Cuando aprender duele: la estadística que debería quitarnos el sueño

El 63% de los estudiantes asegura haber sufrido algún tipo de agresión en la escuela. El bullying no debe ser abordado como problema individual, sino como disfunciones sistémicas en el entorno educativo.

Foto: archivo

En Argentina el 63% de los estudiantes asegura haber sufrido algún tipo de agresión en la escuela o en redes sociales. Este dato, resultado de la percepción de los propios alumnos, se desprende de las pruebas Aprender 2023 y refleja el grito silencioso de chicos que cada día entran a la escuela con la carga de ser el blanco de agresiones. No lo gritan, pero podemos reconocer como bajan la mirada para no ser vistos, se sientan en el último banco, y evitan los recreos como zona de riesgo. Esto no figura en los boletines, pero es una de las lecciones más duras que les está dejando la escuela.

Los datos, que forman parte de un informe de la ONG Argentinos por la Educación, nos obligan a mirar más allá de los contenidos curriculares y nos exige preguntarnos qué tipo de espacio estamos ofreciendo para que los chicos aprendan, se vinculen y crezcan, porque si el aula no es un espacio seguro, el conocimiento no tiene donde echar raíces.

La escuela es mucho más que el espacio donde los chicos van a adquirir conocimientos académicos. Hoy comprendemos la importancia de medir el clima escolar, que es el vínculo emocional que tienen con su institución y cómo se relacionan con sus docentes y sus pares. Cuando esos vínculos están contaminados con miedo, indiferencia u hostilidad, el conocimiento se vuelve inaccesible. El clima escolar afecta directamente al bienestar psicosocial y la experiencia educativa.

La violencia escolar no debe ser abordada como un problema individual, sino como disfunciones sistémicas en el entorno educativo. El resultado de este informe puede interpretarse como el síntoma que produce el déficit de no abordar el desarrollo emocional de los estudiantes. Sin embargo, este mismo reporte muestra que las escuelas aún responden a la problemática con las mismas viejas recetas; con métodos tradicionalistas que incluyen la intervención de los docentes, comunicación a los padres a través de notas o reuniones, que de acuerdo con la evidencia existente no son las prácticas más efectivas sino la respuesta reactiva al problema. La falta de mecanismos institucionales eficaces como espacios de contención, de escucha activa, y formación en habilidades socioemocionales a los alumnos como también docentes capacitados y disponibles, y la vinculación comunitaria de padres, tutores, apoderados contrasta con aquellas intervenciones que generan un impacto positivo en el clima escolar.

Cada vez que un chico sufre en la escuela, se vulnera algo más profundo que su bienestar emocional: se quiebra el pacto educativo; ese acuerdo implícito entre el Estado, las familias y la sociedad, que establece que la escuela es un espacio de formación integral, y que se debilita cuando deja de ser un entorno seguro. Además es una infracción directa a los derechos del niño, que exigen su desarrollo pleno desarrollo en un entorno libre de violencia, discriminación e inclusión.

La mayoría de las instituciones carecen de protocolos claros de actuación, y equipos capacitados para intervenir de manera efectiva ante hechos de violencia, ya que sigue siendo una asignatura pendiente del sistema educativo argentino contar con datos oficiales y políticas públicas que aseguren que la escuela sea un entorno seguro. La buena noticia es que esta situación tiene solución; revertir el deterioro del clima escolar y prevenir el bullying no requiere de fórmulas mágicas, pero sí intención, esfuerzo sostenido y compromiso institucional. Con políticas públicas que atiendan la problemática de manera sistémica, con formación docente, y con participación comunitaria es posible transformar la cultura escolar.

*Directora en Comunidad Anti Bullying Argentina


Foto: archivo

En Argentina el 63% de los estudiantes asegura haber sufrido algún tipo de agresión en la escuela o en redes sociales. Este dato, resultado de la percepción de los propios alumnos, se desprende de las pruebas Aprender 2023 y refleja el grito silencioso de chicos que cada día entran a la escuela con la carga de ser el blanco de agresiones. No lo gritan, pero podemos reconocer como bajan la mirada para no ser vistos, se sientan en el último banco, y evitan los recreos como zona de riesgo. Esto no figura en los boletines, pero es una de las lecciones más duras que les está dejando la escuela.

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