La cruzada contra la democracia y la libertad


¿Deberíamos pensar que estamos en el peor momento de la historia y que todo lo que hemos hecho en estos dos siglos no aportó nada? Parece una exageración y una injusticia.


Hace 40 años yo era un joven progresista que marchaba a favor de los derechos de las mujeres, pedía legalizar el aborto y cesar toda discriminación negativa por motivo de raza, color de piel, sexo, género o lo que fuera. Había gente -menos de la que hubiéramos querido- que acompañaba esta lucha y creía que un mundo con menos persecuciones, más respeto y tolerancia sería mejor para todos. Una lucha persistente hizo que varios de aquellos reclamos hayan sido resueltos: desde la legalización del divorcio hasta el matrimonio igualitario o la ley de Identidad de Género, muchos de los derechos reclamados hoy son una realidad tangible. Sin embargo, hoy -a la vez que vivimos la época en que más derechos y garantías efectivas existen- hay más gente que nunca que cree que vivimos oprimidos por un sistema atroz. ¿Qué hacer en esta situación?

El mundo perfecto no existe. Hace 200 años el 95% de la humanidad era extremadamente pobre, apenas sí lograba comer lo mínimo para sobrevivir un día más. Hoy, ese nivel de pobreza solo alcanza al 8% de la población mundial. Hemos bajado la miseria extrema del 95% al 8%, pero aun este último porcentaje incluye a unos 700.000.000 de personas que apenas sí tienen lo mínimo para sobrevivir.

¿Deberíamos pensar que estamos en el peor momento de la historia y que todo lo que hemos hecho en estos dos siglos no aportó nada? Me parece no solo una exageración, sino además una injusticia al valorar el enorme esfuerzo que las sociedades han realizado durante décadas para obtener estos logros positivos. El mundo mejora, pero no logra ser perfecto. En especial porque nunca nos pondríamos de acuerdo sobre qué sería la perfección.

Al ver esta distancia entre los muchos logros que la humanidad ha conseguido -vivimos en sociedades más civilizadas y prósperas que nunca antes- y el estado actual de disconformidad con la vida que llevamos me pregunté a qué se debe esto. En primer lugar interrogué a los actuales militantes por los derechos de las minorías. Y lo que descubrí es que ellos no creen que el mundo haya mejorado nada a pesar de haber conseguido casi todo lo que hemos conseguido.

Los actuales militantes de los movimientos feministas y Lgtbi no son los continuadores de los que militábamos por los derechos civiles. No los son aunque a veces reivindiquen a esas luchas como un antecedente de las actuales. Hoy el tema es radicalmente otro: los nuevos movimientos sociales creen que “el sistema” es en sí perverso. Dentro del “sistema” está incluido el pensamiento racional y hasta la idea de debatir, incluso de “aprender”.

El actual feminismo considera que la mujer es siempre una víctima del sistema -y considera a su vez que el “sistema” es patriarcal, machista, homofóbico, blanco, procapitalista, liberal, masculino, gordofóbico-. Por eso la única forma de terminar con esa opresión total en la que vive la mujer es una revolución radical que destruya el patriarcado y todo dominio de lo masculino, lo capitalista, lo liberal, lo blanco, etc.

Entonces, el diálogo y la búsqueda de un debate es absurdo. La gran teórica feminista antirracista y poscolonial Kristie Dotson es la que primero sistematizó esta concepción en su famoso artículo de 2014 “Conceptualizing Epistemic Oppression” (aquí se lo puede leer en inglés: https://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/02691728.2013.782585).

El “sistema” ahora no es solo la democracia liberal y el capitalismo -como decían los viejos grupos de izquierda-, sino incluso el pensamiento racional -incluyendo también la ciencia, por eso se oponen a las vacunas y la medicina científica-. Si todo lo que incluye el sistema -desde la organización económica hasta las formas de vida, pasando por el racionalismo y la educación de las nuevas generaciones- es visto como perverso y opresivo, la única salida es la destrucción total del “sistema” y la negación de cualquier debate (porque “debatir es someterse al sistema”, como dice Dotson). Se odia tanto la libertad como la sociedad democrática porque se argumenta que fueron usadas por los varones blancos y capitalistas -el demonio absoluto- para someter a las mujeres, los pueblos originarios, los negros y los grupos minoritarios.

¿Qué hacer? Los nuevos feminismos, los nuevos grupos Lgtbi, los nuevos grupos antirracistas no son para nada tolerantes -tolerar, para ellos, es someterse al “enemigo”-. En todas partes están copando el Estado y obligando a que las leyes sean de acuerdo a sus ideas: teoría de género para todos.

No queda lugar para la disidencia. Pensar diferente de ellos es ser un malvado opresor. Por lo tanto, el que no piensa igual es digno de ser expulsado de la sociedad: cancelado.

En este punto estamos.


Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios