Casa Padín, Bar Americano, Otra Historia: las mil vidas de una esquina de Cipolletti

Imponente, con ladrillo a la vista y molduras, su edificio está allí hace nada menos que 121 años. Por su puerta pasaron desde pioneros y grandes músicos hasta genios del billar y el ajedrez.

Las cuadras aledañas a la Estación del Ferrocarril de Cipolletti hablan de otro tiempo, con mucha historia en sus edificios, aunque el punto de encuentro de los vecinos y vecinas se haya trasladado a la zona de plazas y oficinas. Uno de los ejemplos es la intersección de calles Fernández Oro y Villegas, donde las citas, almuerzos, cenas y distintos juegos fluyeron desde los orígenes de la localidad. La Ordenanza N°177/11, que enumera el patrimonio histórico local, ubica a su inmueble como sede de la Antigua “Casa Padín”, con nomenclatura catastral 31-H-556-12, y como última referencia reconoce al local bautizado como “Otra Historia”, el que era conducido por el querido vecino Jacobo “Jorge” Romañuk, que falleció a comienzos de este mes. ¿Pero qué pasó en el medio de tanta trayectoria?

Según la doctora en Historia, Liliana Fedeli, también vecina de la ciudad, allí Guillermo Padín abrió su restaurante “España”, en 1903, donde las pastas eran la especialidad en domingos y feriados. El lugar, construido por José Delfino antes de venderlo, era refugio de “ingenieros y jefes de la obra del Dique Ballester, que los fines de semana se trasladaban con sus familias en tren desde la empresa hasta Cipolletti, para pasar el día en nuestro pueblo”, comentó la profesora. Esa obra comenzó en 1910 y concluyó en 1916, dando sin querer un marco de tiempo para la época que se está describiendo en este Rescate.

Los años pasaron hasta entrar en la década del ‘20 y no se sabe específicamente cuándo se armó la emblemática barra de madera que recibía a los clientes, pero su presencia es marca registrada en cada foto que se guarda del lugar, escoltada detrás por los espejos y las flores coloridas al estilo vitreaux . De hecho, en tiempos de su funcionamiento como el “Bar Americano”, una foto que atesora Leandro, nieto del siguiente propietario, Alfredo Marinozzi, ya se la ve instalada, en exhibición, bella como siempre. Mientras Padín se cambió el rubro “Librería”, allí en la esquina histórica se vivieron jornadas de merienda, de café con leche y medialunas, sándwiches de pan francés, jamón y queso o con manteca y mortadela, pero también rondas de billar y “especiales de crudo y queso”, acompañados con cerveza fría. Las vivencias para los más jóvenes, se completaban a la salida con un paseo, “deambulando entre los vagones” de enfrente, recordaron algunos vecinos en comentarios que recolectó el grupo “Cipolletti en el Ayer”. 

Gracias al libro “Voces de mi ciudad: Cipolletti 1903 -2003”, en el que figura una entrevista a Don Alfredo Marinozzi, Fedeli pudo afirmar que esa esquina “era como un centro comercial cultural”, en el que se compartía desde la amistad, pero también haciendo negocios. Una de las mesas de billar era la cita fija de todos los días, a la hora 13, para seis vecinos, entre los que estaba el entonces comerciante Luis Toschi. La condición para seguir participando del grupo era la puntualidad, por lo que quien llegara cinco minutos tarde sabía que sería reemplazado. Cuenta la anécdota, que un mediodía la familia Toschi tenía de visita al propio Cónsul de Italia, pero eso no impidió que el apasionado jugador faltara a su partida habitual. “A la una menos cinco, pidió permiso y se retiró”, narró la historiadora. Para jerarquizar ese gusto por el juego, el bar organizó torneos con premios para los ganadores, medallas y copas. También hubo exhibiciones de campeones y grandes expertos como Héctor Carrera y los hermanos Navarra.

Allí también se jugó al ajedrez, como cuando en una oportunidad vino el Gran Maestro Internacional Miguel Najdorf, argentino pero de origen polaco, para jugar “simultáneas” con los exponentes locales, agregó Fedeli. 

La inspiración del “Uruguayo” Romañuk hizo que en la década del ‘80 tomara a cargo el espacio de los Marinozzi, para instalar el último bodegón de la ciudad. “Restaurante popular con una cocina muy rica y bien elaborada. Alma de cantina y club social. Sitio donde los lunes se come un puchero excelente y el bife de chorizo es XXL”, describió RÍO NEGRO para la nota del “Recomendado” en Julio de 2017. Preparado para 60 comensales, alimentado y cuidado por las mujeres del equipo, allí confluyeron por varias décadas el piano bar, los shows, la milonga nocturna y los mediodías de “milanesa a caballo y buenas fritas”, regados con vino de mesa y soda local, porque “un gatillo no es lo mismo que una rosca y un sodeado sin alma, no es sodeado”. 120 años de vida, esperando ver qué sigue detrás de la siguiente página.


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