Obama y Lula

El gobierno chino está manejando el resurgimiento vertiginoso de su país con cautela extrema, acaso excesiva, negándose a asumir responsabilidades por el mantenimiento del orden internacional por no querer preocupar a sus vecinos y porque entiende que no sería de su interés provocar conflictos con la superpotencia reinante, Estados Unidos. En cambio, el brasileño parece estar resuelto a aprovechar al máximo la idea de que dentro de poco su país sea uno de los económica y políticamente más poderosos del mundo y por lo tanto ya está en condiciones de desempeñar un papel protagónico. Puede que sus esfuerzos en tal sentido hayan sido prematuros, ya que todavía es muy grande la brecha que separa a Brasil de los países desarrollados y no hay ninguna garantía de que logre erigirse en una potencia realmente importante, pero parecería que tales dudas no están compartidas por el presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Para furia de Washington, a Lula se le ha ocurrido que podría ser el hombre indicado para solucionar el problema peligrosísimo planteado por las aspiraciones nucleares de la teocracia militante iraní, motivo por el que, acompañado por el primer ministro turco, el islamista Recep Erdogan, celebró hace poco una reunión triunfal con el presidente de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, en que acordaron transferir a otro país 1.200 kilos de uranio levemente enriquecido, lo que, según los tres, sería suficiente como para impedir que el régimen de Teherán se pertrechara de un arsenal atómico. Si bien el convenio se asemeja a uno que fue propuesto tiempo atrás por el mismísimo gobierno norteamericano, mucho ha cambiado desde entonces. Ni los norteamericanos y europeos ni, según parece, los rusos y chinos, para no hablar de los israelíes que tienen motivos de sobra para temer ser víctimas de una “bomba islámica” iraní, confían del todo en la buena fe de Ahmadinejad y los ayatolás. Están convencidos de que el acuerdo alcanzado fue parte de una maniobra cínica emprendida con el propósito de permitir a los iraníes seguir impulsando un programa nuclear militar. Por lo demás, a juicio de muchos norteamericanos y europeos, el espectáculo brindado por Lula y Erdogan pudo tomarse por una señal de que países tradicionalmente aliados de Estados Unidos, como Brasil y Turquía, estaban dándole la espalda por suponer que les sería más ventajoso solidarizarse con sus enemigos. Algunos atribuyen la actitud de Lula a la impericia de un político poco familiarizado con el panorama internacional, otros a la hostilidad hacia Estados Unidos de un izquierdista que, a pesar de comportarse como un centrista en su propio país, sigue creyendo que el mundo sería un lugar mejor sin el imperialismo yanqui, razón por la que ha optado por alinearse con Irán, la dictadura castrista de Cuba y la Venezuela de Hugo Chávez. Sea como fuere, todo hace pensar que la administración del presidente Barack Obama ha llegado a la conclusión de que Brasil ya no puede ser considerado su aliado clave en América Latina, como ha sido desde la Segunda Guerra Mundial en que tropas brasileñas lucharon al lado de los norteamericanos, y que por lo tanto Washington tendrá que revisar radicalmente su estrategia hacia la región. Para la Argentina, la situación así creada plantea una mezcla desconcertante de oportunidades y tentaciones riesgosas. A pesar de la escasa simpatía que sienten la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su marido por Irán, país con el que estamos en conflicto a causa de los atentados sanguinarios contra la Embajada de Israel y la sede de la AMIA, no les gustaría en absoluto verse calificados de instrumentos del imperialismo norteamericano por sus amigos” Chávez y Lula. Asimismo, aunque los intentos de los brasileños de conseguir un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU nunca han contado con el beneplácito de la Argentina, como consecuencia del colapso de confianza que siguió al derrumbe de la convertibilidad se archivó la convicción de que nuestro país fuera un rival regional de Brasil. En otras circunstancias, el presunto fin de la alianza estratégica con Estados Unidos que tantos beneficios ha reportado a Brasil pudo habernos resultado ventajoso, pero tal y como están las cosas parece poco probable que nuestro gobierno se las ingenie para sacarle provecho.


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