¿Está muriendo Europa?

En los países más prósperos de Europa, miembros de las “elites” políticas, académicas y mediáticas son reacios a resistir al extremismo islamista por miedo a ayudar a “la derecha”.

Por James Neilson

Para indignación de dirigentes europeos angustiados por el avance de lo que llaman la “ultraderecha”, el gobierno de Estados Unidos acaba de difundir un informe sobre la Estrategia de Seguridad Nacional en que alude a la “borradura” de la civilización del Viejo Continente. Los autores del documento atribuyen lo que toman por un desastre geopolítico a la política inmigratoria de la mayoría de los países y a las medidas nada democráticas que emplean sus gobernantes por silenciar a quienes protestan contra lo que está ocurriendo. En opinión de los voceros de la Unión Europea y de los partidos que aún la dominan, se trata de un ataque alevoso por parte del presidente Donald Trump y el vicepresidente J. D. Vance a valores fundamentales que están resueltos a defender.

¿Exageran Trump y sus socios cuando advierten que la civilización europea corre riesgo de verse “borrada” por los cambios demográficos que están en marcha? La verdad es que no; de persistir las tendencias actuales, en el Reino Unido, Francia, Suecia y Alemania, las ciudades más importantes pronto tendrán mayorías procedentes de países subdesarrollados que obtendrán cuotas crecientes de poder político e influencia cultural.

Aunque muchos inmigrantes se esfuerzan por adaptarse a las costumbres locales, una proporción significante de los de origen musulmán se niega a hacerlo. Al contrario, insiste en que la sociedad anfitriona tendrá que adaptarse a las suyas. Si bien escasean “infieles” entre los impulsores de la islamización, en los países más prósperos de Europa, miembros de las “elites” políticas, académicas y mediáticas son reacios a resistirla por miedo a colaborar con “la derecha”.

Comprometidos ideológicamente como están con el multiculturalismo, suelen acusar de “racismo” a quienes se afirman preocupados por la agresividad extrema de los islamistas más militantes. Tal actitud los ha separado del grueso de la población europea que se siente abandonado a su suerte por la clase dirigente. Es por tal motivo que la “ultraderecha” está ganando cada vez más terreno en el Reino Unido, Francia, Italia, Alemania, Suecia y otros países.

En Estados Unidos, la política anti-inmigratoria de Trump, que a juicio de quienes lo odian es inhumana y racista, cuenta con el respaldo de la mayoría. Trump espera que los partidos que califica de “patrióticos” accedan al poder en Europa para entonces llevar a cabo deportaciones masivas como las que tanto revuelo han provocado en su propio país.

Con todo, aunque le ha sido relativamente fácil expulsar a millones de latinoamericanos que entraron ilegalmente en Estados Unidos, a sus admiradores europeos no les sería hacer lo mismo con integrantes de las comunidades cuya presencia les molesta. Si comienzan a deportar sistemáticamente a musulmanes, brindarán a los violentos pretextos inmejorables para perpetrar atentados aún más sanguinarios que los del pasado reciente en que han muerto centenares de europeos.  

Los responsables de la Estrategia de Seguridad Nacional estadounidense están convencidos de que la civilización occidental está bajo sitio y que caerá a menos que contraataquen “patriotas” que comparten sus opiniones. Entienden que los problemas que la están debilitando son de origen interno, razón por la que están librando una feroz “batalla cultural” contra el progresismo woke y critican a los europeos por haber perdido “las identidades nacionales” y “la confianza en sí mismos”.

Se trata de temas que en Europa han motivado muchos debates en que los partidarios de la idea de que el Estado nacional es un concepto maligno que merece ser consignado al basural de la historia han embestido repetidamente contra los persuadidos de que es la única modalidad sociopolítica en que decenas, a veces centenares, de millones de personas pueden sentirse miembros plenos de una comunidad.

Durante décadas, la vida intelectual de América del Norte y Europa ha sido dominada por partidarios de la autocritica que han sometido las tradiciones religiosas, filosóficas y artísticas del mundo occidental a denuncias furibundas. Hasta hace poco, parecía que todos los pensadores más prestigiosos coincidían en que desde hace más de dos milenios el Occidente ha sido una empresa criminal que debería suplicar perdón a las víctimas de su vileza. Trump y los líderes “derechistas” europeos encabezan una reacción tardía contra el consenso elitista así supuesto. Cuentan con el apoyo de millones de europeos que están hartos de la “autocrítica” elitista y pueden señalar que, por repudiable que haya sido la conducta de algunos compatriotas de generaciones ya pasadas, la de sus contemporáneos de otras civilizaciones fue – y en muchas partes del mundo sigue siendo -, llamativamente peor.


Para indignación de dirigentes europeos angustiados por el avance de lo que llaman la “ultraderecha”, el gobierno de Estados Unidos acaba de difundir un informe sobre la Estrategia de Seguridad Nacional en que alude a la “borradura” de la civilización del Viejo Continente. Los autores del documento atribuyen lo que toman por un desastre geopolítico a la política inmigratoria de la mayoría de los países y a las medidas nada democráticas que emplean sus gobernantes por silenciar a quienes protestan contra lo que está ocurriendo. En opinión de los voceros de la Unión Europea y de los partidos que aún la dominan, se trata de un ataque alevoso por parte del presidente Donald Trump y el vicepresidente J. D. Vance a valores fundamentales que están resueltos a defender.

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