No nos une el amor, sino el espanto

Somos seres racionales, pero preferimos usar la razón solo en última instancia. En casi todos los temas nos dejamos arrastrar por las pasiones. En especial, por las pasiones más irracionales, como el odio o el amor. Hace décadas que los especialistas en cuestiones electorales acuerdan que los motivos por los cuales la mayoría de las personas decide su voto son variados y complejos. Es posible que en algunos prime lo racional y en otros lo emocional. Pero es difícil de encontrar un votante que no se guíe en parte por lo racional y en parte por lo emocional. Por eso es tan difícil prever el escenario electoral cuando las motivaciones racionales escasean y las emociones están a tope.


Si los votantes fueran eminentemente racionales el peso de la crisis económica haría impensable que el presidente Macri tenga serias posibilidades de ser reelecto. La mayoría de los hogares argentinos está hoy mucho peor económicamente que en el momento en que el actual presidente se hizo cargo del Poder Ejecutivo: la inflación es la más alta desde hace más de un cuarto de siglo y, a la vez, los salarios han tenido el recorte más fuerte desde la crisis de 2001, que destruyó el ingreso de las familias argentinas.

Parte del electorado funciona como un adolescente emocional. Sabe qué candidato no quiere que gane: vota en contra de él. Así sucedió en los triunfos de Trump y Bolsonaro.


Si un robot con cerebro absolutamente racional analizara la Argentina y viera las cifras que el Indec muestra de los tres años de Macri diría que es imposible que Macri logre no solo ganar sino siquiera lograr un 10% de los votos. Pero como los votantes no son seres absoluta y exclusivamente racionales, Macri puede ganar (y hoy posiblemente sea el candidato que más posibilidades tiene de ser electo). ¿Por qué? Porque los votantes son seres eminentemente emocionales. Además, la crisis de los partidos políticos hace que la gente elija candidatos sin importarles demasiado las propuestas: Macri –que hoy es pura imagen– no cumplió nada de lo importante que prometió y sin embargo sigue teniendo todas las chances a su favor. Otra prueba más de que la racionalidad no guía el voto.


“Los adolescentes saben lo que no quieren antes de saber lo que quieren”, dijo Jean Cocteau. Y el elector emocional –que es absoluta mayoría en todo el mundo– se comporta como un adolescente: un caso típico de desplante adolescente fue el voto a favor de la salida de la Unión Europea que votaron la mayoría de los británicos. Ese voto objetivamente los perjudicaba, pero eso no importó. Querían castigar al gobierno que se oponía al Brexit y votaron eso. Gran Bretaña ahora no sabe cómo salir de ese brete sin pagar un altísimo costo económico y social.


Buena parte del electorado actual funciona como un adolescente emocional. Sabe qué candidato no quiere que gane: vota en contra de él (que gane otro que luego, cuando gobierne, le parezca malo no es algo que le importe en el momento del voto). Esto sucede en todas partes: así ganó Trump y así ganó Bolsonaro. También los kirchneristas votarían a cualquiera que pudiera ganarle a Macri porque lo más importante no es qué ideas tiene un candidato sino que pueda derrotar al que consideran el peor.


Según la mayoría de las encuestas, hay en la Argentina dos núcleos duros de votantes que posiblemente sigan así hasta el día de la elección: un 30% de votantes que prefieren a Macri y un 30%que prefieren a Cristina Kirchner. Hay un 40% que hoy no tiene decidido su voto (o que no quiere votar, en principio, ni por el presidente ni por la expresidenta).
Hasta hace unos meses, la imagen negativa de Cristina superaba a la de Macri y la cantidad de gente que declaraba a los encuestadores que en ninguna circunstancia la votaría era mayor que la que decía lo mismo de Macri. Pero ahora, crisis mediante, están también bastante parejos en ese punto. ¿Entonces, quién ganaría una segunda vuelta entre Cristina y Macri, cuando la mayoría odia a uno u otro? Ganará el que menos odio despierte al momento de la elección.


Si la economía no repunta (aunque sea mínimamente, como espera el presidente), Macri va a tener más problemas que Cristina en ganar el balotaje. Es difícil prever qué efecto tendrá toda la campaña mediático-judicial que se centra en las causas contra la expresidenta (se sabe que, para su núcleo de fieles, esa campaña no importa en lo más mínimo, y, además, hoy estaría decayendo la importancia que alguna vez pudo tener entre los independientes), pero en Brasil funcionó para lograr el voto en contra del PT, el partido de Lula. Argentina no es Brasil, pero tampoco es otro planeta.


Hace más de medio siglo que la Argentina no crece al promedio mundial (ni latinoamericano). Eso significó que la diferencia a favor en desarrollo humano, calidad de vida y consumo que supimos tener –respecto del resto de América latina– haya disminuido considerablemente. Eso se nota en la vida cotidiana.


No es que no sabemos cómo convertirnos en un país desarrollado y próspero. Sino que llevamos más de medio siglo en el que ni siquiera supimos cómo seguirle el ritmo al resto del mundo. Y parece que seguimos sin aprender.


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