Marlene Dietrich
Una leyenda en imágenes
s de Marlene Dietrich, la mujer que nació en Berlín en 1901 y murió en París en 1992 y que fue la imagen de la ilusión y fantasías de todo un siglo. Amada hasta la idolatría fuera de Alemania, figura controvertida en su propio país, esta mujer fascinante es la imagen de la diva por antonomasia. Ninguna otra actriz se dedicó de manera tan meticulosa a esmerilar su vida y su obra como un inmaculado viaje hacia el glamour sin fisuras.
Ya en sus primeros filmes aquellos que prefirió olvidar, la Dietrich elegía cuidadosamente sus papeles y a partir de una primera adecuación, hasta el rodaje de El Angel Azul, en la industria cinematográfica de su país, logró una trascendencia tan grande que el salto a Hollywood sólo confirmó su potencialidad hacia una carrera que resultó fulgurante.
La carrera de Marlene Dietrich tuvo un Pigmalión indiscutible y genial en el director Josef von Sternberg, quien a partir de El Angel Azul puso su sello en la todavía regordeta estrella, hasta pulir en los más mínimos detalles lo que sería un verdadero fenómeno de imagen y personalidad. La legendaria Lola -Lola cantaba «Estoy hecha para el amor, de la cabeza a los pies», y arrastraba hasta la ruina a un prestigioso profesor (Emil Jannings). Allí la Dietrich era una vampiresa, pero se adelantaba a una vida de amores bisexuales que harían historia y serían una avanzada de la suprema ambigüedad de su imagen. También era el vivo retrato de una sociedad que desde la decadencia abría las puertas a las atrocidades del nazismo.
En el libro que escribió su hija María Riva, la Dietrich en una de sus múltiples cartas a su marido Rudolf Sieber, a quien le contaba detalles de absolutamente toda su vida y amores, cuenta el efecto notable de von Sternberg sobre ella «…yo soy su producto, creación suya; él me pone sombras en las mejillas para hundirlas, me agranda los ojos y yo quedo fascinada por la cara que aparece en la pantalla y todos los días espero con ansiedad que se pasen las escenas del día, para ver qué aspecto tengo yo, su criatura», decía la que había sido saludada en Hollywood y a escala mundial como «la nueva sensación de Alemania» y «la réplica de la Paramount a la Garbo», haciendo alusión a la que siempre fue su rival.
Por supuesto Marlene Dietrich aquilató todo del aprendizaje con su maestro y nunca más abandonó la imagen que supieron conseguir juntos, hasta tener cerca de 90 años, cuando esa imagen no pudo ser mantenida y se encerró en su departamento de París, casi 10 años, donde se desmoronó en todo sentido, para desolación de un mundo contagiado de su fascinación.
Fue una trasgresora y una adelantada en vida y arte, se convirtió en el símbolo de un erotismo inquietante y enfermizo, devorador y devorado por su apasionada vida y amores. Su marido fue el amigo-testigo de todo al igual que su hija: desde sus pasiones con Chevalier, Gilbert, Remarque, Mercedes de Acosta, Piaf o Mae West, hasta la infinidad de amores con hombres y mujeres que vivió con inocultable placer y libertad, como vivió la obsesiva prolijidad de las tomas y las luces, los mínimos detalles del vestuario, la legendaria expresión y eterna juventud, los placeres más exquisitos de la gastronomía, su predilección por la ropa masculina y su deslumbrante femineidad a la hora de la seducción en la vida y el espectáculo.
La Dietrich vivió con una intensidad envidiable, era incansable. Con esa personalidad fue mimada por el mundo internacional y su caso es paradigma de lo que sentían los fotógrafos frente a esta profesional de la imagen. A lo largo de su carrera fue retratada por fotógrafos consagrados internacionalmente y por otros menos conocidos y anónimos. Sin embargo el cuidado y profesionalismo con el que la actriz ha abordado la tarea de posar ante la cámara, dio como resultado una proyección de su imagen sin fisuras, lo que aportó a la creación de un mito que todavía se mantiene.
Con más de 50 años de carrera y alrededor de 40 filmes, Marlene Dietrich nunca bajó los brazos. Tan apasionada como egocéntrica y terrible, lo suyo resultó siempre espectacular. Cuando no tuvo mas a von Sternberg, ella misma siguió construyendo su inefable personalidad para la pantalla y la vida. Después de colaborar en la Segunda Guerra Mundial y sin prestar demasiada atención al cine -que casi la había dejado de lado- fue la generadora de un rotundo éxito, cuando se le propuso un show en Las Vegas y ella lo trasformó en un recital unipersonal que paseó con los años por todo el mundo. Allí sola, sobre un escenario, solo alumbrada por un haz de luz, Marlene Dietrich estaba vestida con una suerte de armazón diseñado especialmente para ella que daba la sensación de un cuerpo absolutamente perfecto. Sobre ese armazón estaba su vestido de luces y sobre el vestido sus inmensas capas de cisne, zorro o pieles blancas. Ella era una aparición para los públicos del mundo -incluido el de Buenos Aires donde estuvo en los 60- que la veían y la escuchaban entonar con su voz ronca. Entonces en medio de esas canciones tan suyas se producía el milagro de una ilusión, la belleza en estado eterno que seducía por una categoría de refinamiento increíble. La misma magia de sus filmes, de sus fotos, pero en vivo. El mundo se rindió a los pies de esta reina de luces, brindando tributo a esa magia, la magia que hoy se ha perdido en un mundo teñido de estupidez y vulgaridad. Marlene Dietrich dominó un siglo con ella y la dejó como una joya para el recuerdo.
Julio Pagani
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