Las dictaduras dudaron y en Argentina se sintieron los efectos del derrumbe

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“ Todo comenzó en Moscú. Una dictadura no sobrevivió  a la duda” . Francois Mitterrand en “Memorias Interrrumpidas”, Edt Andres Bello, Chile, 1996

Barlineses escalan el muro, con el Bundestag de fondo.

Impecable definición. Ajustada a esa exigencia que tiene toda definición: que no le falten ni sobren palabras, como reflexionaba Silvio Frondizi. Culto, sobrio, cínico e inmenso obrero de la historia de Francia, Francois Miterrand encuadra perfectamente la razón del derrumbe del Muro de Berlín. Un proceso que no se puede reflexionar sin tener ahí, siempre presente, que comenzó en Moscú. Cuando “una dictadura no sobrevivió a la duda”.


Al momento de transformar al muro en souvenir a puro pica y pica, la URSS ya no podía hacer jadear al mundo. Sus contradicciones como sistema político – social – económico, daban la estocada final. No podía disimular nada. Comenzaba a ser leyenda. Terrible leyenda.


Y la unidad alemana emergía no solo como dictado de realidad que se había camino a velocidad uniformemente acelerada. Era sí o sí. Un parto natural. Desde lo racional, un parto sin fórceps. Para millones de europeos. Desde lo emocional, un trago agrio para mucho de la Europa de aquellos días de 30 años atrás. Basta leer las memorias de Margaret Thatcher para saber cuanto lastimó sus encías de tanta rabia conque apretó su mandíbula de cara a la unificación.


Ya no había espacio para aquella sentencia de un célebre intelectual francés a comienzos de los 50: “Amo tanto a Alemania, que quiero dos”.
Había espacio para el recuerdo de cómo se había abonado esa unidad. Abono lento, sí. Abono a pequeños pasos. Como los que dieron muchos años antes de desplome del muro Charles De Gaulle y Konrad Adenauer. Un día, el francés – “novio de Francia”-cruzó la frontera y le estrechó la mano al alemán, el hacedor de la reconstrucción de Alemania por esos días, Occidental. Charlaron largo. No hubo – dicen los testigos – sonrisas. Por lo demás los dos tenían rostros poco agradables.

De Gaulle y Adenauer


– Ya será, no se cuando será…pero será – le dijo el francés cuando se despidieron.
– Sí,sí, ya será – respondió el alemán – , católico él. Conservador. Antinazi. Años de cárcel en las mazmorras hitlerianas. Hombre que no olvidaba el sacrificio que había desplegado para lograr ser abogado. “Para ganar horas para estudiar, ponía mis pies en agua helada para no dormirme”, le comentó aquel día de larga charla al fundador de la V República Francesa.
Y ese ser llegó hace 30 años. A pura pica. El muro comenzaba a ser historia….

Menem se hacía cargo de la presidencia, en medio de una crisis económica.


Argentina vivió aquel proceso fatigada por la dureza de un año terrible. La hiperinflación que había sacado del poder a furia y más furia al gobierno de Raúl Alfonsín. Mandaba Carlos Menem. Que ya en diciembre del 89 se acercó peligrosamente a otra híper. Zafó porque piruetas tiene la historia. Y según el propio riojano, «porque me fui a un retiro espiritual a un convento de Azul. Tres días conmigo mismo, River, Evita y levantándome de madrugada para hacer pan junto los compañeros sacerdotes”, confesará.
Creerle o no creerle, esa es la cuestión.


Pero como para le resto del mundo, el desplome del muro fue un hecho tan natural, tan cantado por la dialéctica de la historia, que no sorprendió. Pero impresionó saludablemente por la intensidad de las imágenes. De las formas. De las emociones conque se desgranaba el proceso.


Argentina no tenía una política exterior muy marcada por protagonismo en materia de la división de Alemania tras la segunda guerra. Es más, con Alemania Occidental sostenía un y sostiene un fuerte vínculo signado por la fuertes inversiones que Alemania tenía en el país desde tiempos que antecedían a Hitler. Caso Bayer. Caso Osram. Industrias químicas de diversos rangos. Estancias en la Patagonia. Y, con Perón en el poder a comienzos de los años 50, Mercedes Benz, Siemmens y etc, etc.


En 1953, además, Argentina había restablecido relaciones plenas con la URSS, congeladas desde 1918, cuando la Revolución Rusa se transformó en roca dura. ¿Por qué recordar esto? Porque como se señaló líneas arriba, la unidad alemana es hija directa del desvanecimiento de la URSS.
Y con la URSS – vale el dato -, Argentina mantenía una sólida relación económica desde mucho antes de ese desvanecimiento. Es más, fue durante la dictadura militar en que esa relación fue intensa.


Vale otro dato. En diciembre del 79 la URSS invade Afganistan. La administración del demócrata  Jimmy Carter organiza un boicot de cereales sobre la URSS. La Argentina de Videla, Martínez de Hoz, lo resisten. Washington aprieta y aprieta fuerte. En febrero del 80 envía incluso a un ex jefe de la OTAN, a poner las cosas en orden. Pero el general Goltpaster, fracasa. La dictadura le dice “No”. Y le siguió vendiendo más de 500 millones de dólares anuales en cereales a Moscú.


Y Moscú jamás denunció la violación de los derechos humanos en aquellos años de la vida argentina. Como tampoco lo hizo Fidel, hijo dilecto de aquel stalinismo.

Y otro dato. En abril de 1977, cuando la matanza era era el común denominador de la dictadura, el Partido Comunista Argentino, sacó un declaración que hizo y hace historia. Hipócrita declaración. Como hijo dilecto de aquel stanlinismo, declaró su respaldo a la dupla Videla – Viola. “Son  la expresión más moderada del régimen militar”, sentenció. Nota firmada por los comisarios mayores de la fuerza: Rubens Escaro y Fernando Nadra.
En fin, historias que se alejan.


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