Descubriendo más sobre Rosa Calluqueo: vivió hasta los 122 años y su familia la recordó así

La historia de esta vecina de Vista Alegre estaba en el archivo de RÍO NEGRO desde 1971. La rescatamos en una nota publicada días atrás y eso motivó el contacto con sus descendientes. Mate y piñones de por medio, esto compartieron.

Pocos vínculos en la vida marcan tan profundo como los que se generan con los abuelos. Fuente de la sabiduría que da la experiencia, sin manuales de crianza o apego, fueron testigos de lo sembrado en la línea de la vida y luego cuidaron los brotes nuevos, para que continúe el ciclo.

Las “chiquillas” de Rosa Calluqueo, como ella les decía a sus nietas, la tuvieron al lado desde la cuna hasta la adultez. Literalmente desde el corte de cordón umbilical en algunos casos, porque la abuela era comadrona, matrona, y sabía cómo atender un parto, conocimiento fundamental entre las mujeres que hicieron frente a la desolación del campo.

De los tres hijos (Ignacia, Pascual y Mariano) que tuvo esta mujer, vecina de Vista Alegre, nacieron por lo menos 13 nietos y hasta donde dan las cuentas, más de 50 bisnietos.

Por ser en su mayoría mujeres y por las leyes de otro tiempo, sólo dos varones mantuvieron el apellido Calluqueo hasta el día de hoy. Sin embargo, cabe decir que éste proviene de la misma raíz materna, porque Rosa registró sola a sus hijos. Un lonko (cacique) que se la llevó de su hogar natal fue el progenitor de los dos primeros, aunque ella decidió dejarlo, cansada de la sobrecarga de tareas que le imponían. Y con un marino de apellido Infante, concibió a Mariano, el tercer hijo, en Chile, pero tampoco perduró el contacto. Con ese panorama, Rosa volvió junto a su padre, uno de los capitanejos de la tribu Calfucurá, hasta que él falleció, dicen los archivos, a la edad de 160 años. Estiman que sus restos descansan en Icalma.

Foto: Matías Subat.

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Con tres hijos y sin compañero de vida, esta nacida en Azul supo desde siempre lo que era hacerse cargo de su familia. A pesar de sus silencios al respecto, hoy se pudo reconstruir que dejaron a caballo la provincia de Buenos Aires, perseguidos por las campañas militares. Así cruzaron hasta lo que era la incipiente Chos Malal, histórica capital neuquina, para luego instalarse en Icalma y más tarde en Moquehue, de este lado de la cordillera. Después continuaron hacia Zapala, más tarde a General Roca y terminaron en Vista Alegre.

Para esta entrevista, los recuerdos de las nietas de Rosa, por parte de su hijo Mariano, llenaron una de las salas de la Agencia Neuquén, donde funciona este medio. Hortensia, Herminda, Juana, Raquel, Miriam y Laura fueron las que asistieron a la convocatoria. Allí supimos que Elvira y Pascual ya no vivían y que faltaban Antonia y Marcela, la bebé de dos meses que Rosa tenía en sus brazos cuando el cronista de RÍO NEGRO la visitó en 1971. Armando este árbol genealógico, mate y piñones de por medio, compartieron fotos y un antiguo recorte del diario “Sur Argentino” también dedicado al pilar de esta familia. En ese concierto de voces, Claudio, Karina, María Alejandra y Marcelo, cuatro de los bisnietos que acompañaron, revivieron atentos la historia de sus raíces. Y también participaron, para conocer sobre esta biografía, la presidente de la Junta de Estudios Históricos de Neuquén, Sara Riquelme; y la docente mapuche, investigadora de la historia, Ingrid Rainao.

Seis de esas ocho hermanas guardan en su memoria la niñez en el interior neuquino, donde vivieron con la abuela Rosa, Mariano y Sara Chañilau, la primera esposa del trabajador rural. Allí, la curiosidad, la inocencia y la unión que les fomentaron, para salir adelante a pesar de los escasos recursos. Los nguillatún a los que los llevaban y los relatos que Rosa les compartía cada noche, con la serenidad de su voz ronca pero suave a la vez. El “cajoncito de sus tesoros”, donde guardaba los adornos y ornamentos para las ceremonias. Las mañanas lavándose la cara en un arroyito, todos en fila, a la par, imitándola. Los ratos para aprender a hilar y “aporcar” (depurar) la lana. Las canastas de murtillas y piñones que recolectaba para cambiar por víveres en el almacén. Y la actitud de “gallina con sus pollitos” que adoptó cuando su nuera falleció dando a luz a Antonia. Los restos de Sara descansan en Moquehue.

Semejante suceso desestabilizó la vida de los ocho, que no terminaron la escuela por tener que trabajar. Desde entonces y hasta que se fueron casando, Rosa los cuidaba para que nadie se burlara de ellos, sobre todo de las mujeres. Y para que no se enfermen, les preparaba guisos contundentes, polenta, leche con huevo, tecitos digestivos y verduras directo desde su quinta. Se levantaba a las 5 de la mañana y como era muy creyente, en el trajinar de la estufa ya podían escucharla bendiciendo el mate por lo bajo, dando gracias a la tierra por todo lo que les daba.

Clara aún vive en Neuquén, con 91 años.

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Con el tiempo, la llegada de Clara Pletz a la vida de los Calluqueo significó una nueva compañera para Mariano y dos nietas más para Rosa, además de los tres hijos que ella ya traía consigo. De cuna ruso alemana (no de polacos como se había publicado al principio), Clara aún vive en barrio San Lorenzo de Neuquén, con 91 años. A pesar de los ensambles y la diversidad de edades y orígenes entre descendientes, afirman que jamás se impusieron diferencias.

¿Y qué pasó con Rosa? La señora de largo cabello trenzado encontró el descanso final en su cama, en su casa, después de tantos procesos vividos: se recostó a dormir la siesta y no volvió a despertar. Sin miedo, sabía que con tantos años encima, la muerte podía ocurrir en cualquier momento, por lo que la esperó con la misma serenidad con la que vivió. Sólo en una oportunidad había pasado por un hospital antes, a causa de un problema de apéndice. “Somos lo que somos gracias a sus oraciones”, concluyó la charla una de las nietas y todos alrededor de la mesa estuvieron de acuerdo.

Foto: Gentileza Familia Calluqueo.
Foto: Matías Subat.
A sala llena: familiares, referentes de instituciones y periodista, todos recordando quién fue Rosa.

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