La desesperanza es hoy la única moneda en Sierra Grande
La comunidad no puede salir de la crisis económica. Ni la pesca ni el turismo minero solucionó nada. Aseguran que hay un 60% de desocupación.
SIERRA GRANDE.- Decir que Sierra Grande está sumida en la pobreza suena hasta reiterativo. A quien lea ni siquiera le parecerá novedosa la temática que a primera vista presenta este informe.
Ya casi nadie desconoce que la otrora pujante ciudad minera hoy es un poblado que alberga profundas carencias económicas y sociales y que todavía no logra recuperarse del golpe que le significó el cierre de la mina Hipasam en 1991.
Pero en este caso la redundancia no está de sobra; la dramática situación que vive cerca de la mitad de los poco más de cuatro mil habitantes de esta ciudad hoy suma nuevos elementos de los cuales el más destacado es la desesperanza. Ya no albergan expectativas de salir adelante, no creen que la mina se reabra, saben que así como están las cosas la pesca no es una solución y tampoco lo es el internacionalmente famoso Turismo Minero, a pesar de que ingresaron a la mina miles de personas en pocos años.
Esto pone a las familias que intentan sobrevivir en esta comunidad empobrecida ante la sensación de que, casi como víctimas de un mal incurable, necesitarán de un milagro para lograr la salvación de la ciudad.
«En la pesca son más negreros que en los Planes Trabajar, tienen que recorrer 30 kilómetros, les pagan dos mangos y ni siquiera sacan para el transporte», dicen algunos de los desocupados que diariamente se reúnen en el local de la CTA local.
Recientemente también los planes de promoción de trabajo que administra el Municipio con fondos nacionales achicaron la cantidad de contratados y muchos quedaron en la calle. De 450 trabajadores -en realidad muchos eran casi subsidiados por el Estado a raíz de la gravísima situación económica- pasaron a ser poco más de 100.
La única empresa pesquera local, Tunna SRL entró en un conflicto de indefinidas consecuencias y está paralizada desde hace cuatro meses. Setenta y cinco operarios quedaron sin trabajo.
Y de esta forma se suman ejemplos que demuestran que la situación es mucho peor que en el 91, cuando Hipasam cesó la explotación del hierro. «Estamos peor que hace 8 años, en ese momento al menos había dinero circulante, ahora ni siquiera eso tenemos. Había plata en el pueblo, los comercios andaban, pero ahora ni eso», manifestó Francisco Vilurón, uno de los dirigentes de la Unión de Desocupados agremiados en la Confederación de Trabajadores Argentinos.
En esa entidad funciona uno de los tantos comedores comunitarios, específicamente destinado a adultos desempleados, aunque también asisten niños de edad escolar. Diariamente más de 60 personas desfilan en tandas por las estrechas instalaciones ubicadas en la calle 8, casi frente a la ruta 3.
Comen una docena, se instala la siguiente y así desde las 12 hasta las 14 cada día de cada mes, sin francos ni feriados, porque el hambre no sabe de calendarios. «Estamos viendo si podemos conseguir otra comida para hacerles porque siempre es más o menos lo mismo, arroz con esto o arroz con aquello. Nos gustaría agregarles algunas verduras frescas y algo más sabroso que la comida preelaborada que aporta el gobierno», dice Noemí González, una mujer de 42 años que se encarga de organizar ese comedor que alimenta a sus pares; ella también sufre la desocupación desde hace bastante tiempo.
Sierra Grande perdió su alegría. A pesar de que a cada puerta de cada humilde vivienda se asoman varios rostros curiosos de niños de mejillas enrojecidas y narices húmedas que miran el vehículo desconocido de los cronistas de este medio, no es posible detectar muchas sonrisas.
Los chicos de menos de diez años, ni siquiera alcanzaron a conocer los buenos tiempos. Nacieron en la pobreza y así siguen, con caras tristes y panzas apenas satisfechas con comida preelaborada. Al cuidado de sus madres esperan que en algún lugar de la zona sus padres obtengan un empleo que les permita volver a reencontrarse con ellos y llevarles, aunque más no sea, unos pesos para comer.
Pedro Caram
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