Custodio de los náufragos y la soberanía: hace 190 años nacía Luis Piedrabuena

Patagones celebró la efeméride, al igual que el pueblo que lleva su nombre, en Santa Cruz. Neuquén y Río Negro lo tienen presente en calles e instituciones, pero muchos desconocen quién era. Aquí, un repaso.

¡Miguel! ¡Quiero que reprendas al muchachito! Se escapó a jugar en el río y no me gusta”, dijo la madre, viendo a Luis acercarse a la orilla. «¡Pero mujer! ¿Qué puede pasar?”, le respondió el padre. “Él nada muy bien y es muy prudente. Además en el puerto todos lo conocen y lo quieren… ¡No tengas temor por él!”, agregó. Mientras tanto, el niño, de rodillas junto al agua, ya soñaba con su vocación, acomodando el barco de juguete entre los yuyitos de la ribera: “Esta es mi fragata invencible… ¡Ya va a completar su nueva vuelta al mundo!”, decía mirando el horizonte.

La escena quedó plasmada en la historieta “Piedra Buena” (con espacio), que su autor Carlos “Chingolo” Casalla publicó y que hoy está guardada como libro en la Biblioteca de Carmen de Patagones. Es ficción, pero fruto de mucha búsqueda. Y nos transporta a esos años, a la idea de cómo puede haber sido la infancia del prócer patagónico, que empezó a vivir su sueño tan temprano, a pesar de los riesgos.

Los adultos que conversan en ese diálogo imaginario eran Vicenta Sabina Rodríguez e Hipólito Piedrabuena. Según los cálculos, ella tenía 18 años cuando dio a luz a Miguel Luis en 1833, mientras que el padre ya pisaba los 30. Él santafesino, ella pobladora local, maragata. Patagones era en ese momento el poblado más austral de la provincia de Buenos Aires, en tiempos de la Confederación Argentina.

Días atrás se celebraron los 190 años de ese natalicio, y allí lo conmemoraron con actividades en distintas instituciones, como el Museo Emma Nozzi. Por su parte, la localidad que lleva el nombre de Piedra Buena, en Santa Cruz, lo vivió con desfile, acto protocolar y hasta almuerzo popular. Pero no son los únicos espacios donde se lo recuerda, aunque muchos desconocen de quién se trataba y por qué se lo homenajeó: figura en un barrio de Cipolletti, una avenida en Bariloche, una plaza y una biblioteca en Las Grutas, un monumento en Neuquén capital, una calle en General Roca, otra en Vista Alegre, un muelle en Puerto Madryn, además del Club Náutico de Patagones, el apostadero naval en la Isla de los Estados y así se podría seguir.

Sobrevivir al sur


Los viajes navales en las costas del fin del mundo no eran una novedad cuando Piedrabuena se animó a juntar experiencia. “Ya desde el año 1520”, señala Silvio Winderbaum en su libro ‘Para pensar y entender Río Negro’, “los españoles trataron de conquistar la Patagonia, pero fracasaron una y otra vez. En 1776 volvieron a intentarlo, para evitar que otros países como Francia o Inglaterra se apoderaran de ella”.

Por eso decidieron establecer distintas poblaciones: San José, en la península Valdés, San Julián y Deseado, al sur, y tres más en las Islas Malvinas. A esas sumaron en 1779 el Fuerte de Río Negro y estableciemiento Nuestra Señora del Carmen, donde hoy se encuentra Viedma (Mercedes de Patagones). “Fue el único que finalmente sobrevivió”, sentencia el autor. Carmen de Patagones surgió casi en simultáneo. Sin embargo, las causas de tantas derrotas fueron, en líneas generales, siempre las mismas: el clima despiadado y la resistencia de las comunidades indígenas.

Es aquí donde la capacidad de Luis, nacido y criado, para resolver esas complicaciones y a pesar de todo defender la soberanía argentina, lo destacó del resto. Al punto de que su viaje a la Isla de los Estados, donde mandó a construir un refugio en Puerto Cook, sirvió de antecedente para levantar luego el «Faro del Fin del Mundo», en la bahía de San Juan de Salvamento, “la única luz que tenían los navegantes en el mar austral, más allá estaba lo desconocido, la Antártida”, recordó el Museo Marítimo de Ushuaia.

Esa presencia documentada sirvió también de argumento para que Argentina luego refuerce su postura en la definición del trazado de la frontera con Chile. Muchos son los sitios en internet, dedicados a la historia, que aún recuerdan el mensaje que el marino dejó escrito en piedra: “Aquí termina el dominio de la República Argentina – En la Isla de los Estados (Puerto Cook) se socorre a los náufragos – Nancy, 1863 – Cap. L. Piedrabuena”. De hecho, en 1999 se estableció que el 10 de agosto sea recordado como “El día de la Isla de los Estados”, justamente en coincidencia con la fecha de su muerte.

Salvar vidas


Cuesta imaginar que la trayectoria de Piedrabuena haya comenzado antes de la adolescencia, incluso se habla de que con nueve años el niño ya formaba parte de una tripulación. Aunque lejos de sus padres, la navegación le permitió cursar los grados del colegio en Buenos Aires y mucho después, completar sus conocimientos autodidactas en una escuela de marina en Estados Unidos.

Su carrera original, la que sirvió para forjar su capital, es cierto, fue la caza de lobos marinos y ballenas, además del transporte de mercadería, algo habitual y que nadie condenaba en aquellos años, a diferencia de la actualidad. Carlos Valle, en su libro “El fin del mundo y su faro”, agrega a eso el dato de que “tanto el abastecimiento de las naves como la venta de los cueros obtenidos se realizaba en las islas Malvinas”.

Sin embargo, esos viajes y misiones le sirvieron para juntar sabiduría en una actividad peligrosa, donde muchos morían a causa de los naufragios o eran saqueados por quienes aprovechaban la desprotección de los accidentados. «Las rutas comerciales necesitaban unir puertos del Atlántico y el Pacífico para transportar bienes de todo tipo (…) si a esto se le sumaban cartas náuticas imprecisas, barcos con poco mantenimiento o inadecuadamente estibados y errores de navegación, el resultado eran numerosos naufragios«, explicó a Télam Cristian Murray, investigador del equipo de arqueología subacuática del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano.

En 1849, Luis participó del primer salvataje, agrega Carlos Valle, cuando en un viaje a la Isla de los Estados, encontraron a 14 tripulantes de un buque alemán que había sucumbido ante la fuerza de un temporal. En 1858, por ejemplo, participó de otro rescate y hasta pagó de su bolsillo los pasajes para que los afectados volvieran a su tierra de origen.

No faltó oportunidad para que él mismo naufragara y entendiera de primera mano la importancia de que esa zona inhóspita tuviera sitios a donde recurrir por ayuda y provisiones. Serían los mismos puntos que marcarían la presencia de habitantes argentinos, en un espacio donde el territorio estaba demasiado expuesto. Así, de tanto recorrer el mar al sur, logró relevamientos en toda la región y elaboró croquis de puertos y caletas no señalados en las cartas hidrográficas, que pudieran servir de refugio.

Lejos de estar enfrentado con las comunidades indígenas, el marino afianzó el trato con los tehuelches de la zona costera, por lo que esa relación le sirvió para completar su búsqueda de la soberanía, invitando al cacique Casimiro Biguá a viajar con él a Buenos Aires en 1863. Allí los recibió el presidente Bartolomé Mitre, que le encomendó al líder originario la defensa territorial de la región que habitaba.

Biguá recibió un título honorífico como Cacique de San Gregorio y Piedrabuena fue nombrado un año después con el grado de capitán honorario de la Marina. Esas gestiones motivaron que el Gobierno Nacional le otorgara una subvención para que mantuviera la comunicación con una zona tan distante de la capital. Con el dinero recibido, adquirió una goleta y realizó la travesía tocando Chubut, Puerto Deseado y Santa Cruz, llevando a bordo al perito Francisco Pascasio Moreno, entre otras expediciones científicas.

En 1883 y ya con el grado de Teniente Coronel de la Marina de Guerra, la muerte lo sorprendió mientras preparaba otro viaje, según indicó la Armada Argentina. Para ese entonces, ya había perdido también a su esposa, Julia Dufour, a causa de la tuberculosis, llamada “tisis o peste blanca” en aquellos años. Se habían casado en 1868.

Luis se casó con Julia en 1868. Sus restos descansan en Patagones.

Instituciones y académicos la destacan por haber sido quien lo acompañó en su labor y quien sostuvo la crianza de los cinco hijos que tuvieron juntos. Los restos de ambos fueron depositados primero en el cementerio de la Recoleta, pero desde 1987, descansan en un mausoleo en la Parroquia Nuestra Señora del Carmen de Patagones, donde año a año se colocan ofrendas florales en su honor, como el pasado jueves.

Sobre la época de gloria, Cándido Eyroa, el primer biógrafo de Piedrabuena, escribió: “En aquel momento, el capitán tomaba la rueda del timón. En su simpático semblante se distinguía entonces, en toda su plenitud, una satisfacción sublime. Sus ojos resplandecían, dejando ver el placer inefable que sentía al arrancar del seno de las olas, de los brazos de la más desesperadas de las muertes, una tripulación más«. La descripción tiene mucho de épica, pero también, mucha verdad en la esencia de lo que describe.


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