Nadie sabe cómo llegaron peces de colores a un ignoto paraje neuquino

Ojo de Agua no figura en los mapas.

SENILLOSA .- En Ojo de Agua las gallinas esquivan a las chivas briosas anidando en los tamariscos. Por eso, confundidos, los pollitos bebés ensayan vuelos breves con cortes abruptos y recién entonces pueden seguir a su madre.

El paraje no figura en mapa alguno, pero quienes transitan por la picada de huella firme no pueden equivocarse: Ojo de Agua es un manchón verde en medio del desierto gracias al aporte generoso y permanente de una vertiente natural.

No obstante, al lugar, perdido en la meseta, no llegan muchos. Más de un desprevenido ha confundido el camino que conduce al puesto donde todavía se extraña a «Tormenta», el caballo que murió arrodillado.

Las explicaciones a los misterios de Ojo de Agua son muchas y variadas, sin ninguna prueba material como garantía.

Para contribuir al desconcierto dos carteles viales piden precaución con los peatones cuando por ese lugar inconfundible, los cuadrúpedos son tránsito casi exclusivo.

No hay paisano que ignore las anécdotas que rodean al añoso rancho de piedra, del que solo quedan las bases, y en cuyo lateral se levanta la casa de don Manuel Linares. Trepando las dunas que dan al fondo de la vivienda de bloques, en una antigua pileta de piedras, don Manuel Linares cría peces de colores, cuyo linaje es tan difuso como el agua sucia que adornan con sus contorneos.

Dicen que el secreto de Ojo de Agua está en el canto alcahuete de las chicharras que rodean la pileta pirquera ubicada detrás del corral de las chivas. Son ellas, las chicharras, las que trinan hasta ensordecer cada vez que algún curioso intenta llegar por algún camino alternativo.

Se dice también que hace muchos años un «gringo» quiso seducir a una «china» pintando colores vivos en el aljibe, hoy abandonado y apenas cubierto con una chapa oxidada, con la custodia de un renacuajo.

Otra versión indica que en la década del 20 un ingeniero de YPF se encontró con la vertiente y sembró los peces. Según quien la cuente, la historia se cruza y enreda.

Lo cierto es que por lo menos desde la década del 60, en la pileta ubicada debajo de los tamariscos, don Manuel Linares cría y mantiene un colonia de pececitos naranjas, blancos, marrones, manchados y negros con destellos que parecen fluorescentes. También, como sello de mestizaje, hay algunas mojarras con pintas de colores en el lomo, la cabeza y hasta en las aletas.

Linares (62) calcula que «han de estar ahí desde hace unos 100 años». Ni los viejos habitantes de Senillosa lo contradicen.

Le ofrecieron dinero y se los pidieron como regalo, pero Linares -que es generoso- no entrega los peces que sólo asoman con sol de mediodía.

«Es un lujo que me doy», dice el hombre, no sin antes advertir que en los años 60, cuando llegó a Senillosa desde Loncovaca, «los pececitos ya estaban».

A sólo 15 kilómetros de Senillosa

SENILLOSA .- El paraje Ojo de Agua está ubicado a unos 15 kilómetros de Senillosa. Sin embargo, al no figurar en los mapas y al no haber carteles, muy pocas personas de esta localidad conocen el puesto donde vive don Manuel Linares.

La curiosa presencia de los peces llamó la atención del personal de la dirección de Cultura de la provincia, donde hubo intenciones de desarrollar un proyecto agroturístico en el lugar.

Linares, que a pesar de tener casa en el pueblo no se mueve del puesto, no aceptó la propuesta sencillamente porque prefiere la tranquilidad del campo.

Según pudo establecer este diario las tierras donde se levantan la casa de Linares y donde están los restos del rancho de piedra, del aljibe y la pileta (donde viven los peces) fueron explotadas hasta 1987 por la familia Rosas, muy conocida en la zona.

«Acá llegó a haber más 1.500 vacunos», recuerda Linares. El hombre trabajó para la familia Rosas hasta ese año y llegó al lugar en 1966.

En ese entonces, en la casa y al cuidado de los peces, estaba un hombre de apellido Zapata y más atrás en el tiempo, Francisco Vartiva.

También, según recuerda Federico Cartés, la casa del paraje, en la década del 50, estaba a cargo de un policía que se llamaba Damasio Pereira. Cartés aclaró que no tiene muy presente ese lugar, a diferencia de otros hechos y situaciones que detalla con una claridad admirable.

De alguna forma, los peces siempre estuvieron en el estanque y entre coplas que relatan los tiempos idos se ganaron un párrafo en la milonga de Sendra y Figueroa que -como no podía ser de otra manera- se llama Ojo de Agua.

La milonga ubica al puesto como escenario de todas las actividades gauchescas y describe con el rancho y sus alrededores. Curiosamente, el hombre que grabó el tema, un día dejó de cantar folclore y eliminó la milonga de su repertorio.

Como los del Jardín Japonés porteño

SENILLOSA .- Para la dirección de Producción de Senillosa, los peces de Ojos de Agua pertenecen a la especie denominada «carpa» cuyo nombre científico es Cyprinus Carpius, muy típica en los estanques de, por ejemplo, el Jardín Japonés de la ciudad de Buenos Aires.

La identificación es compartida por los integrantes de la dirección de Cultura de la provincia que conocen la pileta y a sus habitantes. Según explicó un biólogo, en aguas quietas las carpas tienen colores blancos, naranjas y rojizos.

El especialista -que no conoce los peces en cuestión- comentó que en los ríos (como por ejemplo el Colorado) las carpas pierden la coloración fuerte y «son más bien verdosas».

En la provincia de Buenos Aires es muy común la cría de carpas en estanques y en países como Japón hay coleccionistas. De hecho, explicó el biólogo, los criadores cultivan carpas blancas con una mancha roja que pueden llegar a valer miles de dólares por la sencilla razón de que se asimilan a la bandera de Japón.

Sin embargo, siempre de acuerdo a las consultas formuladas a especialistas que nunca vieron estos peces, por el tiempo que tiene la pileta no se trata de carpas, dado que éstas alcanzan el mismo tamaño que una trucha.

La otra posibilidad, quizás más cercana a la realidad, es que los animales sean Carassius Auratus, es decir: los más comunes dentro de la especie de peces ornamentales adaptados al particular hábitat.

Una milonga para el lugar

Como un oasis en el campo, tras la loma colorada, aparece la deseada aguada que es un encanto. Con sus tamariscos altos, verde color esperanza, allí sombreando descalza, una casita de piedra: orgullo de nuestra tierra, tierra de sudor y encanto.

Ojo de agua yo te canto porque sos reencarnación, costumbre de tradición que amamantó nuestro campo.

Es tu suelo sólo un manto de recuerdos pisoteados, adonde se han revolcado potros en doma y pialiadas, marcación y señalada y bravíos por espanto.

La pucha, qué lindo es verte, pedazo de suelo neuquino, sos posta de peregrino porque esa ha sido tu suerte.

Tus piletas son la fuente que me inspiran la poesía, pues al ver sin tu alegría los pescaditos en colores, adornando como flores el agua de tu vertiente.

Puesto criollo y recordado por el gauchaje de la zona, las martinetas silbonas siempre te han de visitar; más muchos recordarán a don Francisco Vartiva, gaucho que pasó su vida silbando tras de sus reses y hoy en mi canto florece su figura leal y altiva.

Autores: Sendra y Figueroa.


SENILLOSA .- En Ojo de Agua las gallinas esquivan a las chivas briosas anidando en los tamariscos. Por eso, confundidos, los pollitos bebés ensayan vuelos breves con cortes abruptos y recién entonces pueden seguir a su madre.

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