La emisión de dinero

Ernesto Bilder *


Se asume el costo de lanzar dinero y pensar a lo keynesiano, ya que la desocupación laboral y subutilización de la capacidad productiva pueden atenuar los efectos inflacionarios.


Es tarea del pensamiento científico formular leyes o sostener que dado tales antecedentes deben producirse tales consecuentes y/o establecer nexos de causalidad. En este contexto, la gran pregunta que tenemos ahora es qué efecto tendrá el aumento de la masa de dinero que continúa emitiendo el Banco Central sobre el nivel de precios.

La teoría cuantitativa del dinero es un buen ejemplo entre la enunciación teórica de un hecho que se transforma en un caso de ley de casualidad con sus críticas y refutaciones. Su versión simple nos indica que la cantidad de dinero multiplicado por la velocidad en que el mismo pasa de mano en mano es igual a la suma de bienes multiplicada por sus precios. Si hay 100 pesos en el mercado y 10 artículos para vender, el equilibrio se dará si cada producto cuesta 10 pesos y se realiza una sola operación. Si aumentara la cantidad de dinero y no los bienes disponibles, el nuevo equilibrio deberá contar con un precio más alto. Fue el economista del siglo XIX David Ricardo, uno de los fundadores de la ciencia económica, quien claramente expresó que “los precios de las mercancías se elevan o descienden proporcionalmente al acrecentamiento o reducción de los signos monetarios”. El gran J. M. Keynes, en 1936, analizo la cuestión monetaria diferenciando la oferta de dinero como aquella que crean los Bancos Centrales de la demanda de medios de pago de los particulares llevada por dos motivos: el básico o transaccional, para comprar y/o pagar los bienes y servicios consumidos y una segunda para utilizar dentro de un universo que denominó especulativo, (comprar dólares). En el mundo keynesiano, si hay desocupación, volcar más cantidad de dinero al sistema puede ser un positivo elemento de impulso a la actividad económica. Que el Banco Central coloque dinero no modificaría el sistema de precios. Solo cuando estemos en el pleno empleo o nos acercamos a este punto, se sentirá la inflación.

La financiación de los gastos del Estado tiene su origen tradicional en los impuestos que pagamos los contribuyentes. Cuando esto es insuficiente se piden préstamos, al interior o al exterior, en divisas. Tradicionalmente suelen emitirse títulos públicos que se colocan dentro de nuestras fronteras o en el resto del mundo. Los préstamos que se solicitan a las instituciones internacionales de crédito (FMI, Banco Mundial, etc.) tienen tasas de interés bajas, pero suelen tener condicionamientos. Finalmente, si esto es insuficiente se pone en marcha la maquina impresora. De alguna forma esto recuerda al paraíso bíblico, donde no existía la sociedad económica, ya que todo era gratuito y de libre acceso. Si se puede crear dinero que tiene capacidad de compra y es aceptado ilimitadamente, la escasez, el típico problema de la economía, tiende a desaparecer.

El año 2019 nos dejó una inflación anual de 53,8%, verificando una tasa de suba de precios de dos dígitos los últimos 15 años y una década con valores superiores al 20% anual.

En mayo de 2020 el déficit fiscal se multiplicó por diez respecto al año precedente. Esto comprueba que la inercia inflacionaria es difícil de manejar. Desde el retorno a la democracia, ensayamos cambios de sistema, entre los que recordamos el Plan Austral de Alfonsín y la Convertibilidad de Menem-Cavallo.

En reiteradas oportunidades tuvimos déficit fiscal y números rojos en el juego importaciones-exportaciones. La tasa promedio de emisión monetaria fue también mayormente muy elevada. La hiperinflación de 1989 adelantó la entrega del poder.

No obstante, es muy esquemático establecer una relación única entre misión monetaria y cuantía de inflación. En el mundo de los precios, los mercados concentrados u oligopólicos suelen adelantarse a la suba de los precios prevista, empujando la inflación. Los sindicatos, cuanta mayor es su fuerza, tratan de sacar una parte del ingreso superior. Por su parte, el valor del dólar oficial o paralelo es un referente importante en la variación de precios. Se aprecia que una vez funcionando un proceso inflacionario, la disputa por la distribución de ingresos empuja el ascenso de los precios. Sin olvidar que el Estado, que también fija valores, pude no ser un jugador neutro y tener empresarios amigos, gente especialmente protegida, etc.

El crecimiento de déficit fiscal, la caída de la recaudación consecuencia del estancamiento y los efectos internos de la cuarentena se ven hoy frente a un Estado argentino que debe aumentar los gastos sociales y de salud, para que la protección llegue a los debilitados, a las pymes y las provincias, creado una situación inédita.

Por otro lado, cuál es la respuesta a este déficit fiscal, cuando es complicado cobrar más impuestos, navegando en un cuasi default y constatando que ya no hay lugar para vender joyas de la abuela y complicado disminuir erogaciones. Europa y Estados Unidos también están ahora financiándose con emisión.

Con este panorama, aun con los riegos que implica, no queda otra solución que emitir. Si a esto le aportamos la crisis internacional traída por la pandemia, se asume el costo de lanzar dinero y pensar a lo keynesiano, ya que la desocupación laboral y sub utilización de la capacidad productiva atenuarán los efectos inflacionarios.

* Economista. Exdirector del Departamento de Economía de la UNC


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