“Morir bajo el puente del Ñireco”

Hace unos meses murió de frío un hombre bajo el puente del Ñireco. Fue noticia por algunos días en la ciudad. No figuró su nombre y conocer su identidad llevó bastante tiempo. Ese hombre que murió se llamaba Fortunato San Martín. No lo conocía mucho, pero sí sé que se aparecía por la salita del barrio San Francisco trayendo algún compañero de calle para que sea atendido por algún problema. No recuerdo que el haya consultado para sí mismo. No sé más de él, sólo ese gesto solidario de acompañar a otros. De las diferentes formas de morir, la muerte por frío y en soledad es una metáfora poderosa que puede decirnos mucho de lo que somos y de lo que permitimos que ocurra. Debo aclarar que no murió en completa soledad, lo acompañaba un perro. Puede ser que no recordemos que también somos animales, y de un tipo especial: somos animales de manada, de jauría, armamos grupos; ahora lo llamamos “redes”, “armar redes”, redescubriendo algo que es ancestral. Las primeras agrupaciones humanas fueron grupos de 100 a 150 personas. En ellos cada miembro ocupaba un lugar; existía una conciencia clara de que la sobrevivencia era posible si se estaba con otros. ¿Por qué no nos lamentamos de haber perdido esa tradición o sabiduría ancestral de sabernos en grupo? Ahora es diferente, ahora somos ciudades. Claro, la ciudad es salvaje y, cuando esto ocurre, predominan los más fuertes. Los que tienen poder de decidir sobre otros. No podemos construir una imagen común, un aglutinante que nos represente, y entonces –como reacción, porque está en nuestra sangre juntarnos, pertenecer de alguna forma– esta ciudad está llena de múltiples grupos por los más variados intereses. Basta presenciar el desfile del 3 de mayo para saber de qué hablamos. También hemos escuchado mucho en estos tiempos sobre que la “solidaridad” es nuestro fuerte; ahora hay que agradecer a un volcán que nos permitió –desde el sufrimiento común– sabernos uno. Por haber juntado un poco de cenizas en algunas calles no nos recibimos de nada. Los derechos tienen una deuda tan grande que la solidaridad, que parece un sentimiento que según como nos levantemos ese día está más o menos presente, no alcanza. Creo que somos los constructores de todo eso de lo que nos quejamos, de los miedos que nos agobian, de las inseguridades y temporadas bajas. Fortunato murió solo, de frío y acompañado de un perro, debajo de un puente. No tuvo derechos, no tuvo gestos solidarios, no tuvo compañía, quizás no eligió cómo morir. Hoy, una cruz en el lugar colocada precariamente por uno de sus compañeros de ruta es la única señal en su memoria. Creo que Fortunato y su perro –y aquí va mi homenaje– nos enseñan muchas cosas: a algunos quizás a indignarse ante lo injusto, a otros a mirar hacia el costado y ver a los demás y a otros a decidir participar de alguna forma, de una vez por todas. En suma, nos enseñan a actuar y a ser más humanos entre todos. José María Ali-Brouchoud DNI 20.117.420 Bariloche

José María Ali-Brouchoud DNI 20.117.420 Bariloche


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