Motoqueros, la tribu que vive y sueña en las rutas
Códigos y leyes de los motoqueros que invadieron Choele.
por: SERGIO ESCALANTE
El tipo, sin nombre y con el cuerpo cargado de cuero negro, se despatarra sobre una silla enclenque. Ha recorrido centenares de kilómetros para poder llegar a este oasis a la orilla del río y a la vera del desierto patagónico. Mira. Observa por sobre el borde del enorme vaso de plástico cargado de cerveza al resto de los concurrentes de la nutrida mesa. Una mezcla heterogénea de edades, vestimentas, colores.
Integrantes todos de esta tribu interurbana, que comparten la misma pasión, que se alimenta con los mismos rituales periódicos, llamados encuentros de motoqueros, y donde no hay ritos iniciáticos sino sólo la mano extendida de la bienvenida. Cae la noche y en el cielo se dibuja un desparramo infinito de estrellas. Decenas, miles de noches como esa, el tipo sin nombre y cargado de cuero, ha pensado en el nuevo viaje, en el camino que lo llevará a una nueva ciudad. Rara estirpe de nómade moderno. Jinete de noches largas y mañanas breves. Abandonando todo. Dejando todo. Sólo está la ruta que corre bajo los pies, el viento contra el pecho y el ruido del enorme motor del caballo de hierro.
Los mira llegar a la ciudad mínima como pájaros metálicos migrantes, en bandadas o solitarios. La mayoría de ellos trabajadores, profesionales, cansados del hastío que arroja la cotidianidad semanal. Una diversidad que va desde empleados y peones hasta un juez. Y hasta algún policía devenido en motoquero.
Para todos ellos la moto ha dejado de ser un simple objeto, un móvil, para convertirse en un ícono. En algo a lo que se ama, se adora, se cuida. «Para mí es un símbolo de libertad», dice Tito de 60 años, que desde hace 20 años recorre las rutas del país, que se niega además a dar su apellido y nombre, porque ya todos lo conocen así. Y porque además, sostiene, «la última vez que salí en el diario me vino a buscar la Federal, pero no tenía nada raro»
Y relata cómo nació esa pasión: «Cuando yo tenía 8 ó 9 años y vivía en Rufino, en provincia de Santa Fe, llegó mi tío con una Harley 48. La observé tan grande, que desde ese día mi sueño fue tener una moto. Esto es una cofradía», dice y se acoda en el mostrador mientras espera la comida y señala al resto de la concurrencia. «Yo soy feliz viajando con mi moto y con mi hijo», agrega y señala dos máquinas, personalizadas, espe
cialmente preparadas por él. La que le pertenece es una enorme Yamaha Virago pintada de un color Fucsia, con espejos como navajas.
Tito, vestido de cuero y con un pañuelo negro que le cubre la larga cabellera blanca, habla sin tapujos. «Yo vivo de esto, es mi vida», dice y se golpea el pecho. «Armo motos, compramos viejas y las rearmamos. Así pudimos armar la de mi hijo. No vamos a todos los encuentros que queremos porque hay que llevar guita», sostiene. «Yo pasé por todas. Llegué a Neuquén hace muchos años y ahí conocí a mi mujer, pero siempre estuvieron las motos», comenta y enumera una larga historia de marginación, excesos y tropiezos.
«Salí de la cárcel en Neuquén y me quedé. Y pude tener mi moto. Ahora estoy más tranquilo. Y acá me encuentro con amigos», agrega. «Nunca voy a renunciar a mi libertad. Soy como el cóndor», parafrasea un poema escrito por él, hace ya mucho tiempo. Durante el fin de semana, Tito, recorre las calles, los caminos de tierra de la isla. Huele, siente, vive la libertad.
Los motoqueros son la única tribu interurbana de la modernidad, donde no hay distinciones de raza, profesión o gustos.
Por supuesto este no es el club de la Harley o de la Indian -marcas americanas subliminadas por el cine y difundidas entre los bikers de mayor poder adquisitivo- cuyos encuentros se caracterizan por ser cerrados y exclusivos. «Esto es una pasión, que va más allá de cualquier diferencia. No importa la cilindrada o el modelo de moto», dice por su parte Carlos, llegado desde Buenos Aires.
Por caso, a diferencia de lo que piensan muchos vecinos, los motoqueros lejos están del estereotipo transmitido principalmente por el cine y multiplicado en gran parte de la población. No existe tendencia a la violencia, como tampoco a la desmesura y el alcohol no es más que el elixi que ameniza los reencuentros.
«Lo que nosotros dejamos es lo que vamos a recibir luego. Por eso no sólo nos cuidamos entre nosotros, no generamos disturbios ni queremos que estos se generen», menciona Esteban llegado desde la provincia de Buenos Aires. Sobre la violencia: «Ese es un mito que en muchos lugares todavía se mantiene pero que no es verdad», sostiene por su parte Hugo Herrera de Viedma. «Uno va predispuesto a pasarla bien a no molestar a nadie. Somos gente común», subraya. «Ahora un encuentro de motos es más cultural, no es como antes que era exclusivo para el motoquero, ahora participa todo el mundo», agrega.
No existen preferencias de motos. «Vos tratás igual al que tiene un Goldwind, la moto más grande y lujosa de la línea Honda, o una Harley, que al que tiene una zanellita 50 cc. El que es motoquero de alma se junta con cualquiera que tenga una moto», sostiene Miguel Angel Po, de Neuquén. «La moto es muy personal, muy de uno. Además las vas adaptando de acuerdo a tus posibilidades. La moto es un sentimiento. El año pasado me vine en una 50 porque me habían robado la moto, pero me vine igual», subraya y agrega, experto: «Vos te das cuenta en la ruta de quién es motoquero y quién no lo es. Porque el que está empezando se detiene cada 40 ó 50 kilómetros. En cambio el que ya ha viajado lo hace cada 150 ó 160».
Mientras que Américo, también de Viedma, dice sobre los viajes: «Tenés que sentir el viento en la cara. Esa es la mejor sensación y la única que puede describir lo que se siente viajando en moto. Porque vos podés viajar en tren, en avión, en auto, pero lo que vas a sentir en la moto no tiene comparación».
Si bien en general las motos de gran cilindrada permiten alcanzar altas velocidades de hasta 190 y 200 kilómetros, todo los motoqueros coinciden en resaltar que se viaja a una velocidad promedio de 110 ó 120 km. Esto hace más confortable y seguro el viaje. Porque, tal como sostiene Leandro Alvarez, comerciante de General Alvear -Mendoza-, «a la moto hay respetarla.Yo me encuentro con amigos, esto es una forma de hacer turismo».
Al rato, en silencio, el tipo sin nombre y cargado de cuero, se levanta. Se sube a la moto y una estela de tierra cubre su retirada. La ruta espera.
Algunos pequeños detalles
Según dicen algunos estudiosos del tema, el término motoquero se habría originado en España. Actualmente, muchos lo utilizan para referirse a la personas que por oficio reparten bienes en moto a domicilio. Quienes practican la salida y se reúnen en ciudades suelen usar también términos como bikers, moteros, motoques y hasta moto-viajeros.
Si bien en un principio se trata de un círculo principalmente de hombres, la mujer también ha ido ganando espacios. En Choele Choel el encuentro tiene características de reunión de familia.
Pero, como indicó José Ruiz, «sobre todo en los encuentros que se hacen en provincia de Buenos Aires, se puede ver a mujeres solas con sus motos».
Para enterarse de los encuentros, la trasmisión boca a boca es fundamental. Los moteros se cuentan detalles de la organización y de los lugares, pero también ahora internet juega un papel fundamental, como así también algunas publicaciones como «El Manillar», una pequeña revista que se vende en los encuentros caratulada como la biblia de los motoqueros.
Más de 500 de todo el país
El encuentro que por estos días le cambió la cara a Choele reúne a más de 500 motoqueros de todo el país. Durante las últimas dos jornadas hubo un impresionante movimiento en la localidad valletana, que tuvo su pico con la tradicional caravana que se hizo ayer a las 19 horas por las calles céntricas de la localidad y por caminos rurales de la comarca. Hasta ayer habían llegado motoqueros de todos los rincones de Río Negro, y de provincias como Mendoza, Buenos Aires, Neuquén, La Pampa y Chubut, por lo que esta edición es la que mayor éxito tuvo. Tanto los organizadores de la agrupación «Ruidos Extraños», como de la municipalidad, se han mostrado más que satisfechos por cómo se ha venido desarrollando esta reunión.
Para hoy se planearon realizar un asado de despedida, dado que muchos motoqueros emprenderán el viaje desde temprano debido a la distancia que tienen que recorrer y a que mañana deben volver a sus trabajos.
«Choele Choel nos ha tratado muy bien», dijo un motero llegado desde Mendoza.
Los inicios y los costos de la cofradía
En el país, los encuentros de motoqueros se empezaron a realizar a principios de los 90 cuando la paridad del peso con el dólar permitía a los trabajadores de clase media y amantes de las 2 ruedas el acceso a las motos.
En épocas en las que los viajes no tenían un costo tan desmedido. Las primeras reuniones de este tipo se comenzaron a realizar en la provincia de Buenos Aires, siendo hoy los encuentros de Diamante, una pequeña localidad de apenas 20 mil habitantes, y Las Flores, con más de 6 mil motoqueros, los de mayor convocatoria del país.
Pero hay detalles que no pueden dejarse de lado, por ejemplo, cuánto debe invertirse en cubiertas (alrededor 400 pesos o más cada una). Además están los cambios de aceite, de filtro, la carga de combustible, entre otras cosas.
Por caso José Ruiz de Choele Choel, integrante de la agrupación «Ruidos Extraños», señala que en promedio gasta por encuentro entre 300 ó 400 pesos, sólo en costos de estadía, comida y bebida, sin contar con lo que se debe gastar en combustible. Así menciona que por viaje debe llevar cerca de 800 pesos. Y agrega que durante el año asiste a 6 ó 7 encuentros en diversas ciudades del país.
Una noche en «motor city»
En la noche, las postales se dividen. En la isla 92: abrazos y gestos de reencuentro, se adueñan del paisaje en medio del enjambre de motoqueros, que caminan y toman alcohol en grupos. Atrás la banda desgarra una rara versión de «Pintalo de Negro» de los Rolling, que grafica aún más la escena. Porque si hay algo que se multiplican son las remeras, las camperas de cuero, las gorras, los guantes, todos elementos negros. Las botellas de cerveza se amontonan en las mesas. Mientras se escucha la aceleración incesante de los motores de aquellos jinetes que recién llegan o de los que parten hacia la ciudad. En tanto, varios vecinos miran asombrados cada detalle. Para ellos todos es novedad y los motoqueros son las estrellas de esa puesta casual.
En el centro de la ciudad, sobre todo en la calle Avellaneda, las motos en fila en las afueras de las confiterías céntricas, son la prueba de que los esa noche será larga, infinita, cargada de ruidos y de voces. También allí se repiten las miradas curiosas.
por: SERGIO ESCALANTE
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