El Estado que se mira al espejo mientras el ciudadano espera una cama

Mientras los políticos se sacan fotos inaugurando oficinas sustentables, miles de ciudadanos esperan horas en hospitales sin médicos suficientes, sin insumos básicos, entre otras.

En mis viajes a Neuquén, me llamó siempre la atención un edificio que, por su apariencia, parecía sacado de un país de primer mundo. Vidrios espejados, líneas modernas, una arquitectura que transmite eficiencia y poder. Se trata de la nueva sede sustentable de la Secretaría de Energía y Ambiente de Río Negro, en Cipolletti.

Paralelamente a esa admiración por su belleza, me invadió una sensación incómoda, difícil de explicar: la impresión de estar viendo un lujo innecesario en una provincia llena de carencias. Me pregunté si era una percepción personal, si tal vez estaba exagerando, o si quizá otros también sentían lo mismo al ver cómo el Estado se embellece mientras sus hospitales se desmoronan. Llegue a dudar de la veracidad de los reclamos del personal de salud o de las quejas de los pacientes. Y ahí comprendí que la duda misma es parte del problema: nos han acostumbrado tanto al despilfarro que empezamos a dudar de nuestra razón cuando lo notamos.

La desconexión entre la realidad que viven los ciudadanos y la que habitan los políticos es cada vez más profunda. Mientras los hospitales públicos padecen falta de insumos, médicos agotados física y mentalmente por la impotencia, edificios en condiciones precarias, el gobierno provincial celebra la inauguración de una sede ‘sustentable’, con vidrios inteligentes, paneles solares y climatización eficiente. La pregunta es inevitable: ¿quién necesita más energía, la Secretaría o el sistema de salud?

El contraste es brutal. Los dirigentes se felicitan por obras que exhiben modernidad, cuando en verdad muestran su desconexión con la urgencia social. Hablan de sustentabilidad energética, pero son incapaces de sostener la sustentabilidad fiscal ni la humana. No se trata solo de cuánto costó el edificio, sino de lo que expresa su construcción: un Estado que gasta en sí mismo mientras descuida a los ciudadanos.

Cada peso invertido en esa obra proviene de los impuestos que pagan los rionegrinos cada vez que consumen, producen o trabajan. Impuestos que están contenidos en cada litro de nafta, en cada factura de luz, en cada pan que se compra. Los impuestos que la ciudadanía aporta no son un botín político, sino una delegación de responsabilidad. Su finalidad es sostener los servicios esenciales que garantizan dignidad y equidad: salud pública, educación, seguridad, justicia e infraestructura social.

Cuando un gobierno destina esos recursos a un edificio de lujo para su propia burocracia, en lugar de destinarlos a hospitales o escuelas, no está administrando: está adornándose. Y cuando lo hace en medio de una provincia endeudada, con un déficit creciente en salud, ya no es un error de gestión, es una falta de respeto moral.

Los funcionarios suelen justificar estas obras en nombre de la “modernización del Estado”. Pero la verdadera modernización no está en el vidrio templado ni en el panel solar: está en la eficiencia, la austeridad y la prioridad. Un Estado moderno es el que entiende que los recursos públicos no son propios, sino prestados por la sociedad. Y que cada decisión de gasto debe responder a una pregunta sencilla: ¿a quién beneficia primero? Si la respuesta es “al propio Estado”, entonces no hay progreso: hay despilfarro.

El nuevo edificio de la Secretaría de Energía no es, en sí mismo, el problema, personalmente quisiera ese progreso para argentina. El problema es el reflejo que devuelve: el de una clase dirigente más preocupada por la estética de su gestión que por la ética de sus prioridades. Mientras los políticos se sacan fotos inaugurando oficinas sustentables, miles de ciudadanos esperan horas en hospitales sin médicos suficientes, sin insumos básicos, en ocasiones trasladados de urgencia para tener familia a otra localidad por falta de personal especializado. Es el Estado mirándose al espejo, orgulloso de su imagen, sin advertir que detrás de ese vidrio inteligente hay una sociedad enferma de desidia.

Un Estado es sustentable cuando usa los recursos con sensatez, cuando entiende que la prioridad no es parecer moderno, pujante, sino ser justo. El lujo institucional en tiempos de carencia social no es progreso, es decadencia maquillada. Y un gobierno que invierte en su confort mientras el ciudadano más carenciado espera atención médica, deja en evidencia la enfermedad más grave de todas: la pérdida del sentido moral del poder.

*Contador Público de General Roca


En mis viajes a Neuquén, me llamó siempre la atención un edificio que, por su apariencia, parecía sacado de un país de primer mundo. Vidrios espejados, líneas modernas, una arquitectura que transmite eficiencia y poder. Se trata de la nueva sede sustentable de la Secretaría de Energía y Ambiente de Río Negro, en Cipolletti.

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