El gran dilema occidental con los ayatolás de Irán
No se equivocan quienes señalan que el eventual colapso del régimen podría tener consecuencias terribles para millones de iraníes.

Donald Trump dice que el programa nuclear de Irán fue “obliterado” por las bombas norteamericanas y que por lo tanto está dispuesto a convivir con la dictadura teocrática a pesar de creerla un cartel terrorista. Aunque los israelíes aceptaron respetar el “cese de hostilidades completo” que, para su desazón, fue anunciado por su aliado impulsivo, son menos optimistas. Si bien para ellos poner fin a las aspiraciones nucleares de Irán es prioritario, quieren ver caer el régimen de los ayatolás que, desde hace 45 años, ha hecho de la aniquilación física de su país su objetivo principal.
En el mundo occidental, muchos quisieran que los norteamericanos e israelíes confiaran en la buena voluntad de los clérigos iraníes. Con excepciones, entre ellas el nuevo canciller alemán Friedrich Merz, se resisten a creer que el régimen sea tan maligno como aseveran ¿No exageraban cuando, en Washington y Tel Aviv, presuntos expertos advertían que estaba a semanas, tal vez días, de producir bombas atómicas que usaría para borrar al odiado “ente sionista” de la faz de la Tierra? Señalan que han transcurrido décadas desde que Benjamín Netanyahu comenzara a hablar de la amenaza así planteada sin que Irán se haya convertido aún en una potencia nuclear.
Tales dudas se deben no sólo a lo difícil que siempre ha sido saber con precisión lo que hacían los iraníes sino también a la convicción íntima de que, en el fondo, los ayatolás y sus colaboradores son personas racionales que entenderían muy bien que no sería de su interés provocar una guerra nuclear en el Oriente Medio. Sin embargo, aunque son racionales en el sentido de estar en condiciones de tomar en cuenta los riesgos que les supondría atacar al “pequeño Satán” israelí y al “gran Satán” norteamericano, sus valores son muy distintos de los occidentales.
Piensan en términos que son netamente religiosos. Incluso hay algunos que toman muy en serio la idea, sobre la que el entonces presidente iraní Ahmadinejad se explayó en 2008 ante la asamblea general de la ONU, de que, poco antes del Día el Juicio Final, el duodécimo Imán, que se ocultó en 874 AD, regresaría a la superficie para liderar las fuerzas del bien en la lucha contra las del mal. Si bien a los formados por otras tradiciones culturales la visión apocalíptica de tales fanáticos parece ridícula, sería un error subestimar su capacidad para incidir en la conducta de los resueltos a llamar la atención a la intensidad de su fe en el credo que profesan.
Luego de más de cuarenta años en el poder, los revolucionarios chíitas que gobiernan Irán han logrado enemistar a la mayor parte de la población de su país, de ahí una larga serie de protestas masivas que reprimieron con brutalidad sanguinaria. Con todo, no se equivocan quienes señalan que el eventual colapso del régimen podría tener consecuencias terribles para millones de iraníes. Puesto que no hay una oposición democrática coherente, podrían desatarse docenas de luchas internas entre distintas facciones políticas y sectarias. Asimismo, por ser Irán un país en que hay muchas etnias diferentes – se estima que el 60 % ciento de los iraníes son persas, el 20 % de origen túrquico, el 10% son kurdos, y, en el sur donde se encuentran los yacimientos petroleros más importantes, hay una minoría árabe -, se dan muchos movimientos separatistas que intentan involucrar a sus congéneres de países vecinos.
Así las cosas, es comprensible que, aun cuando coincidan en que es fundamental impedir que los ayatolás se doten de un arsenal atómico, los norteamericanos y europeos prefirieran que el atroz régimen clerical permanezca hasta que los iraníes mismos estén en condiciones de llevar a cabo una transición más o menos ordenada. Aleccionados por lo que ocurrió en Irak después de la caída de la dictadura de Saddam Hussein y en Libia después de la de Muammar Gadafi, son conscientes de que serían incapaces de brindar a los deseosos de instalar una democracia aceptable el apoyo financiero y militar que a buen seguro necesitarían.
Por ahora, los países democráticos, liderados por Estados Unidos, se limitan a defenderse contra amenazas externas concretas aunque, cuando lo hacen, brindan a quienes los odian más pretextos para reanudar, con violencia creciente, sus ataques contra una civilización que sienten como radicalmente ajena. Nadie sabe cómo reaccionarán los teócratas iraníes ante las derrotas humillantes que acaban de sufrir, pero no sorprendería que, además de reanudar su programa nuclear clandestino, optaran por activar las células durmientes terroristas que han creado en todas partes del mundo, incluyendo la Argentina, para atentar contra blancos que, aunque sólo fuera de manera simbólica, representan a sus enemigos.
Comentarios