Lo que Biden puede aprender de la política peruana

En medio de los ríos de demandas infundadas y falsas acusaciones de fraude electoral que el presidente Donald Trump hizo después que se dieran a conocer los resultados de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, una de ellas llama mi atención: “El mejor encuestador de Gran Bretaña escribió esta mañana que esta fue claramente una elección robada, que es imposible imaginar que Biden superó a Obama en algunos de estos estados.”


No es una idea aislada. Personalidades conservadoras y republicanas han puesto en duda la capacidad del presidente electo Joe Biden para superar −en más de 11 millones de votos− los resultados que Barack Obama obtuvo en el 2008. FactCheck.org desmintió ese tipo de comentarios.


Las dudas tienen un origen verosímil: Biden fue un candidato desangelado, su desempeño en el debate presidencial fue lánguido y su campaña, un témpano de hielo en comparación con las movilizaciones que despertaba la esperanza Obama en su primera contienda. Su elección −y el volumen de votos totales  logrado− se explica mejor por la conjunción de opositores a Trump, una dinámica similar a la que ha marcado las elecciones en los últimos 20 años en Perú. La armonía que hay luego de un escenario así, sin embargo, es efímera.


La caída del régimen del expresidente peruano Alberto Fujimori, en 2000, fue precedida de una elección marcada por la disputa entre el fujimorismo autoritario contra un frente antifujimorista democrático liderado por el entonces candidato presidencial Alejandro Toledo, en la que por un fraude electoral ganó el primero. El sistema electoral peruano y el estadounidense son muy diferentes, pero la realización de una segunda vuelta en Perú ha hecho, en la práctica, que el voto fragmentado se concentre alrededor de dos opciones presidenciables.


 Las últimas cuatro elecciones peruanas tuvieron el mismo comportamiento: tras la recuperación de la democracia, Toledo ganó la presidencia por la oposición del electorado a su competidor, el expresidente Alan García, responsable de la mayor inflación peruana en el siglo XX. En 2006, García cautivó los votos opositores a la “amenaza chavista” que representaba Ollanta Humala; en 2011, Humala triunfó con una coalición antifujimorista frente a Keiko Fujimori; y en 2016, Pedro Pablo Kuczynski repitió esta fórmula contra la misma opositora. Nosotros llamamos a esta forma de votar “elegir al mal menor”: no es que la balanza se incline a favor de un candidato por las simpatías que despierta, sino por el rechazo a lo que simboliza su competidor.


Los convulsionados años recientes en el Perú tienen como punto de partida la polarización que derivó en la elección de presidentes sin bases sociales sólidas, sostenidos por aliados endebles o que se apartaron en el camino. Ninguno de los presidentes elegidos logró transformar ese voto de rechazo en una simpatía política que haga más robusta la posición de su partido hacia el futuro.


 Las fuerzas perdedoras no salieron del escenario, sino acumularon fuerzas y han generado crisis políticas, y en el peor de los casos, desestabilizaron al gobierno. Si la disputa entre el fujimorismo y el antifujimorismo marcó la dinámica entre el 2016 y el 2019, el cierre del Congreso peruano, por decisión del expresidente Martín Vizcarra, generó una fragmentación de los conflictos −incluyendo la destitución presidencial− en lugar de culminarlos.


 Biden logró captar, con habilidad, a un universo de opositores a Trump integrado por mujeres, jóvenes, minorías raciales y graduados universitarios, según AP VoteCast. Kamala Harris, su compañera de fórmula y ahora la primera mujer que ocupará la vicepresidencia, seguro tuvo un papel importante en ello. ¿Pero la oposición a Trump será suficiente para sostener el respaldo de estos grupos a lo largo de su gobierno?


El entusiasmo por la derrota de Trump ha generado pronósticos alentadores sobre el retorno a una vieja normalidad. Pero esos deseos chocarán contra una realidad compleja.



El entusiasmo por la derrota de Trump ha generado pronósticos alentadores sobre el retorno a una vieja normalidad de la política estadounidense, y la esperanza de que Biden reconcilie a una nación dividida. Pero esos deseos, lamentablemente, chocarán contra una realidad compleja más temprano que tarde.


 Pese a que la democracia peruana es frágil en comparación a la estadounidense, lo que sucedió aquí debería ser un espejo en el que se miren. Aunque la victoria de Biden parezca aplastante (306 delegados del Colegio Electoral frente a 232), los resultados electorales de Estados Unidos traen un dato que no es menor: Trump también superó la votación histórica de Obama en 2008. Es más, a diferencia del expresidente que perdió 3.5 millones de votantes entre una elección y otra; Trump ganó más de 11 millones con respecto a 2016, pese a su conducta díscola, sus mentiras y la polarización que ha generado.


Biden debería tener claro que su elección no se basó tanto en un mérito personal, sino en un rechazo colectivo. Es probable que sectores de sus votantes poco a poco se desilusionen de su gestión, por lo que uno de los puntos importantes de su legado debería ser transformar ese voto anti Trump en un voto pro demócrata. De otro modo, un líder con iguales características que Trump, pero más sagaz políticamente, podría revitalizar el discurso y darle otro impulso.

* Reportero político y de investigación. (The Washington Post)


En medio de los ríos de demandas infundadas y falsas acusaciones de fraude electoral que el presidente Donald Trump hizo después que se dieran a conocer los resultados de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, una de ellas llama mi atención: “El mejor encuestador de Gran Bretaña escribió esta mañana que esta fue claramente una elección robada, que es imposible imaginar que Biden superó a Obama en algunos de estos estados.”

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