La cura para el desarraigo
El refugio ideal de Julio Cortázar
PARÍS.- Leer “Rayuela” en París no es lo mismo que leerla en cualquier otra parte del mundo. En la obra de Julio Cortázar la capital francesa es uno de los principales personajes, al mismo nivel que la Maga o que Oliveira. Desde el primer párrafo la ciudad se impone como el escenario privilegiado de uno de los prominentes autores del “boom” de la literatura latinoamericana. “¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua.” Fue precisamente en abril, hace 47 años, que la novela salió a la luz por primera vez. Para Cortázar, ya conocido por sus cuentos y por su primera novela “Los premios”, “Rayuela” fue la síntesis de “la experiencia de toda una vida”. Todos los caminos de sus otras obras, los cuentos innumerables, los libros de dos pisos como “Último round” o las vueltas al día en ochenta mundos, son vasos comunicantes que remiten siempre a París. Allí vivió Julio Cortázar y escribió gran parte de su obra en el número 9, rue l’Eperon en el barrio latino, a una cuadra de Odeón. “Llueve en la rue l’Eperon / y Janis Joplin”, escribe en un poema dedicado a Alejandra Pizarnik. Como sus personajes, Cortázar transitó por Saint-Michel, Saint Germain-des-Pres, Chatelet, rue Monsieur-le-Prince (donde vivió antes César Vallejo), el Canal Saint-Martin y por supuesto los puentes, sello identitario de la ciudad luz: Pont des Arts, Pont au Change, Pont Saint-Michel, Pont Neuf, mencionados repetidas veces en la novela. París fue para Cortázar y para sus personajes –como para miles de latinoamericanos– el refugio ideal y la cura para el desarraigo. La ciudad se prestó para ser apropiada, caminada, acariciada y amada. Su latinidad estaba siempre en sintonía con el sur, de manera que los latinoamericanos nunca se sintieron extranjeros, sino dueños de calles y parques; los “meteques”, los extranjeros, eran los otros. Por alguna razón mágica, los lectores de “Rayuela” recordamos más la primera parte de la novela, “Del lado de allá”, que transcurre en París, que la segunda parte que transcurre en Buenos Aires. Al final de cuentas ese “allá” parisino se convierte en el eje de los personajes, quizás porque lo que había quedado al otro lado del océano, en América del Sur, era solamente la nostalgia. “En París todo le era Buenos Aires y viceversa”, dice el narrador sobre Oliveira. La novela es puro gozo literario, en el sentido de que su argumento es trascendido por el estilo del escritor, libre y poético, aventurado y fragmentado como los bloques de la rayuela dibujados con tiza sobre la acera. París se prestó como ninguna otra ciudad a la alegría lúdica de Cortázar. Como dice Gregorovius, uno de los miembros del bohemio Club de la Serpiente, “París es una gran metáfora”. “Rayuela” es una novela total, porque no le cierra la puerta ni a la poesía, ni al juego, ni a la locura. Es un ejercicio de libertad creativa y de ruptura. La novela tiene tantas lecturas como lectores, de ahí las diversas de aproximaciones críticas: a cada quien su rayuela, y todos llegan al cielo. El famoso capítulo 68 nos recuerda que todo es posible: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes.” Resulta una obviedad decir que Cortázar está personificado en el personaje de Morelli, el escritor, cuando en realidad está también en Ronald el pianista de jazz, en Traveler el amigo, en Perico Romero lector voraz, y en el propio Horacio Oliveira. Cortázar está en todos, también en la Maga. Lo que logra la magia del lenguaje de Cortázar es que el lector camine por las calles de París y se enamore de la Maga tanto como de la ciudad. Pocos escritores han podido hacer del lector tan cómplice de una historia y de un espacio urbano. (DPA)
El refugio ideal de Julio Cortázar
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