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La constante degradación del sistema jubilatorio

La vulnerabilidad de la ancianidad argentina no encuentra precedentes históricos; cada día más lejos de un digno ingreso jubilatorio ordinario de carácter estable y suficiente.

En nuestro país, las ascuas y minusvalías en disminución o detrimento del valor de la condición jubilatoria ordinaria, no sabe de grietas políticas ni ideológicas.

Es inadvertidamente tal la crueldad que vienen soportando indefensamente nuestros jubilados (como muestra el flagrante incumplimiento de casi 100 mil juicios con sentencia firme, pero abstracta e írrita, a su favor), un imparable incremento en el valor de sus medicamentos básicos esenciales, de sus alimentos indispensables, en el valor del transporte urbano; a punto tal que, sólo imaginar la satisfacción diaria de una dieta alimentaria nutritiva apropiada, luce hoy como toda una paquetería, despilfarro u obscenidad.

Mientras tanto, ahí está el grueso de nuestros políticos que en los últimos 40 años provocaron o acompañaron con eufemismos, chicanas, promesas y corrupción, semejante “agonía de clase” por omisión colectiva.

Recién no más, quienes venían a acabar con una casta política infame, en su primera media milla, atónita e insolidariamente intentaron un incremento de casi el 50% de sus millonarios haberes mensuales.

Cuando asistimos a este dislate jubilatorio, simultáneamente ungimos “prócer” a un famoso jubilado de privilegio que vivió, se protegió y murió al cobijo del recinto mayor de la supuesta República Argentina, ello no obstante su comprobado tráfico internacional de armas o la dinamitada voladura impune de toda una indefensa ciudad cordobesa.

Los haberes jubilatorios ordinarios son más que una profunda herida absurda y despojo criminal al criollo tejido humano, que pretenden aliviar o atemperar con afrentosas vendas y placebos de lastimosos e indignos “bonos, no remunerativos”.

Inconmensurables cinismos que hemos naturalizado para tanta dignidad e hidalguía de los mayores que nos precedieron en la construcción y conservación ad honorem de su Patria.

En general, pensionados y jubilados “de la mínima” no pueden movilizarse, no tienen accesibilidad inmediata a eficaces servicios judiciales y crece en ellos su más que sensación de carga o estorbo familiar y social. La mayoría de ellos sobrevive en ascuas y vergüenza sus últimos días.

Canallada sin parangón cuando magistrados o ex presidentes y legisladores (jubilados/pensionados extraordinarios por indignas, inútiles y corruptas horas o días de servicio (Rodríguez Saá, Boudou, etc.), en un extremo escandaloso, con relación a los arduos 30 o 40 años de trabajo efectivo del jubilado ordinario, que apenas si llegan a percibir un 1% de los primeros. Entre los casi 15 millones que mensualmente percibe la última ex presidenta y los casi 150 mil pesos de cualquier jubilado ordinario común, ello es tan así de irrefutable.

A todo esto, ¿cuál es la parte que no entiende ni atiende?…

¿Por qué tanta crueldad, vejaciones, sevicias, burlas, denigración, desánimo y descarte, que a la postre es lo único seguro con lo que cuentan, intuyen o esperan nuestros jubilados y pensionados ordinarios? Hablamos solamente de esos que trabajaron y aportaron verdaderamente, sin mezquindades ni corruptelas; que hoy pavorosamente pueden sentirse como “carga” familiar, social o amical.

La indefensión jubilatoria es similar en ciertos aspectos, a la ecológica. Todos sabemos de sus latencias y consecuencias, unas más o menos lentas y visibles que otras, pero invariablemente, todas crueldades humanas o desprecio del semejante.

Los jubilados quedaron inconstitucionalmente al margen de todo protagonismo en la cabal concepción, comprensión y ejercicio de “ciudadanía”, alejados cotidianamente en los hechos de una noble y tradicional institucionalidad más humana como de una palpable e inmediata supremacía constitucional. Ello fue incrementando su desconfianza, recelo y rechazo de las mismas, al fin y al cabo, símbolos más que emblemáticos de lo que aludimos como cobarde e impune crueldad intergeneracional.

Consecuentemente, se desvanece toda convivencia decorosa, pacífica, justa, democrática, constitucional y republicana, con cercanía fraterna, tornándose insegura, inequitativa y amenazante. Delatando no solo la tremenda desigualdad de trato y de oportunidades, sino el apogeo, esplendor y primacía de casta, que recientemente se nos anticipó como terminada.

La vulnerabilidad de la ancianidad argentina no encuentra precedentes históricos; cada día más lejos de un digno ingreso jubilatorio ordinario de carácter estable y suficiente; tan permanente y actualizable que posibilite paulatina y verosímilmente alejarse de situaciones de mayor vulnerabilidad.

Pergeñar política pública previsional en este futuro inmediato, exige una cobertura previsional primariamente horizontal, en pro de ofrecer ingresos sosteniblemente seguros para adultos mayores; razonablemente elevados en relación a la canasta básica para la tercera y cuarta edad, diluyendo de una buena vez las restricciones, privaciones, ascuas e injustas limitaciones (capitis deminutio) a los jubilados y pensionados ordinarios, más puntual y agudamente en las últimas décadas. * Experto en cooperativismo, Coneau.


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