Desde su chacra de semillas, esta bióloga hace explotar flores y más flores en la comarca andina
Pirén López Alaniz es una emprendedora radicada en Las Golondrinas. Con su trabajo asegura más colores y fragancias a la Patagonia.
Pirén López Alaniz, en medio de sus jardines.
PRIMERA PARTE de la entrevista
Si a una planta algo le molesta no puedo irse o huir. ¿Qué le que da por hacer? Quedarse quieta y saber esperar. Una semilla de cereza, por ejemplo, puede esperar hasta cien años hasta decidirse a saltar al exterior. Algunas plantas mueren un tiempito hasta que las cosas mejoran. Hay árboles que dejan morir una parte de ellos para renacer en otra dirección.
Es que si les prestáramos más atención a las plantas, señalan algunos biólogos, aprenderíamos más sobre la paciencia, la entrega, la constancia y la humildad. A los valores imperantes de velocidad, inmediatez y maximización de beneficios las plantas de un jardín nos enseñan sobre el cuidado, la contemplación y lo sensorial de la belleza. “No hay mejor vida filosófica que cultivar tu propio huerto”, escribió Voltaire, el padre de la Ilustración.
Quien anda con este pensamiento por la Patagonia es Pirén López Alaniz (35), una bióloga que supo crear en Las Golondrinas (comarca andina) un proyecto de agricultura familiar, “Jardín de campo”, junto a su pareja Simón Van Den Heede, ingeniero agrónomo.
La tenés que ver a Pirén para coincidir en decir que quizás sea una de las personas que más colores, fragancias y sensaciones incorpora a la Patagonia… Sí, en nuestra Patagonia también explotan los rojos, los fucsias, los azules, los amarillos, los naranjas, los bordó…. Es una enamorada del cultivo de las flores. Tanto que su chacra de semillas es un atractivo más para quien anda de visita por Puelo y alrededores.
Pirén López es oriunda del Alto Valle. Su niñez comenzó en Balsa Las Perlas sobre las márgenes del río Limay y luego su familia se mudó también, cerca del río, a una casa a la ciudad de Neuquén para comenzar la escuela. “Tengo recuerdos de pies descalzos entre las piedras, muchas tardes de siesta leyendo novelas bajo los sauces en el patio, y juegos en las calles con los chicos del barrio, donde pasaba un auto sólo de vez en cuando y la única vereda con cerámicos era de una vecina de la otra cuadra que nos dejaba andar en rollers. El amor por la naturaleza fue transmitido por mi familia de manera tan cotidiana como aprender a lavarse las manos o a ordenar el cuarto, simplemente era parte de nuestra vida”.
Pirén junto a su pareja y socio del emprendimiento, Simón Van Den Heede, sembrando.
Y con esa impronta, a los 15 años se mudó con su madre y hermanos a la comarca andina, “tierra de sueños cordilleranos, bosques y un paisaje que nos conquistó desde el primer día. Allí empecé a “meter las manos en la tierra”, y fue un camino de ida. La primera huerta la arrancamos con Simón allá por el 2006, ni bien nos pusimos de novios. Hay quienes tienen citas de ir a tomar helado, nosotros teníamos citas para ir a la montaña y para hacer huerta (se ríe). Con él fui aprendiendo sobre el mundo de las semillas, el desyuye, el riego y todos los desafíos que surgen en el medio cuando uno quiere cultivar sus propios alimentos. El siguiente punto bisagra en mi historia con las plantas fue que hice un curso de jardinería con un gran amigo y viverista en la zona de Mallín Ahogado. Esa experiencia me dejó claro que quería estudiar algo relacionado con el tema”.
En esa época, las carreras como Diseño del Paisaje o Cursos de Viverismo solo eran posibles en grandes ciudades como Buenos Aires y ella no quería irse tan lejos de la cordillera.
“Así que encontré Ciencias Biológicas en Bariloche, decidida a estudiar sobre plantas. La carrera resultó tener un perfil más académico de lo que imaginé en un principio, pero me entusiasmó mucho aprender sobre tanta diversidad biológica y ecología. Hice mi licenciatura, nos fuimos de viaje a Nueva Zelanda a trabajar y conocer otras culturas, y volví para postularme a un posgrado. Me salió la beca, en la que trabajé en el estudio de hierbas nativas que colonizan ambientes disturbados (incendios y taludes de rutas) para generar información de base para actividades de restauración ecológica», comenta.
«En las tareas de investigación siempre tuve un enfoque aplicado; quería que la información generada “sirviera para algo”, y diera respuestas a problemas concretos de nuestra sociedad. Durante esa beca aprendí muchísimo sobre ensayos en viveros, semillas y su germinación, y fue muy enriquecedor. Pero también tuvo sus sinsabores, se fue decantando que la investigación científica no era el camino que quería seguir. Y eso nos trajo de vuelta a la chacra de Simón en Paraje Las Golondrinas (Lago Puelo-Chubut), a reactivarla y pensar un proyecto productivo, que tomó el nombre de Jardín de Campo poco tiempo después”.
-Hablemos de este proyecto.
-Durante una primera etapa nos dedicamos a producir verdura orgánica con reparto de bolsones semanales a escala local. Y de a poco las flores fueron “ganando terreno” en el proyecto. Me fui dando cuenta que no era tan fácil conseguir semillas de flores variadas y de calidad para esta zona, y que dependíamos en gran medida, de comprar semillas en las agrícolas o forrajerías, que provenían de zonas de cultivo muy distintas a las nuestras. Allí fue tomando forma mi idea de producir semillas orgánicas de flores, y empecé la primera temporada trabajando a escala de canteros y algunos bancales. Y solo bastó empezar con el proyecto para que me enamorara perdidamente de cultivar flores.
La vereda de «Jardín de Campo», en Las Golondrinas, Chubut.
Llevamos el proyecto a mayor escala desde el año pasado, en primavera del 2022, cuando creamos nuestro querido “campito de flores”: la superficie más grande de nuestra chacra dedicada a este tipo de producción, tanto para obtener semillas como para flores de corte (flores para ramos y otro tipo de creaciones). La estética que tienen en sí mismas las flores y la alegría que transmiten nos llevó a sumar como parte de la propuesta las visitas a la chacra. Vivimos en un sitio de gran afluencia turística, y nos pareció lindo sumar una actividad a las familias que se acercan a disfrutar de la cordillera y su modo de vida. Este último verano el campito de flores siguió creciendo en superficie y variedad de especies, y fue una experiencia maravillosa ver cómo las flores son una excusa para el encuentro y el disfrute. Por ejemplo surgió un evento con artistas plásticos locales que vinieron a pintar a la chacra mientras realizamos un taller de estampado vegetal.
Vista de la chacra donde funciona el emprendimiento de Pirén.
Por otra parte, una vez más afianzados en el proyecto comencé con una pata fundamental en el proyecto que es transmitir e intercambiar saberes para el cultivo de las plantas. La idea es acompañar a aquellas personas que quieren un jardín lleno de flores y no saben cómo empezar, para que tomen confianza y comiencen la aventura de cultivarlas desde semillas, bulbos,etc. La verdad que es una de las actividades más recientes en Jardín de Campo, y hoy en día poder trabajar en formato online nos ha acercado a gente muy linda de todos lados del país, con gran entusiasmo por hacer jardinería.
Tras escucharla a Pirén queda claro que el eje troncal del proyecto son las flores y de ahí surgen:
* una parte productiva (semillas y flores para ramos)
* una parte educativa (cursos y talleres) y
* una parte de experiencias agroturísticas (que incluye el recorrido por el campo de flores y la huerta, momento que no solo transmiten información de las flores y sus curiosidades sino también su filosofía respecto a la forma de hacer agricultura con foco en la biodiversidad de especies y el cuidado del suelo).
Vista de la casa de Pirén y Agustín, en «Jardín de Campo»
PARA SEGUIR LEYENDO
¿Querés seguir conociendo aún más a Pirén? ¿Cómo es ser emprendedora en la cordillera? ¿Cómo considera ella que embellece el mundo, día a día, desde Las Golondrinas, en la comarca andina?
Leé la segunda parte de esta nota.
Contacto: jardindecampopatagonia@gmail.com
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