El año nuevo de Noemí y Carlos en Sauzal Bonito: con miedo a nuevos sismos

Noemí Painemil, junto a su marido Carlos Pérez, es dueña de una despensa del paraje neuquino. Desde septiembre no hubo movimientos, pero ella, como muchos, viven esperando el siguiente.

El de hoy no será muy distinto a otros domingos para Noemí Painemil. Es posible que abra el negocio de todos modos, aunque sea domingo, aunque esta noche se celebre Año Nuevo. No hay muchas despensas más en Sauzal Bonito, el paraje neuquino en que queda a unos 41 kilómetros al sur de Añelo, a un costado de la ruta provincial 17, el paraje que se hizo conocido por los temblores que sufre desde que el fracking llegó a Vaca Muerta. Además, dice Noemí, no hay mucho que festejar: “Se notan poco las fiestas por acá. Nadie se prepara para las fiestas; sólo se juntan las familias”.


Noemí y su marido, Carlos Pérez, los dos jubilados, viven casi al final de la única calle, de tierra arcillosa, que existe en Sauzal Bonito. A un lado de la casa levantaron hace algunos años un almacén, que se llama Siete Ángeles y en el que venden lácteos, artículos de limpieza, cigarrillos, lo básico.


Las paredes de la casa de Carlos y Noemí, como muchas de las del paraje, son un mapa de los temblores que se repiten desde 2015. El comedor, la pieza, la cocina, todos los ambienten tienen líneas que van del techo al suelo. La piel de Noemí también es un mapa de esos sismos. “Tengo la piel llena de manchas blancas. Las manchas, me dijo el doctor, son producto del miedo a los terremotos. No las tenía antes”, dice, con su voz cascada.


Desde septiembre no se registran sismos en Sauzal Bonito. Desde entonces, los temblores en Vaca Muerta parecen haberse trasladado al noroeste de Añelo, a unos 38 kilómetros de la ciudad que muchos consideran el corazón de la actividad petrolera. Sólo en diciembre hubo diez sismos consignados desde el Observatorio de Sismicidad Inducida en ese punto del mapa. El último, ocurrido el viernes 29, tuvo una magnitud de 3,9, según el organismo oficial que mide los movimientos, el Instituto Nacional de Prevención Sísmica (Inpres). Las cifras son peores si se hacen los balances del año: en 2023, la provincia de Neuquén registró 82 sismos, de los cuales, según el Observatorio, 15 fueron naturales y “67 asociados a la fractura hidraúlica para la extracción de hidrocarburos no convencionales de la formación Vaca Muerta”.


Temblores, sismos, terremotos, movimientos, son todos matices, diferentes maneras de llamar a la misma maldición de este pequeño paraje en el que viven 350 personas. Muchas casas quedaron inservibles después de los movimientos. El gobierno neuquino que dirigía el ahora ex gobernador Omar Gutíerrez prometió 50 casas antisísmicas para remediar el problema. Se entregaron cinco.


Noemí no tiene muchas esperanzas con la quietud en la que viven desde septiembre. “Nosotros vivimos con miedo. Ya todos sabemos que están montando equipos acá nomás, a la derecha y arriba de Sauzal. Y todos dicen que se va a venir uno más fuerte. Esto va a ser de terror”, se anticipa mientras repite una ubicación cercana al paraje en la que está previsto que las empresas trabajen para obtener gas o petróleo no convencional.


Ese estado de sobresalto permanente es el tema del que Noemí habla con su amiga, que vive cerca de su casa y que desde que comenzaron los sismos tiene ataques de pánico. “El otro día estaban trabajando frente a su casa unas máquinas para aplastar la tierra y construir una de las casas antisísmicas, y a ella le pareció que todo se movía. Salió disparada para afuera”, cuenta por teléfono desde su casa, mientras toma un mate y suma a Carlos que está al lado de ella.


Noemí llegó a Sauzal Bonito sin muchas ganas, hace ya varios años, más por darle el gusto a su marido que por propia convicción. Pero ahora dice que cree “que se va a quedar acá hasta el final”. Enumera orgullosa las reformas que hicieron a la casa, la viña que crece para darles sombra a la tarde, el toldito que no deja que le entre el sol a la cocina. Pero enumera también la larga lista de lo que no le gusta: “Nadie se ocupa de los lugares como este. El otro día nos dijeron que quizás nos dejen de entregar las garrafas, y que van a subir un 500 %. Pero no es lo único: no hay casi agua, el canal está cortado. Nadie hace nada por Sauzal. Tenemos dos miradores y nada que mirar”, se amarga Noemí.


Lo que se ve en Sauzal es que la cercanía no redunda en beneficios. A 600 metros corre el río Neuquén. Pero, o bien es como ahora, una línea tenue, o bien desborda como en junio, cuando varias quedaron bajo agua. De una u otra forma, por las canillas no sale casi nada. A pocos kilómetros, exactamente enfrente del paraje, está Fortín de Piedra, el área desde donde la empresa de Paolo Rocca, Tecpetrol, obtiene el 16% del gas que se utiliza en todo el país, según los datos de la propia compañía. En Sauzal Bonito, hay que comprar garrafas porque no hay gas.


Noemí dice que no tienen planes para hoy. Que Navidad lo pasaron los tres solos, ella, Carlos, y uno de sus hijos que fue de visita. Que esta noche sólo va a pedir “que dejen de rompernos nuestras casas, que no le falta comida a nadie, ni trabajo en esta Argentina difícil que se viene, y por supuesto, salud”.


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