cuando eran los principales sospechosos.
El juez sostuvo que la organización de la seguridad en «El Fuerte» estaba aceitada: se comunicaban con handy «mediante los cuales se reportaban todo lo que ocurría en el interior y exterior» y se «había dispuesto la instalación de un sistema de cámaras que implicaban un detallado control de todos los movimientos del local».
En las declaraciones, los testigos se refieren a que había un «cuartito de seguridad» en cercanías de la puerta de ingreso que contaba con una salida independiente de esta, donde «eran agredidos física y verbalmente cuando acontecía alguna incidencia o inconvenientes durante la noche, ya sea entre clientes, o entre clientes y el personal que cumplía funciones de seguridad» práctica conocida por Nardanone y Sesnich.
Mencionó dos hechos de violencia previos a la desaparición. El primero en mayo de 2002 «una mujer fue brutalmente golpeada por el personal de seguridad de Las Palmas», y la muerte en el 2001 de un joven que cayó de cuatro metros de altura en el interior del boliche.
Consideró que no hay duda que se ocultaron o destruyeron las filmaciones que permitían observar lo que pasó en el local la madrugada del 14 de junio. Los empleados precisaron que había cámaras por todos lados (barras/cajas, taquilla, ingreso) y se miraban constantemente, de hecho hay una chica que regaló dos cervezas una noche y fue llamada al rato a la oficina donde le preguntaron qué había pasado. Querían descontarle el día.
Planteó que los testimonios relevados «permiten inferir que la intervención de la seguridad en conflictos internos se caracterizaba por una actuación ágil y decidida» cuya dinámica «implicaba la adopción de una serie de acciones que buscan controlar y prevenir que el conflicto escale, como la reducción e inmovilización de sus protagonistas y su veloz desplazamiento hacía el sector que funcionaba como oficina de seguridad/enfermería».
Después «eran expulsados por el pasillo o ‘túnel’ que daba a una puerta lindante a la principal: una vez afuera los dejaban sobre la acera o bien los entregaban esposados a la autoridad policial, según la trascendencia del altercado».

Trato directo
La distribución de la seguridad era la siguiente: «en la parte exterior dos efectivos uniformados, en la puerta de ingreso -antes de los cortinados que daban acceso a la pista central- dos o tres personas de seguridad al comienzo de la jornada para controlar a los clientes que ingresaban, entre ellos, uno femenino, y en el interior los restantes».
El personal policial y del Ejército ofrecía trabajo dentro del boliche a sus compañeros «sin datos documentales más que el simple trato directo con un referente que reclutaba».
El pago para quienes estaban en las barras, mantenimiento y limpieza era dinero en mano una vez finalizada la jornada laboral, o al terminar la semana. No estaban registrados ni tenían aportes.

Golpiza
Uno de los testigos de identidad protegida que declaró relató que ese día entre las 6:30 y las 7 «en el ingreso a uno de los baños había dos personas sujetando a otra, yo estaba a unos 3 metros, no más, que golpeaban a esa persona en la esquina de uno de los pasillos. Dos sujetaban y uno golpeaba».
Allí vio «a una persona semi agachada, entre otras dos la tenían con los brazos hacia atrás, sujetándoselos, y un tercero era el que golpeaba en la zona de los flancos, como en las costillas. Reconocí a uno de ellos que era quien me saludó en la entrada, y que antes que me retirara alrededor de las 8 y media me trajo una botella de champagne junto al grandote, y me dijo que era ‘cortesía de la casa’».
Uno de los agresores fue, según él, Pedro Sepúlveda, el sereno y que vivía en el predio del boliche. El mismo que después le convidó la bebida. Explicó «que la vestimenta de ese ese momento era distinta de aquella cuando golpeaban a ese muchacho».
La enfermera afirmó haber visto esa madrugada a una persona en el pasillo frente a la puerta de su sector «estaba sentada o arrodillada en el piso y rodeada por otros». «Creo que fue Carracedo (uno de los jefes de seguridad) que me dijo que no, que no tenía que salir», agregó.
Esa noche, además, hubo dos testigos que vieron cómo una persona que se retiraba tropezó, golpeó a un guardia y arrojó la caja donde estaban los tickets-vaso. Fue tomado por la seguridad y llevado al interior.
Ninguno de estos episodios quedó asentado en el reporte del servicio de policía adicional de esa noche que consignó que «no surgieron novedades de inconvenientes ni de personas privadas de la libertad entre la 1 y el cierre del sábado 14».
La camioneta en Tronador
Parte de la basura del boliche era recogida por el servicio municipal y la otra se acumulaba en tambores que estaban en el patio, en bolsas negras, que eran trasladadas por un utilitario ploteado con la publicidad de «Las Palmas/El Fuerte» y arrojadas en la calle Tronador al fondo.
Un empleado del EPAS que trabajaba en la planta manifestó que durante la semana del 16 al 22 de junio de 2003 vio durante dos días seguidos a la camioneta «circunstancia que le llamó la atención debido al horario, alrededor de las 07:00 AM, y la gran velocidad a la que se movilizaba». Habitualmente transitaba a la mañana, cerca de las 10.
El juez también aludió a que en 2005 una persona llamó al hospital Castro Rendón para contar que había estado con Sergio el 14 de junio: «Él estuvo bailando conmigo. No teníamos una relación de noviazgo, éramos solo conocidos, pero por culpa mía lo mataron… fue la gente que me cuida… soy dama de compañía y esa noche estuve con Sergio, y mi pareja parece que se puso celoso… me fui enseguida de Neuquén por miedo».
La información quedó en el parte diario de la guardia de adultos del hospital, a resguardo de la comisaría primera, «y cuando se intentó confrontar el documento se constató un salto de fojas y la ausencia de la anotación».
Desde la perspectiva de Villanueva «los incidentes» de esa madrugada: la golpiza de una persona en el baño, presencia de sangre en la enfermería, «una persona reducida en el sector denominado ‘El Túnel’, rodeada de la seguridad,» lo ocurrido con el ticket-vaso «permiten concluir que la seguridad -conformada por militares, policías y empleados- estuvo implicada e intervino en la desaparición de Sergio, y todos ellos -junto con otros empleados de mantenimiento, limpieza y administrativo que debieron conocer lo sucedido- se negaron a proporcionar información hasta la actualidad».
Caminaron por Illia hasta Primeros Pobladores. Entraron a "Las Palmas" (en ese momento había reabierto como "El Fuerte") y uno de los chicos pidió pasar gratis, porque había sido su cumpleaños en la semana. Le contestaron que eso tenía vigencia hasta las 3, así que tuvieron que pagar la entrada. Eran cinco en la puerta del boliche: Sergio Ávalos, Damián Sambueza, Diego Baigorria y los hermanos Pedro y Daniel Nahuelpán.
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