Manu Chao en Neuquén: la fiesta sin fin
El músico francés y su banda hicieron un show arrollador en el Ruca Che
Música
“¡Qué más…!”
Como si nada hubiera pasado hasta entonces, Manu Chao desafió al público. Y para entonces había pasado mucho en un Ruca Che encendido.
Habían pasado casi dos horas de recital, pero esas dos horas apenas fueron de reloj porque pasó mucho más que eso.
El paso de Manu Chao por Neuquén, en la noche del viernes, fue arrasador. Una auténtica aplanadora de música y energía capaz de reducir a nuestra aplanadora del rock a un simple tractorcito de jardín.
De gira por Argentina con “La Ventura”, el músico francés desató una fiesta que parecía no tener fin hasta que el último de la banda -y que no fue Manu Chao- abandonó el escenario. Para entonces ya eran la 1:20 de la madrugada, dos horas y cuarenta minutos después de que el mismo sujeto apareciera en escena a pura carrera y arenga.
Juan Mocciaro
El enorme Gambeat, antes conocido como Jean Michel Dercourt, es el verdadero maestro de ceremonia de esta gran fiesta de muchas lenguas y ritmos.
Gigante como músico y en su anatomía, el gran Gambeat arengó a todos y dio comienzo al show desde el fondo del escenario detrás de su consola y con el bajo colgado.
El caos organizado de Manu Chao sólo es posible si lo acompaña una banda tan entregada a locura como él mismo. La guitarra de Madjid Fahem, la batería de Phillippe Teboul, su compañero desde los tiempos de Mano Negra, Gambeat y Gabriele Blandini y Gianluca Ria, los dos italianos frenéticos encargados de los vientos.
Uno a uno fueron ingresando los músicos y por fin Manu Chao. Desde entonces y hasta el final no paró nadie de bailar ni de saltar. “Mr. Bobby” fue el comienzo de esa larga canción de una hora y media. No hubo cortes ni espacios, sólo una canción que fueron muchas y no siempre diferentes.

Así pasaron “La vida tómbola”. “Me gustas tu”, “RadioBemba/El Dorado”, mezcladas con fragmentos de otras canciones, ritmos y frases sueltas como consignas. “Se fuerza la máquina”, repitió, incansable, como desafío a un público siempre inquieto que no aflojó. También lo arengó a que “la hora de pasar a la acción” había llegado. Y una sirena policial ululando de principio a fin como la banda de sonido precisa en tiempos de protocolos de protesta.
Manu Chao no se dio tiempo para discursos ni gruesas bajadas de línea, pero hizo algo mejor que eso: le dio ese tiempo y lugar a las voces principales. Así, subieron al escenario a decir lo suyo agrupaciones de pueblos originarios y la asamblea permanente por el agua, quienes defendieron el la vida y la tierra. Tras hora y media de recital fue el turno de las víctimas del gatillo fácil y por último, ya en el final de la noche, los ceramistas de Fasinpat.

La segunda parte retomó el frenesí inicial. “Qué pasó que pasó…!” gritaba Manu enredado en sirenas policiales. “Gracias por la vibra”, devolvió. “Gracias Neuquén”. Y, golpeando el micrófono contra su pecho dando lugar a un beat preciso y bien corporal, siguió con “Clandestino”, dedicado a todos los ahogados del Mediterráneo, en palabras de Manu Chao. Luego, “Rainin’ in paradise” y “Mi vida”.
El último tramo de la segunda parte cerró con un intenso y extenso paseo por Mano Negra con “Amérika perdida”, “King of Bongo” y “Machine gun”. Hasta aquí, hora y media. No iba a quedar así, y no quedó. A la vuelta, disparó “Welcome to Tijuana”, “El viento” y la arenga contra Monsanto, la multinacional de agroquímicos. “Te lo digo te lo canto: fuera Monsanto”, bramó Manu. En las tribunas, una bandera rezaba “Andate Monsanto, las semillas son libres”.
“Desaparecido”, “Lágrimas de oro”, “Rumba de Barcelona”, “Mentira” y “Mala vida”, en lo que parecía un gran cierre. Pero tampoco. La fiesta estaba resuelta a no tener fin. Y fueron con “Cómo que no?”.

“Y ahora qué?”, desafió Manu, luego de dos horas sin descanso de música de alta intensidad. Y lo que siguió fue ese par de italianos alocados entonando una acelerada canzonetta siciliana para delirio de una multitud desatada.
“Siempre volveremos Neuquén”, prometió Manu mientras sonaba “Volver, volver”. Fue el cierre. O casi. Los músicos saludaron, arengaron, volvieron a saludar, jugaron el público y se fueron todos menos el gran Gambeat. Y todo quedó como al principio: él y todos nosotros. Salvo que habían pasado casi tres horas de fiesta y locura.
No habrá show más caliente en Neuquén en lo que queda de año. No lo habrá venga quien venga. No lo habrá hasta que Manu Chao vuelva.

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