Una jefa que se hace trampas jugando al solitario


La salida de Guzmán no sólo coronó el acoso y derribo que ordenó la vice para expulsarlo del Gobierno. También acrecentó en ella el poder de veto para el reemplazo.


Cristina Kirchner se vio obligada a aclarar que no hablaría para revolear algún ministro porque el país la cree capaz de revolear al Presidente. No le desagrada inducir en los demás esa percepción del poder. Pero es perceptible que actúa por un temor. Ahora cree posible que la crisis también arrase con ella.

En todos y cada uno de los términos de esa definición se encierra la clave de interpretación de los días sin rumbo para el país que se agravaron desde la renuncia -tan esperada como intempestiva- del exministro de Economía, Martín Guzmán.

La vicepresidenta terminó de desequilibrar en su favor el balance de poder interno del oficialismo. Ya no hay ninguna simetría posible en la disputa con el Presidente. La acumulación del lado de Cristina es tan abrumadora que Alberto Fernández quedó en una situación de extrema fragilidad. El propio Presidente la acrecienta con sus errores -como su errático discurso de Tucumán- y es una debilidad que no convierte en creíble cualquier versión sobre su destino, pero explica las muchas especulaciones.

La salida de Guzmán no sólo coronó el acoso y derribo que ordenó la vice para expulsarlo del Gobierno. También acrecentó en ella el poder de veto para el reemplazo. Indirectamente concentró en sus manos el diseño general de la política económica.

Una ecuación de poder más nítida en el oficialismo debería haber producido una coagulación temporaria de la crisis económica. No fue así. Las principales variables se dispararon hacia un terreno fatídico: aquel donde desaparece la noción de valor.

La política no quedó más ordenada, sino menos. El archipiélago de presuntos aliados en el gobierno (Massa, gobernadores, intendentes, referentes sociales y sindicales) quedaron postrados ante las ideas de Cristina. El alineamiento debería ser proactivo, pero al final ella pone todas sus energías en la acumulación de poder, tanto como le escapa al compromiso con el gobierno. ¿Dónde estaba cuando asumió Silvina Batakis? Con la líder del oficialismo huyendo de su cuota de responsabilidad en la administración y debilitando al Presidente que tiene esa responsabilidad encima, más poder equivale a menos gobierno.


El fracaso del exministro Guzmán es la constatación de que el diseño kirchnerista para la economía es todo humo, ineficiente y gris.


La crisis económica se aceleró tras la salida de Guzmán no sólo por el desorden político que se observó en su relevo (que concluyó en un reemplazo irrelevante, sin equipo, ni plan) sino por aquellos aspectos del diseño económico del propio Guzmán que no son precisamente los que difieren, sino al contrario, los que coinciden con el vaporoso programa económico de la vice.

El fracaso del exministro es la constatación de que el diseño kirchnerista para la economía es todo humo, ineficiente y gris.

Cristina propone insistir con las recetas del santo, esculpiendo en la misma piedra la próxima lápida.

Por esa razón suenan insustanciales sus críticas a la “traición” de Guzmán al gobierno y al Presidente. Ahora que echó a Guzmán, reparte las cartas y es dueña del mazo, la vice se hace trampas jugando al solitario. ¿Acaso no ordenó el motín de ministros -encabezados por Wado de Pedro- que sacudió al Presidente tras la derrota electoral?

Como la vice, la nueva ministra Silvina Batakis declara su admiración por José Ber Gelbard, gestor de la economía del último Juan Perón. Si actualiza su brújula, Batakis encontrará curiosas similitudes entre Gelbard y Guzmán. Ambos dejaron como herencia desequilibrios parecidos. El legado de Guzmán: un déficit fiscal enorme; el tipo de cambio actualizándose con devaluaciones bruscas según los espasmos del mercado; la escasez de dólares colisionando menos con el turismo que con la gobernabilidad; ningún avance en el ajuste de las tarifas subsidiadas y una bola de nieve en la deuda en pesos.

El verdadero desafío que ojalá advierta a tiempo y por su salud Batakis es no terminar como Celestino Rodrigo. El ministro al que le estalló la bomba de controles que inventó José Gelbard, el pensador admirado.


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