Quedate donde el tiempo dure más

Las mellizas María y Paula Marull escribieron una obra de teatro, “Lo que el río hace”, que es desde hace dos años un éxito con localidades agotadas. Ahora que están por estrenar en el Astros, vale la pena sumergirse en ese pueblo y ese río, que puede ser cualquiera de los nuestros.

“Quedate donde el tiempo dure más”, le aconseja un padre a su hija. Y la hija, que crece y se va a vivir Buenos Aires, se olvida.
Ese lugar del que se va es un pueblo pequeño del interior, un pueblo al borde de un río. Y es allí donde la hija vuelve. Ya es adulta, está desbordada de obligaciones, parece infeliz. Regresa apenas por un día para arreglar los papeles de un terreno del padre que, ahora que está muerto, ella va a vender. Es una visita corta, con una agenda apretada de trámites. Está apurada en un lugar lento y no recuerda, no todavía, el consejo.


La frase la dicen las mellizas María y Paula Marull, actrices, directoras, escritoras a dúo de “Lo que el río hace”, una obra preciosa que se estrenó en el Teatro San Martín en 2022, apenas salidos de la pandemia, y que tuvo las localidades agotadas hasta mayo de este año, cuando terminaron las funciones. Ahora, el 14 de este mes, la obra que no sólo recibió muchos premios sino el elogio de un público que se ríe y llora durante los cien minutos que dura, pasa al teatro Astros, también de Buenos Aires.


El pueblo pequeño se llama Esquina, es real y queda en Corrientes. Es el pueblito al que estas dos talentosas mujeres iban cada verano de pequeñas y al que volvían de adolescentes. Es el pueblo al que el papá de ambas, Roque Marull, le hizo una película. Y es el lugar en el que nacieron los padres de Diego Maradona. No tiene nada que ver con la Patagonia. O quizás sí.


“Lo que el río hace” cuenta la historia de Amelia, un personaje que interpretan las mellizas alternativamente, aprovechando esa semejanza casi calcada para entrar una o salir la otra sin que el espectador pueda adivinar cuál de las dos es.


Amelia, que tiene que terminar un libro por el que ya recibió un adelanto y es madre, está al borde del estallido casi todo el tiempo, en aceleración. Pero la muerte de su padre la obliga a volver al pueblo donde pasó su infancia: un escenario vacío donde nada es como lo recordaba, salvo el río, que quizás le devuelva su reflejo o la impulse a tocar fondo.


No importa que el pueblito se llame Esquina, que allí se celebre la fiesta del Pacú y que tengan una preciosa tonada que los actores captan con naturalidad. Esquina puede ser cualquier pueblo del interior, y el río cualquier río. Podría ser incluso un pueblo de la Patagonia.


Vengo al río, no vengo a mirar el río. Mirar el río no es mirar el mar. Cuando vengo al mar me siento lejos, como si estuviera en un cóctel al que no fui invitada. Algo hermoso, pero ajeno; algo para apreciar, no para adueñarse. Mirar el mar es mirar una revista de moda, una vidriera. Mirar el mar es mirar una obra de arte que nunca voy a poder hacer ni comprar. Yo siento que el mar me ignora, es la linda que me refriega desde un parlante sus pasos exóticos y sus botas de cuero; su fuerza me aterroriza, su ego me indigna. Siento que el mar me exige : que tendría que ser más alta, más flaca, más linda, más joven, más splash, más azul.
“Sin embargo, al río vengo como si apoyara la cabeza en la panza de un perrito bueno. No vengo a mirar nada. Podría venir a morir, o a dormir, o simplemente a cerrar los ojos. Me siento acá y siento el olor que tiene el mundo cuando estoy a salvo. Entierro los pies en la arena como en una frazada vieja. Y el río no me mira, no me interroga, Nos quedamos juntos, en silencio, como dos amigos que permanecen callados, en silencio, escuchando simplemente su respiración”
, dicen a dúo las mellizas Marull en uno de los momentos en los que la puesta se vuelve pura poesía.


Y es Esquina. Pero podría ser cualquier pueblo de acá, a la orilla de un río, donde una hija recuerda el consejo de su padre, que podría ser el consejo de cualquier padre, que le dice que se quede donde el tiempo dure más.


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