«Nos duele en el alma ver camas vacías»

Las voluntarias del Castro Rendón celebran 30 años. Hablan de la época de esplendor y de la crisis actual.

NEUQUEN (AN).- La salita donde se encuentran todos los días es muy humilde. En las repisas de la pared hay ropa usada para nenes, frascos con yerba mate, y estampas de la Virgen María. El sitio está perdido entre los caóticos pasillos del Hospital Neuquén. «No importa tanto que sea una habitación chica, nosotras somos las pibas del hospital, y tenemos el corazón grande», se ríe el grupo de voluntarias, mientras cuentan su historia, que es la de cómo se unieron para ayudar a los más solos y desprotegidos que pisan la institución.

El 30 de agosto no fue un día más para ellas, porque cumplieron 30 años. Nacieron bajo el impulso del obispo Jaime de Nevares. El prelado les daba catecismo. El grupo mostraba una marcada voluntad solidaria, y de allí surgió la idea de armar un grupo de apoyo para el hospital.

Desde entonces, llevan adelante una ininterrumpida y admirable labor. Para quien la ve de cerca, conmueve y es ejemplo. Pese a que surgieron en agosto del 77, recién tuvieron nombre propio en 2001, cuando se autodenominaron: «Grupo de voluntarias María Servidora».

Son unas 50 mujeres las que lo componen. Muchas vieron lo mejor de la historia de la institución. A esos momentos los denominaron como «la época de oro», y se refieren al presente con mucho dolor. «Nos duele en el alama ver camas vacías. Y pacientes que no pueden atenderse. Ese es el sufrimiento que nosotros tratamos de atenuarles», afirman a coro, vestidas con el guardapolvos azul que para ellas es garantía de circulación libre por el hospital, «siempre con el permiso de los médicos».

La mayoría ya pasó los 70. Incluso alguna tuvo algún hijo doctor, ya jubilado, que pisó los mismos consultorios hoy repletos de problemas. El rasgo distintivo es la energía que demuestran, que más de un joven envidiaría. Otro rasgo es la fortaleza anímica y espiritual que demuestran. «Nadie que esté mal puede hacer lo que nosotras hacemos. Hay que ser fuerte. Además, tenemos la compañía de Dios», afirma el grupo, coordinado por la Pastoral de la Salud.

Cada día de la semana entre las 8 y las 19, se reparten el trabajo de cada una. Recorren todos los pisos del edificio, y miran qué ayuda pueden brindar.

«Hay dos objetivos primordiales: seguir este senderito de solidaridad con los pacientes y los familiares y dar apoyo espiritual», afirmaron ayer en la salita donde se encuentran día a día.

El listado de tareas que asumen es extenso: canalizan los insumos que les donan comercios locales, acompañan a familiares y enfermos, les dan de comer cuando no hay personal suficiente, se llevan la ropa de pacientes a sus casas para lavarla, les consiguen prendas usadas «pero limpias» fruto también de donaciones. A los más chicos les leen cuentos; y hasta cuidan los bebés internados cuando sus madres se tienen que ir a trabajar. Además acercan la ropa que otras personas tejen con la lana que ellas consiguen, y dan talleres de lectura en los pasillos.


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