Exclusivo Suscriptores

La hora de los atrasados


Está en problemas el proyecto occidental, la idea de que el combinar progreso tecnológico y la expansión de derechos democráticos generará un mundo sin pobres ni oprimidos.


Líderes milicianos talibanes tomando el control del palacio presidencial en Kabul.

Sería difícil encontrar en el mundo actual una secta con poder político que sea más retrógrada, más reaccionaria y más brutal que la de los talibanes. Sus integrantes se oponen a virtualmente todo cuanto los demás toman por progreso. Están resueltos a restaurar un modelo sociopolítico medieval regido por leyes rabiosamente oscurantistas. No les importa en absoluto los derechos humanos. Para ellos, las mujeres deben permanecer ignorantes y resignarse a una vida de servidumbre.

Sin embargo, para estupor de casi todos, acaban de poner en fuga a las tropas de Estados Unidos que, a pesar de contar con ventajas materiales abrumadoras, no lograron derrotarlos. Hasta el presidente norteamericano Joe Biden, que según sus compatriotas es “el hombre más poderoso del mundo”, se siente obligado a rendirles pleitesía y comprometerse a obedecer sus órdenes.

¿Qué significa todo eso? En los días últimos se ha escrito mucho sobre el impacto geopolítico que tendrá la salida apurada de los norteamericanos y las consecuencias a buen seguro negativas para los afganos de los que, conforme a todos los sondeos, una mayoría sustancial hubiera preferido que los soldados occidentales se quedaran por muchos años más.

Por cierto, no fue culpa del pueblo afgano que el edificio construido por los norteamericanos se desmoronara no bien sus artífices anunciaron que pronto volverían a casa, asestando así un golpe demoledor a la moral de las fuerzas del gobierno.

No hay duda de que serán muy graves las repercusiones geopolíticas y sociales de la decisión de Biden de completar la retirada que ya había iniciado Donald Trump, pero acaso sea de mayor interés aún lo que nos dice esta debacle histórica acerca de la carrera que están disputando quienes se aferran a esquemas del pasado preindustrial y aquellos que todavía confían en el futuro que están generando los incesantes avances tecnológicos.

¿Podrían triunfar los talibanes y sus equivalentes de otras partes del mundo? Lo sucedido en Afganistán hace pensar que sí, que no es del todo inconcebible que los considerados atrasados según las pautas imperantes en los países occidentales y, hasta cierto punto, China, terminan heredando la Tierra.

Los políticos norteamericanos perdieron la paciencia porque, luego de veinte años, el gobierno afgano no había conseguido pacificar las zonas rurales, en especial las colindantes con Pakistán, cuyos militares y servicios de inteligencia siempre han apoyado a los talibanes tanto por motivos religiosos como por el temor a que la India lograra erigirse en el aliado principal del país vecino.

Para los norteamericanos, se trataba de una “guerra” como las de antes, pero la verdad es que, desde hace varios años, sus tropas se limitaban a entrenar a las unidades afganas y darles apoyo logístico, con el resultado de que un policía de Chicago, digamos, se exponía a más riesgos que un soldado occidental en Kabul o Kandahar.

En el fondo, se trataba de una cuestión de voluntad. Los occidentales ya no confían en lo que los franceses llamaban su “misión civilizadora”; las elites norteamericanas y europeas son más proclives a denunciarla que en subrayar sus méritos.

No sorprende demasiado, pues, que al enterarse que no todos los afganos eran demócratas cabales, políticos como Biden y Trump, presionados por quienes criticaban los costos de lo que su país estaba haciendo en el exterior, llegaron a la conclusión de que todo había sido inútil.

No estaban de acuerdo los millones de afganos que se habían acostumbrado a la idea de que su país seguiría siendo una democracia a buen seguro imperfecta pero, así y todo, una que podría evolucionar; puesto que no votan en las elecciones norteamericanos, sus esperanzas, sueños y temores carecían de interés.

Está en problemas el proyecto occidental, la idea de que una combinación de progreso tecnológico y la expansión de derechos democráticos hará posible un mundo sin pobres ni oprimidos.

El síntoma más evidente del mal que lo está corroyendo es la caída dramática de la tasa de natalidad de países avanzados como el Japón, Corea del Sur, Italia y España que brindan la impresión de haber optado por dejarse morir.

Lo mismo que líderes islámicos de generaciones anteriores como el libio Muammar Gaddafi, los talibanes toman muy en serio la idea resumida en la frase “la demografía es destino”

Están convencidos de que los musulmanes conquistarán Europa primero y, un poco después, América, merced a la fecundidad de sus mujeres, lo que, además de hacer más creíble la noción de que la victoria final les está asegurada, les da un pretexto adicional para mantener bien encerradas a sus esposas e hijas, ya que de acuerdo común la educación es el profiláctico más eficaz conocido.


Comentarios