«¿Por qué son tan lindos los caballos?», un novela de madres, hijas, el cuidado y la memoria

Esta es una historia sobre una madre y una hija, sobre la enfermedad, sobre las palabras, los recuerdos y todo lo que se pierde cuando se pierde la memoria. Esta es una historia real que atraviesa la pandemia y un diagnóstico de demencia frontotemporal. Una hija intenta reconstruir el pasado, y también el presente, con los pedazos rotos de una vida. La autora, Julieta Correa, habló de éste, su primer libro, con Lecton.

“La que guarda los recuerdos de esta familia perdió la memoria, y desde entonces nos encontramos todos en una especie de pausa que es como una meseta, o una pared blanca. En realidad, debería decir: “nos perdemos”. Así comienza la novela de Julieta Correa “¿Por qué son tan lindos los caballos?” (Rosa Iceberg), un libro que reúne las piezas rotas de una historia personal: a los 60, Sari, la madre de la autora, es diagnosticada con demencia frontotemporal. Y entonces, la que fue la memoria de la casa, pierde las palabras y con ellas, los recuerdos.

La autora es la hija mayor de Sari. Tiene dos hermanos mellizos de otro papá. Es 2020, la pandemia obliga al encierro, y Sari tiene su primer brote. Primero para completar una información que le falta y después para recuperar los recuerdos que empiezan a escasear, la hija lee las anotaciones que dejó su mamá, cientos de ellas, por todos lados. Es una fisgona respetuosa, amorosa, una espía que busca el pasado de su madre y también el suyo, parta entender el presente. Lo que encuentra es un tesoro.

Sari, que antes era “graciosa, ocurrente, filosa, mordaz”, que jugaba con las palabras, y que escribía obsesivamente su presente como si adivinara un futuro de olvido, se volvió una hoja en blanco. «Ahora no se ríe cuando le pido una sonrisa para la foto. No me dice una frase apenas corrida de sentido como «el lugar donde está la vaca que se murió» para referirse a Neuquén. No dice nada. Dice cosas, pero lo que entendemos es nada», escribe Julieta.

Para narrar esos días desconcertantes, en los que el tiempo pasa lento pero las recaídas son bruscas, Julieta Correa realiza un montaje fragmentario. Con pequeñas entradas que funcionan como diario, crónica, retrato y pesquisa clínica, ésta, su primera novela no es la descripción de un derrumbe inevitable: es un libro sobre una madre y una hija, sobre lo que significa cuidar, sobre las palabras, la memoria, el olvido y sobre lo que ya no se puede recordar cuando no se puede decir.

-El libro es claramente una historia personal, pero hay asuntos universales. Lo que pasó con Sari es el motor de este libro, pero ¿en qué momento sentiste que querías contarlo?

-Lo que le pasó a Sari fue el motor, sin dudas. En el 2020, cuando empieza a haber cosas raras y después desesperantes, yo, como todos los años, estaba escribiendo un diario. Ahí fui dejando un registro de su enfermedad, de las idas al médico, de los cambios en el lenguaje y lo que iba pasando en general. Primero empecé a contármelo a mí. Porque escribir tiene algo de conversar con una misma. Yo escribía, revisaba ese texto, lo volvía a leer. Me importaba mucho el tema (si es que la madre es un tema) y me gustaba volver sobre ese archivo. Hay algo de los libros, del arte en general, que tiene que ver con volver lo personal universal, y viceversa. En este libro hay cuidado, hay una familia que atraviesa una pandemia, hay un lenguaje que se pierde, está el temor de perder una memoria familiar y una persona adorada. Más allá de nuestro caso puntual, creo que son cosas que le pueden resonar a mucha gente. ¿Cuándo sentí que se lo quería mostrar a otras personas? Primero hice una breve clínica literaria con Santiago Nader, pero él se fue de viaje y frenamos. Y a mediados de 2023 hice clínica con Marina Yuszczuk. Me hizo una devolución muy buena y a fin de año me propuso editar el libro en su editorial. Yo ya no quería contar más, en el sentido de avanzar en la historia, porque Sari ya estaba muy mal. Así que empecé a revisar para atrás, a agregar escenas que la mostraran mejor, que completaran la historia, y en mayo le mandé a la editorial la versión final. Salió cinco meses después.

-El libro atraviesa un momento del país y del mundo -la pandemia- , del que todos huimos en cuanto se levantaron las restricciones. Y sin embargo, parece necesario volver porque aunque aquí no es desencadenante, sí es un limitante  y algo que a Sari le afectaba mucho.

-Es un libro de pandemia, aunque no sé bien qué significa eso. Diría mejor que es un libro muy atravesado por esos años. El encierro y el aislamiento social fueron muy duros para todos, pero especialmente para los chicos, los adolescentes, los viejos y las personas con problemas de salud mental. Sari estaba en ese último grupo. Me gusta pensar que, a pesar de que los procesos médicos fueron más difíciles o más lentos, y el riesgo que implicaba que ella no entendiera qué pasaba y no se cuidara, la pandemia tuvo su lado bueno para nosotros. Tuvimos más tiempo para dedicarnos a los estudios médicos, para tomar cafecitos y dar paseos. Si esto mismo hubiera pasado ahora en que vamos al trabajo todos los días, todo hubiese sido mucho más complicado. 

– Hay una imagen muy hermosa y triste: la que era la memoria familiar, empieza a perderla. Como hija, pero también como escritora, ¿cómo fue esa inmersión en los registros que hacía Sari? 

-Meterme en sus diarios fue un atrevimiento y una decisión polémica, de la que no me arrepiento. Me justifico diciendo que, por un lado, empecé a leer sobre todo los diarios del 2020, 2019, para ver si ella había dejado algún registro de sus cambios de comportamiento. Quería saber si había alguna pastilla que tenía que tomar y hubiera dejado, si tenía resultados de estudios, si había algunos antecedentes psicológicos o psiquiátricos o neurológicos de los que quizás yo no estuviera al tanto, algo que ella hubiera puesto en sus diarios que nos ayudaran a entender qué pasaba a nivel médico. Por otro lado, le daba sus propios diarios de cuando vivía en el campo para que los releyera. No pensaba que iba a recuperar esos recuerdos, pero sí que algo le podía resonar y gustar. Pero la realidad es que los diarios íntimos son una cosa privada que yo no tenía por qué abrir y leer. El que lee un diario ajeno tiene que saber que lee cosas que no están hechas para que las lea y que por ahí hay cosas que no le conviene saber. Después de que ella murió, hace un poco más de un año, no los volví a abrir. Me dan mucha tristeza, pero me da también una suerte de consuelo saber que existe ese registro de su voz y recuerdos y observaciones. Son un tesoro.

-Esta es una historia sobre madres e hijas, sobre ese momento en que las hijas se transforman en sostén de quien fue sostén. 

-Me interesaba contar esa relación, que siempre fue muy importante en mi vida, y que cambió tanto. Mamá era joven para enfermarse y morir, pero yo por suerte no era tan joven -tenía más de 30 años-, para cuidarla. Claro que la extraño muchísimo y me da muchísima pena perderme de compartir todo lo que vino después de su brote y todo lo que me vaya a seguir pasando, pero no me sentía tan joven para cuidarla. Lo que fue muy raro o revelador, y en ese sentido interesante, es que yo nunca me pensé como alguien especialmente abocada al cuidado. No me creía dedicada, ni tierna ni paciente. Esta experiencia, por decirlo de una manera fría, esta enfermedad y este cambio de roles me demostró que eso estaba dentro mío y eso me gustó. Atravesamos el proceso de cuidado de una manera más feliz y más natural, si fuera una palabra posible, de lo que yo hubiera creído que éramos capaces.

-Esta es también una novela sobre las palabras y la memoria…

– En un momento del proceso, me pregunté si lo que estaba haciendo -anotar frases, registrar escenas- no era una manera de continuar los diarios que Sari había dejado de escribir el 5 octubre del 2020. Pero no sé si fue un gesto tan deliberado, más bien una forma de acompañarla, de sostener su voz cuando ella ya no podía. Eso evidencia la importancia que le dábamos, y ahora le doy, a la observación, al lenguaje propio, a la palabra escrita y a la memoria familiar. Y además es un tema que no se terminó para mí, que en algún punto está recién empezando.

-Es también una novela sobre el duelo y sobre el tiempo. ¿Cómo influyó eso en la escritura?

-Empecé a escribir más conscientemente en el año 2021, pero cuando junté todo el material que tenía y lo puse en un archivo separado vi que tenía apuntes del comienzo de la pandemia. Al principio era un registro para no olvidar y una pesquisa: anotaba los síntomas, los diagnósticos, los cambios. Un poco después decidí que iba a contar el proceso de la enfermedad. Con la tristeza, el enojo, la ternura, las idas y vueltas, las mejoras y las muchas horas de vértigo quieto. Escribía cuando volvía a casa, me costaba hablar de todas esas horas pero a la vez no tenía ganas de hablar de otra cosa. En un momento decidí dejar de avanzar en la trama de la realidad. Decidí no seguir contando el deterioro, porque no me interesaba hacerlo y también porque me daba mucha tristeza. 

En la manera en que contás todo, además de poesía, hay cierto humor. No es la crónica de un derrumbe inevitable desde un punto de vista lastimero. Tiene chispazos, recuerdos risueños, algunos disparates llenos de ternuras. ¿Cómo elegiste el tono de lo que querías contar?

-Yo no quería que fuese ni un relato de su muerte ni de su deterioro. Quería que apareciera ella como era y como había sido, porque Sari era muy divertida. También me interesaba que hubiera humor porque hubo mucho humor durante esos años. Los juegos del lenguaje, el absurdo, son la base del humor, y la demencia tiene mucho de ambos. Tampoco quería que tuviese un tono quejoso. La vida es dura en general y nosotros tuvimos tanto suerte como privilegios, a pesar de la tragedia. Con la escritura yo quería hacer un registro de esos años pero también un homenaje a Sari. Y los homenajes no pueden ser solo queja y solemnidad, tienen que ser una celebración. Cuando Marina Yuszczuk (de la editorial Rosa Iceberg) me dijo que lo quería publicar, estuve ocho meses escribiendo y corrigiendo el estilo, la forma y agregando escenas. No sé cómo se cuenta el duelo o cómo se cuenta el paso de un tiempo lento pero son dos cosas que me interesaba pensar especialmente y el libro se hace esas preguntas.

-Aunque Sari no era una persona mayor, hay en esa reivindicación de sus gustos y sus intereses (por los caballos, por el campo, por el museo que dirigía su abuelo), una mirada de ternura y también de gratitud hacia los adultos, algo que actualmente parece desechable. ¿Qué opinás de esa mirada hacia los adultos?

-Hay una dimensión política en el planteo del libro que me interesa mucho. Creo que habilita una conversación sobre estrategias de cuidado y de ternura en esta época tan cruel con los viejos y los enfermos. Pero también sobre políticas públicas; el cuidado es cultural y tiene que enseñarse y promoverse desde el estado, pero además es un trabajo que se tiene que valorar y pagar bien. La política de la crueldad que promueve el gobierno, recortar subsidios a medicamentos, desfinanciar hospitales generales y de salud mental, darle una miseria por mes a los jubilados y encima reprimirlos todos los miércoles es una estrategia criminal contra todos los ciudadanos. Creo que la vida de las personas mayores, enfermas o que tienen alguna forma de debilidad merece cuidado, respeto y dignidad. Y aunque el libro es íntimo, y está muy cerca de mi historia personal, me gusta pensar que también puede leerse en esa clave: como un llamado de atención y una reivindicación.

– Esta es tu primera novela. ¿Cómo fue ese camino, cómo viviste la recepción del libro?

-La salida de un primer libro supongo que siempre tiene algo de aterrador. En este caso, por suerte, está teniendo una buena recepción y se está leyendo. Ahora las redes sociales permiten que cualquier persona que lee un libro y le gusta puede googlear al autor o la autora y mandarle un mensaje. Estoy muy agradecida de eso y sé que tiene que ver con el tema y su componente emocional. Estoy muy agradecida con Marina que lo quiso publicar y que después hizo un trabajo inteligente y preciso y clave de edición. Y también con toda la editorial, Javiera Pérez Salerno que hace la prensa, Facundo Pérez Tomas que hace las redes y la distribuidora que es Blatt y Ríos. Diría entonces que estoy sorprendida para bien y muy agradecida y también ya pensando si alguna vez volveré a escribir alguna cosa y si estará buena y si está buena si saldrá y si sale si le interesará a alguien. En fin, todos pensamientos medio neuróticos e inevitables pero felices.