Un libro al mes: «Tarántula», segunda parte
En la segunda entrega del libro del mes -"Tarántula", del guatemalteco Eduardo Halfon (Libros del Asteroide. 2024)-, la trama y la delgada línea que separa lo real de la ficción, en una historia que se hace grandes preguntas.
La lectura es un acto solitario, introspectivo. Pero “Tarántula”, la pieza más reciente del rompecabezas que minuciosamente va armando Eduardo Halfon -la pieza más inquietante de ese rompecabezas-, genera la imperiosa necesidad de hablar sobre lo que ocurre en el libro, de levantar la cabeza y encontrar a alguien que diga que sí, que eso que se lee es completamente perturbador.

Un libro al mes: «Tarántula», de Eduardo Halfon
Eduardo Halfon, que siempre aparece en sus libros con su nombre real (aunque a veces desdibuja la delgada línea entre mentira y verdad), tiene en esta historia 13 años. Su familia ha dejado Guatemala cuatro años antes y ha huido a los Estados Unidos, escapando de la violencia y la guerra civil que hay en su país. Pero, inexplicablemente, el padre resuelve que Eduardo y su hermano regresen solos a Guatemala para participar de un campamento “de supervivencia para niños judíos”.

La primera incomodidad está plantada. El preadolescente Eduardo no tiene ganas de ir, un poco por rebeldía, pero también porque ya no se siente parte de Guatemala, ni del todo cómodo con el idioma que tuvo que dejar junto con la huida, ni tan seguro del judaísmo.
Él mismo lo escribe así: «Pero también recuerdo que a esa edad, no sé si por principio o por pura rebeldía (un poco de ambas, desde luego), comencé a rechazar las imposiciones de mis padres. Ahora entiendo que mi rechazo no era a esas imposiciones, o no directamente, sino a todo lo que mis padres representaban, a su mundo en general. Para un niño, empezar a deshacer el mundo heredado es uno de los pequeños pasos paulatinos hacia construir uno propio. Yo rechazaba sus horarios, sus reglas, sus gustos, sus dietas, sus deportes, sus ideas, incluso su lenguaje: desde que habíamos llegado a Estados Unidos, yo me negaba a hablarles en español; ellos me hablaban en español y yo les respondía en inglés. Pero mi más grande rechazo, y sin duda el más escandaloso, fue hacia el judaísmo».
Los dos temas, su identidad como judío y como guatemalteco, recorren toda su obra, y lo convierten en alguien que huye, reniega y a su vez busca sus raíces todo el tiempo. Cómo si buscara la respuesta a la pregunta qué es la identidad: ¿El lugar en el que se vive, en el que se nace, la religión, la familia? ¿La infancia? ¿Todo eso junto? «Mis lectores saben lo importante que es para mí la infancia. Me muevo constantemente en esa etapa. Es como un paraíso perdido, por eso cuando escribo trato de recuperarla. Hablo de esos 10 años en los que hablaba en español. Y cuando vuelvo a esa etapa recuerdo cosas que creí olvidadas”.
El viaje al trauma
Los primeros días en el campamento parecen duros, y aunque los instructores lleven ropa de fajina militar, no ocurre nada que anticipe lo que vendrá: la mañana del cuarto día, cuando los despierten a los gritos y empujones, y en la que Eduardo vea a su hasta entonces admirado instructor, Samuel Blum, con lo que él cree que es una tarántula roja en el brazo. El campamento ha sido transformado en algo siniestro. Y la historia, que tiende su brazo hasta la actualidad, revive todo lo traumático de aquel episodio de adoctrinamiento. Lo hace a partir a partir de un encuentro en París con Regina, una ex compañera de aquel campamento, que lo llevará a su vez a verse otra vez con Samuel Blum, el más perverso de los instructores.
¿Cuánto hay de real y cuánto de ficción en este libro? Es una pregunta que siempre queda latente tras leer las historias de Halfon. En este caso, el campamento existió, con todo su sistema represivo, de vigilancia y disciplinamiento, bajo la apariencia de una experiencia formativa. Pero la novela juega con la ambigüedad de los recuerdos y con la imposibilidad de narrar el pasado sin transformarlo, sin pasarlo por el tamiz siempre distorsionado de la memoria.
¿Se puede conocer a Halfon a través de sus libros? Es probable. El escritor traza una suerte de autobiografía que se va armando a través de sus libros, aunque el avise que la ficción se cuela y que los recuerdos ya no le pertenecen del todo. «Soy un cronista de ficción y el telón de fondo es mi vida», avisa en más de una entrevista.
Pero eso no es lo importante. Esta historia -con lo que tiene de verdad, con lo que hay de exageración o de invento-, indaga en el lenguaje (la lengua de nacimiento, la adquirida, el hebreo), en la identidad propia y compartida, y en la historia, bajo la pregunta de si es necesario sentir el dolor de las generaciones pasadas para afrontar el futuro. Eso es lo que cuenta.
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