En busca de un modelo superador


Acaso sea lógico que sean cada vez más los decididos a dar prioridad a los intereses del grupo propio sin preocuparse por aquellos de los demás.


No es ningún consuelo, pero la Argentina dista de ser el único país que está inmerso en una crisis política y económica agravada por la incapacidad de sus gobernantes para proponer una “salida” que, además de parecer coherente, merezca la aprobación mayoritaria. También lo están Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido, los integrantes de la Unión Europea y, huelga decirlo, todos los países del Oriente Medio, África y América latina.

Por lo demás, aunque la situación en que se encuentran muchos países se ha deteriorado últimamente como consecuencia de una pandemia que motivó encierros prolongados y aumentos insostenibles del gasto público, seguida casi inmediatamente por el fuerte impacto de la guerra de conquista que está librando la Rusia de Vladimir Putin en un intento de incorporar Ucrania a su versión del imperio de los zares, los problemas que todos enfrentan habían comenzado a acumularse bien antes.

Hace seis años, el triunfo electoral de Donald Trump en Estados Unidos nos advirtió que había dejado de ser políticamente viable el “modelo globalista” en que empresas del mundo rico aprovechaban la mano de obra barata de países pobres para que se encargara de las tareas productivas. Aunque dicho modelo había producido muchos beneficios al reducir los precios de bienes de consumo y servicios, perjudicaba enormemente a centenares de millones de personas en los países desarrollados que se habían acostumbrado a percibir ingresos satisfactorios en fábricas, talleres y oficinas pero que, por tal motivo, no estaban en condiciones de competir con los chinos, hindúes y otros asiáticos que podían hacer lo mismo a un costo laboral muy inferior.

Por un rato, era posible imaginar que la “solución” consistiría en reeducar a los descolocados para que aprendieran a cumplir funciones bien remuneradas en la nueva economía, pero resultó ser una fantasía. Para decepción de los convencidos de que en un sistema más justo todos podrían transformarse en profesionales de alto vuelo, escaseaban los norteamericanos y europeos capaces de aprovechar las oportunidades así supuestas, mientras que los asiáticos, formados por culturas que privilegian la educación y el esfuerzo individual, no estaban dispuestos a continuar ocupando posiciones inferiores en el orden económico mundial previsto por quienes impulsaban el globalismo.

El gran desafío ante todos los gobiernos democráticos consiste en concebir un “modelo” en que quienes no se destacan por su talento intelectual puedan confiar en acercarse a sus objetivos personales, como casi todos se creían capaces de hacer cuando abundaban empleos poco exigentes en fábricas y oficinas. Si, como ya es el caso en muchas sociedades, demasiados se suponen injustamente excluidos mientras que otros disfrutan de ingresos envidiables, no tardarán en buscar alternativas.

Es lo que está ocurriendo hoy en día en muchos países ricos y, con mayor dramatismo, en aquellos que, como la Argentina, son pobres, pero hasta ahora ninguna agrupación política ha logrado idear un sistema que sea claramente mejor al existente. Si bien en todas partes es muy fácil denunciar las deficiencias del statu quo, la conciencia de que no lo será en absoluto eliminarlas sin provocar distorsiones que sean todavía peores, está contribuyendo a la frustración que tantos sienten.

Así las cosas, acaso sea lógico que en muchos lugares sean cada vez más los decididos a dar prioridad a los intereses del grupo propio sin preocuparse por aquellos de los demás. En efecto, distintas formas de tribalismo están manifestándose en todas partes, pero si bien el más básico, el nacionalismo, está cobrando fuerza en la mayoría de los países, en los anglosajones y, hasta cierto punto, en algunos de Europa continental, han surgido movimientos basados en “la política de la identidad”, al procurar los presuntos dirigentes de minorías étnicas o religiosas, del feminismo y credos homosexuales o transexuales incidir, a menudo con éxito sorprendente, en la política local, lo que, por tratarse de un fenómeno de naturaleza sumamente divisiva, está intensificando la conflictividad.

Es en gran medida gracias no sólo a los estragos causados por el globalismo sino también a la militancia furibunda de tales personajes, que dominan las instituciones educativas y cuentan con muchos aliados en los medios periodísticos, que un personaje tan disruptivo como Trump haya conservado el apoyo entusiasta de casi la mitad de sus compatriotas. Aun cuando prefirieran que se comportara de manera más civilizada, lo ven como un antídoto a los males sociales que atribuyen a elites mezquinas que los tratan como racistas, sexistas e ignorantes pero que sencillamente no entienden lo que está ocurriendo en el mundo.


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