Majo Riera, la mamá de Lali Espósito, cuenta cómo transformó el cáncer y la separación en una historia de resiliencia y compañía
Majo Riera acaba de publicar "Fue un buen verano", donde narra cómo el cáncer de mama, la separación y la fuerza de su linaje femenino marcaron su vida. Entre la producción del show de Vélez de Lali, y la promoción del libro, comparte la intimidad de un oficio atravesado por resiliencia y diferencia.
De su madre, de su abuela, de sus tías, Majo Riera recuerda algo que le parece crucial: todas eran de talla baja, pero parecían de dos metros. Esa imagen, dice ella, condensa la fuerza de su “linaje femenino”, uno de los temas que atraviesan su primer libro, “Fue un buen verano”, que acaba de publicar Galerna. La escritura fue la manera que encontró no sólo para narrar esa herencia, sino también para mostrar cómo la potencia de las mujeres de su familia y de sus amigas, la sostuvieron en los momentos más difíciles, que fueron muchos.
Aunque no tiene un perfil alto, es posible que a Majo Riera se la conozca más bien por ser la mamá de la actriz y cantante Lali Espósito. No lo usa como carta de presentación, pero tampoco le escapa al tema. Durante el tiempo que le lleva salir de una radio a la que fue para hablar del libro, subirse a un taxi para ir a la oficina de la productora desde donde organiza el próximo de Lali (el que dio en Vélez), y el viaje posterior hasta Pilar para ir al dentista, Majo Riera repasa su vida, la escritura terapéutica y caudalosa del libro, y los muchos subes y bajas que afrontó desde su infancia hasta hoy, a sus 58 años.
“Fue un buen verano” es el resultado de un recorrido marcado más bien por carencias, pérdidas, decisiones drásticas y varios “tsunamis”, como llama ella a los cambios arrasadores que vivió.
El cáncer de mama fue uno de ellos, una enfermedad diagnosticada en 2020, en plena pandemia de Covid, que la obligó a replantear su vida. “Me puedo morir”, pensó, con el peso que da una certeza así, y eligió cambiar de rumbo: se fue de su casa a la de su hija, que en ese momento estaba en España, grabando una serie; se separó de su marido después de 34 años de matrimonio, y se rodeó de unas amigas que se mudaron con ella durante los tratamientos de quimio y rayos. Esa experiencia se transformó en un verano que, para ella, fue luminoso.
-¿Cómo fue el momento en que recibiste la noticia de tu enfermedad?
-Me enteré el 24 de noviembre de 2020 y para el 9 de diciembre ya estaba operada. Fue un tsunami, pero me puso en otro lugar. Me cambió la vida, mucho. Pensé: “che, te podés morir, ahora andá y viví, andá a hacer lo que querés hacer’.
La enfermedad no fue un hecho aislado en su historia. Antes, había acompañado a su sobrina Virginia en un proceso devastador. “Tenía 26 años cuando la diagnosticaron y falleció a los 30. Vivió con tanta dignidad que me allanó el camino. Cuando me tocó a mí, ya sabía lo que quería y lo que no quería”, dice ahora.
El libro empieza y termina con ese sacudón. Pero en el medio, Riera retrocede a su infancia en Buenos Aires primero y en Santiago del Estero después, a lo que tuvo que dejar por esa mudanza, a lo que aprendió a armar; al dolor de ver cómo su padre se iba por largos períodos sin explicaciones, y a cómo su abuela y su madre se las arreglaban con lo que había, con lo poco que había.
-Hay algo que rescatás, sobre todo al final del libro, que es la compañía de tus amigas, pero también el linaje femenino que te sostuvo:tu abuela, tu mamá, tus hijas.
-Sin dudas, y en tanto el libro iba avanzando e iba haciendo un análisis , empecé a buscar un poco en la memoria. Yo viví con mi abuela, mi madre, mis tías. Todas eran de baja talla, pero parecían de dos metros. Esa es la imagen que tengo de mi abuela, de mi madre. No tengo ninguna duda de mi linaje, y de la fuerza de mis hijas, de mis sobrinas, de mi hermana, de la mía. Cuando digo fuerza me refiero a ir siempre para adelante, buscar. Eso tiene que ver con lo que aprendí:a estar erguida, a ser estoica. Yo vengo de ahí, de mi madre, de mi linaje femenino, hay una potencia ahí maravillosa.
La infancia y la juventud de Majo estuvieron marcadas por sacrificios y responsabilidades. Hubo algunos buenos momentos, pero la escasez fue la norma. A los 19, mientras sus hermanos ya estaban en la universidad, ella quedó embarazada. Casi al mismo tiempo, a su madre le diagnosticaron un cáncer de páncreas muy agresivo. Majo nunca llegó a decirle que esperaba un bebé. Tras la muerte de la madre, su novio se fue. El padre de Majo también desapareció por un tiempo larguísimo. Una cosa detrás de otra. Otro tsunami. Así aprendió a criar un hijo junto a sus hermanos y a trabajar para sostener a la familia.
“Ahora, de adulta , puedo verlo: el daño, o las heridas, o las consecuencias que dejaron esas cosas, pero en ese momento solo vivía con lo que tenía y como podía para salir de esa situación. Es decir, me tocaba criar una hija sola, bueno, allá iba: busqué un laburo, dejé la universidad, fui a trabajar a un mercado. Hay que mudarse porque Santiago del Estero tiene un techo para los niños, bueno, vamos, nos mudamos. Todo lo hice así, sin medir las consecuencias emocionales o físicas. En ese momento bailaba con la que me tocaba”, dice.
-¿A esa voluntad y fuerza es lo que llamás linaje?
-Mi madre fue muy cariñosa y ella también hacía con lo que había. Con mi hermana siempre decimos que nosotras con una colita de cuadril hacemos churrasco, después guiso y también empanadas, porque siempre tuvimos que buscarle la vuelta. Hay cosas que cambiaron ahora. Mi hermana y yo fuimos un poco bisagras. MI mamá se guardaba muchas cosas; nosotras ya no tanto y, de acá para abajo, mis hijas, mis sobrinas tienen otro modo: hablan, expresan, exponen, se hacen oír.
En Santiago del Estero, conoció al padre de sus otros hijos y formó una familia con Patricio, Ana y Mariana, “Lali” Espósito.
Al poco tiempo ya estaban viviendo en Buenos Aires.
Otro de los “tsunamis” fue justamente Lali. “La verdad es que ella nos atropelló con su deseo. Se escapó de casa para ir a su primer casting y de ahí nos surgió un mundo que no conocíamos. Aprendí sobre contratos, giras, marketing. Tuve que sacarme el traje de madre para ponerme el de productora”, dice.
Pero aún en ese sacudón de luces y fama, Riera tiene algo que se parece a la sabiduría de saber sopesar el encantamiento con la realidad. “Visto a la distancia, fue una locura: ella tenía diez años, y trabajaba. Eran otros tiempos. A nosotros eso nos pasó por encima y nos surgió un mundo del que no sabíamos nada, que no entendíamos, un mundo que a veces encandila. Hoy, no sé si lo haría. En definitiva, el resultado es bueno porque Lali es una persona equilibrada, ubicada, respetuosa, inteligente. Pero hay muchos casos en los que sale mal.
-Todo eso ocurrió en un momento que también era de mucho sacrificio…
-Y los hermanos tienen mucho que ver porque en este acompañamiento muchas veces ellos han quedado solos porque Lali era chica y había que llevarla, traerla, acompañarla. Eso también hay que agradecerlo. Cuando Lali era chica y llegaba a casa, después de grabar y ensayar no era la estrellita de nada;tenía que levantar las medias, estudiar, hacer el jugo, todo. Yo creo que eso le dio a ella la “normalidad” que tiene ahora.
-¿Cómo te llevás con la fama?
-Bien, porque sé cuál es mi lugar. Yo no soy la famosa. Soy respetuosa del lugar de mis hijas. No hablo de sus vidas privadas. Cuando es algo mío, como el libro o el podcast, me paro desde ese lugar. Descubrí que soy comunicadora y me paro desde ahí.
-Cuando te enteraste de la enfermedad, decidiste separarte. ¿Por qué en ese momento?
-Porque no podía con la angustia de otro. Apenas podía con la mía. Necesitaba estar rodeada de alguien que me dijera: ‘va a estar bien’. Y así fue. Dejé mi casa marital y me fui con lo mínimo: una computadora, la cafetera, unos libros. Mis amigas se mudaron conmigo y me acompañaron durante todo el tratamiento. Ese verano se convirtió en un espacio de reconstrucción. Y después de eso fue que dije: esta es la vida que yo quiero vivir. No quiero más lo otro. A mí, el cáncer se me llevó un montón de cosas buenas, pero también me dejó un montón…
Además del libro, y la productora de shows, lleva adelante Bien de Familia, un podcast en el que entrevista a madres de artistas. “Me interesaba saber si estamos todas en la misma. Es un espacio de conversación y aprendizaje”, cuenta.
“Fue un buen verano” nació casi por azar. Pero ahora que ya está en las librerías, y ella se ve obligada a repasar su vida en cada entrevista, espera “que quien lo lea recuerde a ese amigo que estuvo en las buenas, que resignifique el vínculo con su madre y que comprenda el valor de lo que hay ahí adentro.
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