Palabras que se las llevó… Vitale

Lito Vitale, junto a un cuartero instrumental, ofreció un recital

NEUQUEN (AN).- Música que se mete por debajo de la ropa. Eriza la piel, juega a las escondidas con las sensaciones y relaja el espíritu. Un reloj suizo por precisión, pero también un baúl del que nadie sabe qué saldrá. Lito Vitale es así. Y para colmo, los cuatro músicos que lo acompañaban hablan el mismo dialecto que el suyo. Telepatía y sensibilidad al máximo.

Vagan por diversas tipologías rítmicas, exploran caminos no tan convencionales y en la teoría se sienten a gusto lejos de las masas y de los grandes auditorios, en la intimidad y el cobijo de un pequeño salón alumbrado con velas. Entonces eligieron bien, y la globa de eventos de Casino Magic les quedó a dedillo.

Los primeros minutos del domingo lo encontraron a Vitale sentado frente a sus teclados, y a una escasísima cantidad de neuquinos que se acercaron para sentir la seducción de un espectáculo sin palabras. Justamente es eso. Vitale deja en claro que la mejor música que sabe hacer es la que desciende desde el escenario sin palabras. Sólo acordes, tonos, punteos, sonido instrumental en la máxima expresión.

Ya nadie podrá acusarlo de que es un cultor del «pianito soplado», porque ha conseguido crear un sonido propio, intimista, que lo despoja de su piel y deja a la intemperie una enorme capacidad compositiva. Su público se lo agradece, sobre todo esas bellas recreaciones en música popular, de tango y folclore, que deambulan por lo más profundo del ser.

Si hay que acusar de algo a Vitale es de su frialdad a la hora de dirigirse a los presentes. Sus ojos siempre están perdidos en los teclados, dialoga a cuentagotas y la brillantez de sus movimientos instrumentales no se plasman en la relación con el público. Puede entenderse que para Vitale lo más importante sea la música, pero en los tiempos que corren freezar el contacto con los seguidores no es sinónimo de éxito. Para nada.

Sólo eso es criticable en Vitale. Porque a la hora d componer y desplegar su música es impecable. E implacable.

Su trabajo es tan pulcro que da la impresión de rozar la perfección. «La única mirada» fue quizá la mejor canción de la noche. Y posiblemente de su último disco. En ella Vitale produce una confusión mental inesperada, y es casi un acto reflejo buscar en el escenario al bandoneonista.

Ellos hablan el mismo idioma. Martín González en batería, Juan Belvis en teclados adicionales y Diego Clemente en sikus y quenas se sientan a «dialogar» con Vitale en un dialecto que más que oírse, se siente. Se vive. Un desgarro físico placentero.

Y para colomo el invitado es nada menos que el maestro en guitarra Lucho González, quien brindó momentos emotivos fundiéndose en una materia compacta y virtuosa con el padre de esta ceremonia. Una charla entre dos seres de la misma estirpe, del mismo planeta. Del planeta musical.

 

Sebastián Busader


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