Comisarías neuquinas: la inocencia y el negocio en solitario

José María Maitini*


Las limitaciones al poder punitivo del Estado no se establecen en el momento que resulte conveniente para algunos, sino en el momento en que la ley establece que sea así. Que es en todo momento.


Si uno menciona el apellido “Rusconi” en el ámbito penal, todos más o menos sabemos de quién se habla. No pasa lo mismo, quizá, con usted lector, que no tiene que saber quién es este tipo o qué aportó a la materia. La verdad, no importa mucho ahora. Sin embargo, este señor planteó una linda parodia de una frase tan conocida por todos (no solo abogados) tantas veces dicha, tan potente pero por momentos tan frágil de “Nadie puede ser tratado como culpable hasta que se demuestre la contrario”. O también “nadie puede ser penado sin un juicio previo”. Le soy sincero lector: como defensor penal, ante un hecho muy, muy grave, estas dos frases, debo reconocerlo, son huecas, vacías, sin sentido y difusas. Son el vapor mismo. Apenas uno quiere apelar a ellas, tomarlas con la mano… se atraviesan. Perdón que lo diga así, y encima de alguien cuya herramienta primera son estas frases; alguien que se supone que en esto tiene que creer. Pero la realidad lector, la mismísima realidad, muestra otra cosa: ambas sólo existen… en los papeles. Veamos.

Este señor, Rusconi, nos contaba que una persona queda detenida un día por la supuesta comisión de un delito y presencia una “audiencia de formulación de cargos”, como se llaman en el nuevo modelo procesal. Queda detenida y le dicen: “Bueno señor, a usted lo vamos a investigar y quedará detenido porque creemos que participó de este hecho”.

El señor, con un cierto grado de inteligencia, le pregunta:

– “Mire ¿Pero usted está seguro que cometí este hecho?

– “No mire, seguro, como seguro… no estamos. Lo vamos a investigar”.

-¿Pero cómo? ¿El estado de duda no juega a mi favor?

-No, mire. Eso en otro momento, ahora debe ir preso…

Y después pasa el tiempo, unos seis meses. Lo citaban de nuevo, en los nuevos modelos acusatorios, y le dicen:

-“¿Se acuerda señor que a usted lo cité y le dije que lo íbamos a investigar ?y bueno, debe seguir preso cuatro meses más… parece que usted cometió este hecho”.

A lo que el señor contesta:

-¿Pero usted está seguro que cometí este hecho?”

-No, la verdad es que no estoy seguro…

A lo que el señor insiste por segunda vez:

-¿Pero cómo? ¿El estado de duda no juega a mi favor?

– No señor, no. Bueno… sí. Pero eso más adelante…

Y el señor seguía preso y pasaban los meses y cuando lo llevaban a una audiencia a la que llaman “control de acusación” y se producía lo que llaman “el cierre de la etapa intermedia”, el momento donde se reúne toda la prueba, lo encontraban nuevamente en la audiencia y le decían:

-“Bueno señor, ¿recuerda que a usted le formulamos cargos, lo procesamos porque parece que usted cometió un hecho? Bueno ahora lo vamos a llevar a juicio. Debe seguir preso”.

– “¿Pero usted está seguro que cometí este hecho?”

-No. Tan seguro no estoy…

-¿Pero cómo, el estado de duda no juega a mi favor?

– “Sí señor, pero ahora no, eso es para otro momento.”

Mire lector: esto está mal. No debe ser “para otro momento”. Nunca debe ser “para otro momento”. Dejemos en claro algo: la duda beneficiante siempre debe favorecer. En todo momento.

Porque si no es en todo momento, entonces la realidad se vuelve una tergiversación del principio. Los principios se vuelven excepción y las excepciones, principios. Las limitaciones al poder punitivo del estado no se establecen en el momento que resulte conveniente para algunos. Se establecen en el momento en que la ley establece que sea así. Que es en todo momento.

La sinceridad (cuando es sincera, porque también hay una sinceridad falluta) siempre llevará a odiarnos un poco. Hace unos días atrás, la Dirección de Seguridad de Neuquén, unidad que controla la cantidad de detenidos en comisarías, indicó: “hay 68 plazas en todas las comisarías; 76 presos. Hay superpoblación, violencia y desborde”.

Y, sí. Lo indicó como si hubiese necesidad de autodestruirse. Como si fuese un negocio solitario donde una sola parte gana y no algo atrozmente dual en el que nada se rehusa. Naturalmente parece ser que nadie tiene la culpa, y si allí dentro se pierde todo o casi todo (la dignidad, claro), tampoco nadie tiene la culpa, porque fue todo consciente o ignorado y obedeció a un destino rudimentario y también eficaz.

Ante hecho grave, la duda en contra. Y de cualquier modo, digámoslo, es irrisorio que alguno se conmueva por un preso. Ni siquiera por uno durmiendo en el piso, orinando en botellas, desesperado por un vaso de agua, en estos días, con cuarenta grados de calor. Bah, qué importa. Esas necesidades, dicen, también son muchas veces (sí, de nuevo) para cualquier otro momento.

Nunca, lamentablemente, parece el momento.

* Abogado, escritor .


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