La hora de Humala

No bien se confirmó el triunfo de Ollanta Humala, un ex militar de opiniones decididamente nacionalistas, sobre Keiko Fujimori en las muy reñidas elecciones presidenciales peruanas, la bolsa de Lima se desplomó, lo que podría tomarse por una señal de que, a juicio de los inversores y del empresariado local, el país que últimamente protagoniza el auge económico más impresionante de toda América Latina está por entregarse al caos populista. De ser así los más perjudicados serían los pobres, que tendrían que conformarse con una dieta de movilizaciones, arengas emotivas y rencor en vez de mejoras concretas, pero hay motivos para esperar que Humala, aleccionado por la experiencia de otros dirigentes de la región, opte por algo un tanto más constructivo. En su campaña proselitista procuró convencer a los votantes de que su modelo no es el venezolano Hugo Chávez, un personaje muy desprestigiado a ojos de la mayoría de los peruanos, sino el ex presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, un mandatario cuya gestión fue, de acuerdo común, un éxito rotundo, ya que, además de fortalecer la economía brasileña, consiguió ampliar mucho la clase media combatiendo la pobreza y de tal modo se granjeó una reputación internacional envidiable. Aunque nadie cree que Humala decida emular a Carlos Menem, que luego de una campaña electoral rabiosamente populista se transformó primero en una especie de desarrollista, aliándose con el holding Bunge y Born, y después en discípulo del “neoliberal” Álvaro Alsogaray, los optimistas pueden señalar que se ha comprometido a seguir el mismo camino que Lula que, para disgusto de sus simpatizantes de la intelectualidad izquierdista, entendió muy bien la importancia para los más rezagados de la estabilidad macroeconómica y obró en consecuencia, con resultados prometedores. Mal que bien incorporar a los marginados, sobre todo quienes viven en las depauperadas zonas andinas, a la parte “moderna” de la economía peruana requerirá mucha paciencia. No hay soluciones instantáneas porque el eventual éxito dependerá en buena medida de lo que hagan los pobres mismos; a menos que estén plenamente dispuestos a aprovechar las oportunidades educativas que es de prever el gobierno de Humala les ofrezca, no habrá forma de modificar su condición de manera permanente. Asimismo, si bien en todas partes el “asistencialismo” es necesario, a la larga sería contraproducente si sólo sirviera para aumentar la cantidad de clientes de organizaciones politizadas. No sólo en América Latina sino también en el resto del mundo subdesarrollado, los intentos de gobiernos paternalistas por reducir la extrema pobreza han arrojado resultados decepcionantes. En cambio aquellos gobiernos que exigen a los pobres su colaboración activa, como el chino y otros de Asia oriental, han logrado sacar a centenares de millones de personas de la miseria más absoluta en un lapso muy breve. Pronto veremos si Humala está más interesado en el destino de la mitad –según algunos, la mayoría– de sus compatriotas que aún no se ha visto beneficiada por los años de crecimiento macroeconómico muy vigoroso que han hecho de Perú uno de los países más dinámicos de la región o en su propio papel como paladín de los marginados de origen no europeo resuelto a desquitarse por siglos de humillación, tema éste que obsesionó a su padre de ideas racistas. Las declaraciones que ha formulado Humala en el transcurso de su campaña electoral y luego de informarse que había superado, por un margen estrecho, a la hija del encarcelado ex presidente Alberto Fujimori hacen pensar que no es su propósito emprender una aventura equiparable con la del “bolivariano” Chávez, el que, a pesar de manejar decenas de miles de millones de petrodólares, se las ha arreglado para que la economía venezolana se haya debatido en una recesión prolongada que, por cierto, no ayuda del todo a los pobres que conforman su propia clientela política. Es de esperar que éste resulte ser el caso. De lo contrario, al pueblo peruano le aguardará una fase que podría resultar emocionante pero que en el fondo sería estéril, ya que se ha demostrado una y otra vez que el voluntarismo basado en ideologías improvisadas de mandatarios como Chávez y su socio menor boliviano Evo Morales no puede considerarse una alternativa viable al realismo reformista de líderes más serios como Lula.


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