Las redes invaden la plaza pública
La convivencia civilizada depende de la voluntad generalizada de respetar normas que incompatibles con los instintos básicos de nuestra especie. Una sociedad dominada por cavernícolas sería un infierno.

Si, como tantos dicen, la violencia verbal genera violencia física, nos aguarda un futuro sumamente truculento. La proliferación de artefactos electrónicos que sirven para conectarnos con centenares de millones de personas ha liberado lo que Sigmund Freud llamaba el “id”, la parte más primitiva de la mente humana en que se encuentran los bajos fondos del inconsciente; escondido detrás de un nombre de fantasía, cualquiera puede difundir por las redes sociales sus ocurrencias más miserables. Sin tener que cuidar su reputación ya que confían en que nadie logrará identificarlos, muchísimos caen en la tentación de comportarse con la impudicia más absoluta.
Desde hace tiempo ha sido habitual aludir a “las redes cloacales” en que una multitud de seres anónimos se vanaglorian de su vileza, pero por tratarse de un fenómeno a su juicio marginal, pocos se sienten muy preocupados. Al fin y al cabo, no es casual que la palabra “persona” se haya derivado de una en latín que quiere decir “máscara”, lo que puede tomarse por una forma de reconocer que hay una gran diferencia entre lo que somos en público y lo que somos en privado, de ahí los secretos del confesionario y el sillón del psicoanalista.
Lo que sí es preocupante es que en la Argentina y otros países estén demoliéndose las barreras que separaban al mundo de “las redes” y el de la vida cotidiana. Liderados por Javier Milei, los libertarios quieren remplazar a los medios tradicionales, tan “ñoños” ellos, por los electrónicos. Además de usarlos para hacer campaña, han adoptado el lenguaje soez, cargado de insinuaciones sexuales, que los caracteriza, con el resultado de que el país tiene el presidente peor hablado no sólo de su propia historia sino también de la universal. En comparación con Milei, los dictadores más vituperadores de los últimos siglos, hombres como Hitler, Stalin y Fidel Castro, fueron dechados de cortesía.
¿Presagia un estallido de violencia la invasión de la plaza pública por una turba de sujetos que no procuran ocultar impulsos que en otras épocas hubieran reprimido? Si tienen razón aquellos terapeutas que nos enseñan que es saludable dejar que el componente reptiliano, por calificarlo así, de nuestra mente se exprese sin inhibiciones, no hay motivos para inquietarse. Desde su punto de vista, sería mejor que todos fueran más honestos, más auténticos y por lo tanto menos hipócritas. Aunque tal planteo tiene cierto atractivo, la verdad es que la convivencia civilizada depende de la voluntad generalizada de respetar normas exigentes que distan de ser compatibles con los instintos básicos de nuestra especie. Acaso sería “natural” que todos actuáramos como cavernícolas, pero una sociedad dominada por equivalentes de nuestros antepasados sería un infierno.
Hace más de un año y medio, el grueso del electorado apoyó a Milei porque lo creía el mejor antídoto contra el kirchnerismo. Si bien el remedio elegido ha sido muy eficaz en el área macroeconómica, en otras está provocando efectos secundarios negativos. Puede que, para los propensos a subordinar todo lo demás a la evolución del producto bruto, carezca de importancia el que la cultura política del país se haya degenerado hasta tal punto que pocos días transcurran sin que se produzcan nuevos escándalos bochornosos protagonizados por legisladores mileístas y kirchneristas, pero es legítimo suponer que convendría combinar reformas económicas drásticas con una mayor serenidad verbal por parte de los responsables de llevarlas a cabo.
Algunos aventuran que Milei se dedica a insultar no sólo a sus enemigos kirchneristas sino también a quienes lo respaldan con reparos porque sabe que ayuda a distraer la atención de la mayoría de las dificultades que tiene que superar. En opinión de quienes atribuyen su verborragia escatológica a una estrategia premeditada, el presidente no quiere que los políticos y aquellos periodistas que se mantienen al tanto de sus actividades se concentren en los problemas angustiantes que dejó casi un siglo de populismo miope.
Tal vez no se equivoquen los convencidos de que el show indigno montado por Milei, su versión del “relato” kirchnerista, lo ha beneficiado y que es por tal razón que no se propone asumir una actitud más tranquila, pero no cabe duda de que le está costando el apoyo de muchos que de otro modo se esforzarían por ayudarlo en la tarea gigantesca que ha emprendido, y que ha brindado a militantes y miembros de “la casta” que quieren que la Argentina fracase nuevamente, muchos pretextos para ir a virtualmente cualquier extremo para lograr su propósito, de ahí los ataques físicos contra mileístas y los medios periodísticos que supuestamente los favorecen.
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