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Preolímpico de fútbol: el equipo por sobre el individualismo

Debiera existir un reglamento de ingreso a la selección nacional de cualquier deporte, donde un jugador que es expulsado por su propia culpa, sea sancionado internamente y hasta multado.


Como pocas veces, la intervención del seleccionado de fútbol argentino en el Torneo Sudamericano Preolímpico Sub 23 de Venezuela, generó en mí una curiosidad inusual. El hecho de que muchos de sus integrantes sean ya profesionales y se destaquen en sus respectivos clubes, aportaba a tal expectativa.

Así jugadores como, Thiago Almada, Valentín Barco, Claudio Echeverri, Federico Redondo, Juan Nardoni, Ezequiel Fernández, Cristian Medina, Pablo Solari y Luciano Gondou entre otros, presagiaban un buen juego y posibilidades ciertas de acceder a los Juegos Olímpicos de París 2024.

Ahora bien, que un grupo funcione como equipo, es mucho más que la suma de individualidades. Hay que hacer engranar cada una de sus piezas y no olvidarse que, cuando empieza a rodar el balón, el rival también juega.

Por eso la mejor técnica individual no alcanza. A ello habrá que agregarle una adecuada preparación física, una táctica (con un patrón de juego y un equilibrio defensivo-ofensivo), como así también, una estrategia de acuerdo al adversario de turno.

Todo ello podría presumirse facilitado, cuando los futbolistas tienen buen pie y un estímulo mental suficiente como es el de representar al país y el de poder clasificarse para la máxima gesta del deporte internacional.

Si. Con todos estos ingredientes un equipo debiera sortear cualquier adversidad y para el remoto caso que faltase algo, es muy del argentino recurrir a la cuasi redentora frase: “de poner huevo”.

Más, como señala el experimentado Julio Velasco, el “poner huevo” no es solo demostrar garra. También lo es tener la capacidad para hacer un gesto técnico complejo en un momento de máxima zozobra, o el tener la templanza de no reaccionar ante una injusticia.

Con un poco de todo esto, a Argentina le alcanzó con lo justo para ganar en el partido final a Brasil por 1 a 0, con centro de Barco y cabezazo de Gondou y con ello sacar pasajes a la capital gala.

Pero tratándose de una selección juvenil con un gran futuro por delante y más allá de la enorme alegría de clasificar, no está de más hacer de abogado del diablo. En tal orden, resulta inadmisible que un jugador como Barco vistiendo la celeste y blanca sea expulsado en el primer partido de la ronda final, por haber lanzado con su mano un pelotazo a un jugador venezolano.

Por tal circunstancia el lateral argentino quedó fuera de ese partido y del de Paraguay que concluyó en un 3-3 agónico, con lo determinante -como lo demostró con la verdeamarela-, que suele ser su presencia en el campo de juego.

Debiera existir un reglamento de ingreso a la selección nacional de cualquier deporte, donde como preámbulo, un jugador que es expulsado por su propia culpa, sea sancionado internamente y hasta imponerle una multa.

Puede parecer una medida extrema, pero el hecho de dejar al equipo en inferioridad de condiciones, es una actitud individualista que posterga a un gran esfuerzo colectivo, debiendo en consecuencia ser extirpada de cuajo del deporte grupal.

Como antecedentes en la materia, podemos recordar por su carácter disruptivo el cabezazo de Ariel Ortega a Edwin Van der Sar a escasos minutos de ser eliminados del Mundial de Francia de 1998, el de Zinedine Zidane a Marco Materazzi en la final del Mundial de Alemania 2006 o el cachetazo de Frank Fabra de Boca a Nino de Fluminense en la final de la Copa Libertadores de América 2023. En todas, el equipo perjudicado fue el del jugador infractor.

Es que un deportista de elite debe poder sobreponerse a circunstancias como las referidas y ser tal característica uno de los elementos de juicio a considerar por los seleccionadores al momento de concretar su elección.

Si las reglas son claras desde un primer momento, junto al hecho de no reaccionar y no ingresar en ningún “juego”, aparecen advertidos de antemano, ello contribuirá a la actitud colaborativa del jugador y ante todo a la conciencia grupal.

En tiempos de likes y de selfies al ombligo, se debe hacer respetar a rajatabla el trabajo grupal por sobre el individualismo.

Algo que dejó bien en claro la Scaloneta y que a algunos jugadores juveniles parece costarles internalizar.

Si dejamos de concebir este tipo de reacciones como pecados de juventud y aprovechamos ese gran momento de capilaridad y de triunfo para dejar un mensaje educativo, le estaremos haciendo un gran favor al deporte y a las generaciones venideras.

*Abogado. Prof. Nacional de Educación Fisca. Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com


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