La democracia también ganó en Chile

A pesar de su pequeña población (19 millones de habitantes) y ubicación remota, Chile ha jugado un papel inmenso en los dramas políticos del mundo moderno. El país, que durante mucho tiempo fue una excepción moderada y democrática a las normas autoritarias y violentas de América del Sur, pasó entre 1970 y 1973 del turbulento gobierno de un marxista elegido a un terrible golpe militar.

La dictadura del general Augusto Pinochet duró 16 años, hasta que se produjo un retorno pacífico al liderazgo civil electo que entusiasmó a los demócratas casi tanto como el golpe de Pinochet los había horrorizado. Durante los siguientes 30 años Chile se desarrolló como un modelo de prosperidad económica y gobiernos moderados, hasta que un repentino estallido de manifestaciones populares violentas en 2019 puso en primer plano problemas de desigualdad y capacidad de respuesta gubernamental previamente ignorados.

Desde entonces, justa o injustamente, se le ha impuesto altas expectativas políticas al pueblo chileno. El domingo 19 de diciembre, las cumplieron. Decimos esto no por quién ganó la segunda vuelta de las elecciones presidenciales: el candidato de izquierda Gabriel Boric, de 35 años, diputado del Congreso de Chile y antiguo organizador de protestas estudiantiles.

Lo que aplaudimos es la manera en que Chile se condujo políticamente. El país llevó a cabo las elecciones de manera libre y transparente. El candidato perdedor -el populista de derecha José Antonio Kast- admitió de inmediato la derrota y tuiteó que Boric “es el presidente electo de Chile y merece todo nuestro respeto y colaboración constructiva”.

Fue un contraste notable con los acontecimientos recientes en otros países latinoamericanos, como Nicaragua, donde el dictador Daniel Ortega se declaró ganador en unas elecciones fraudulentas, tras haber encarcelado previamente a varios candidatos de la oposición. Chile también tuvo un mejor desempeño que su vecino, Perú, donde las elecciones presidenciales de este año causaron un largo período de tensión -que al final logró resolverse- debido a los gritos de fraude de los perdedores.

Sin duda, la concesión de Kast fue acelerada por la innegable magnitud de su derrota; Boric obtuvo 56% de los votos, contra 44% de Kast. Aún así, en un momento en el que el perdedor de las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2020 afirma falsamente que lo robaron, esta es una buena señal. La comparación frecuente que se hace entre Kast y Donald Trump, basada en sus ideologías similares, quizás necesite una revisión.

La victoria de Boric se produce mientras Chile sigue en medio de una posible reescritura de su constitución y se recupera de una de las cifras de muertes por COVID-19 per cápita más altas del mundo. La victoria del joven presidente electo forma parte de una ola progresista regional que ya ha llevado a candidatos de izquierda al poder en México y Perú. Además de abordar los problemas económicos, Boric, quien asumirá el cargo en marzo, ha prometido conducir a Chile en una dirección más consciente del medioambiente, con mayores derechos para las mujeres y la comunidad LGBTQ+.

Su desafío es preservar lo que funcionó del modelo político y económico del Chile post-Pinochet, y reformar sus deficiencias. Venezuela y Cuba son claros ejemplos de lo que no se debe hacer. El centro y la derecha mantienen su influencia en el Congreso de Chile, lo que representa un posible control. La conclusión pacífica de una campaña que a menudo fue mordaz genera motivos para creer que el país puede lograr evitar una mayor polarización. Como siempre ha sido con Chile, el mundo estará atento.

The Washington Post

* Editorial del diario estadounidense


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