Una deuda de honor con el Loco Gatti
El exarquero de la selección Argentina fue un ícono de una época y un referente para toda una generación. Un repaso por su historia y su impacto dentro y fuera de la cancha.
Hay momentos en que se detiene la vida, en que el cuerpo se paraliza y los recuerdos fluyen. Algo así sentí al escuchar la noticia: el Loco Gatti, a los 80 años, había muerto. Es que Hugo Orlando Gatti, fue un personaje inverosímil que marcó definitivamente nuestra infancia. Una suerte de superhéroe que habitaba nuestra niñez.

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Para entenderlo bien, en la década del 70 no había celulares, ni pantallas, ni nada, uno jugaba a la pelota en los fondos de las casas, en las plazas, en los patios escolares, imitando ser Alonso si eras de River, Bochini de Independiente o Gatti si de Boca.
Era un tiempo de diarios matutinos y vespertinos, de la oral deportiva radial y de un partido por semana por TV. Cada equipo tenía su ídolo, ya que los jugadores no emigraban y perduraban por años en sus clubes. Aun Argentina no tenía ningún título mundial.
Con Pablo Bernárdez y Carlitos Madina —corrijo— no jugábamos: directamente éramos el Loco, con la puki en la terraza de Conde, con la de trapo en la escuela Juan Balestra o la de cuero en las plazoletas de García del Rio.
Pero además a Gatti lo conocíamos personalmente, ya que guardaba su auto en el garaje frente a la casa de mis padres y compraba en la misma carnicería, por lo que era frecuente ir a pedirle un autógrafo con su siempre distinguida olografía “Gatti Hugo” con la G y la H grandes y angulosas. Aún lo recuerdo tostado y con pantalones apretados junto a su compañera Nacha, firmando, junto al surtidor.
El primer partido de primera división que fui a ver fue en el Monumental. Un River -Gimnasia que salió 0 a 0 donde Perico Pérez era el arquero millonario y donde Gatti, el guardameta del lobo, fue figura. Mi primera sensación de muchedumbre y noción de un colectivo lleno, el 42, se remonta a esa tarde.
Cuando el club de la ribera de la mano de Alberto J. Armando contrató al uno, se hizo un partido de presentación contra Olimpia de Paraguay en la Bombonera. Desde la platea alta a la que concurrí invitado por mi tío Julio, aún resuena en mis oídos el : “Ole ole ole, el loco Gatti y su ballet”-
Al Boca de Lorenzo se le debe la primera Copa Libertadores xeneize, donde Gatti fue clave al atajar el penal definitorio a Vanderley de Cruzeiro, en aquella trasnoche del Centenario. Gracias a ese equipo nos hicimos amigos de El Gráfico, de la Goles, de La Deportiva… incluso de historietas menores como Gatín, que esperábamos ansiosos cada martes.
El loco creó un personaje, desde su vestimenta con vincha, bermudas y polera ajustadas, hasta sus salidas con los pies y su icónica “la de Dios”, en los manos a mano con los delanteros. Recuerdo quedar dormido escuchando el relato de un partido, pensando que Boca no podía perder simplemente por tener a este arquero de pelo largo y piernas flacas bajo sus palos.
Gatti marcó una época. Solía decir que “era el más vivo en el puesto de los bobos” y que “el atajaba siempre con los ojos abiertos”. Siempre le gustó provocar y decir frases polémicas siendo un admirador de Cassius Clay – segundo nombre que puso a su hijo Lucas-.
En la cancha era capaz de hacer una chilena, sacar un lateral o salir jugando hasta mitad de cancha, como aquella vez en que hizo un pase al Mono Perotti, quien desbordó y concretó en el arco del Riachuelo. El loco formó parte de la selección del Mundial 66, pero no jugó, participó de 18 partidos en la Selección Argentina y fue el primer arquero de Cesar Menotti hasta que cerca del Mundial 78 el Pato Fillol -con quien siempre se lo comparó- ocupó ese puesto.
Un gol tonto de Maciel de Deportivo Armenio, selló su salida de Boca por decisión de Omar Pastoriza, cuando ya era cierto, que había cumplido su ciclo. Fue Carlos Fernando Navarro Montoya quien, con un estilo similar, lo sucedió en el puesto.
Gatti jugó en Atlanta, River, Gimnasia, Unión y Boca, y fue con 26 detenciones, junto a Fillol, el más grande atajador de penales de nuestro país. Aun retirado, siguió con declaraciones que solo buscaban levantar polvareda. La partida reciente de su inseparable esposa, seguramente lo desoló, hasta que una caída lo sumió en una internación postrera.
Siempre quedó flotando la sensación de que al Loco no se lo despidió como merecía: en una cancha, bajo los tres palos, con una ovación que lo abrace para siempre. Por lo que significó, por la realidad y la fantasía que nos supo transmitir en momentos tan trascendentes de nuestras vidas, vaya esta sentida deuda de honor para el querido Hugo Orlando Gatti.
*Abogado. Prof. Nac. de Educación Física. Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com
Hay momentos en que se detiene la vida, en que el cuerpo se paraliza y los recuerdos fluyen. Algo así sentí al escuchar la noticia: el Loco Gatti, a los 80 años, había muerto. Es que Hugo Orlando Gatti, fue un personaje inverosímil que marcó definitivamente nuestra infancia. Una suerte de superhéroe que habitaba nuestra niñez.
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