¿Qué relato de Navidad comprás?

La época del año, más el agotamiento después de dos años de pandemia hizo que todos revisaran comportamiento, actitudes, relaciones. Entre balances y replanteos, llegamos a fin de año.

Laura Collavini
lauracollavini@hotmail.com

En este mes de cierre del año surgen los balances conscientes y/o inconscientes. Mes doce de otro año pandémico. Siguen los movimientos intensos en cada uno de nosotros y nadie está en el mismo lugar que a fines del 2019.
Todo salió a la luz. Lo bueno y lo malo. Caliente, tibio y frío. Nada quedó oculto.
A cada uno la pandemia lo atravesó de diversas maneras y todos tuvimos o tenemos algún síntoma asociado. Siempre, claro está, lo que se manifiesta como síntoma es una oportunidad para revisar aquello que necesitamos mirar diferente, asimilar, etc.


En muchas ocasiones lo difícil es atreverse a mirarlo, registrar que está ahí y que es nuestro.
Estamos en esta cultura donde siempre le regalamos nuestro problema a otro: “Qué querés que le haga si tal no me deja”.
Ese “Yo, argentino” que nos salvó de tantas instancias, ha muerto. Perdón. Sé que es una noticia dura, pero alguien debía decirlo. Mejor que se enteren así, leyendo tranquilamente y no mientras manejan, por ejemplo. Sería peligroso.
Ese “Yo, argentino” que nos dejaba con las supuestas manos limpias nos ha abandonado. Entiendo que puede ser complejo este momento y que se verán tentados a dejar la página y decir que estas líneas son aburridas. Que no tienen tiempo para reuniones de padres, de barrio, que tienen la agenda ocupada y que eso de reciclar es para los que no tienen nada que hacer.

Son argumentos que funcionaron en alguna época. Parecíamos importantes diciendo que mejor de eso se ocupe otro, que para algo pagamos los impuestos, el colegio y todas las pavadas que se dicen cuando no queremos salir de nuestro lugar de confort. El tiempo cambió. Así como cambia el almanaque, esto también.
Ahora, “el que no se involucra, pierde”. Ese sería el nuevo slogan. Llegó el tiempo de la consciencia, de mirarnos a cada uno en relación al contexto (no mirar el ombligo, corremos riesgo de contraer tortícolis.)


Podemos aprovechar este año que se va para dejarle a él lo que ya no vamos a necesitar para nuestro camino. Lo que nos resultó útil hasta ahora pero con lo que ya no podemos seguir. Pueden ser valores, formas de responder, actividades que ya no elegimos, incluso algún vínculo o formas de relacionarnos que no nos hacen bien.
Esta actividad puede resultar común entre quienes trabajamos con la salud mental y vínculos humanos. Para quienes no están en estos ámbitos tal vez puede resultar algo extraño, pero no se preocupen, nada tiene que ver con “cosas raras”.
Las prácticas y ejercicios de mirarnos, de observar nuestras relaciones y estar en el mundo es algo que deberíamos hacer en forma constante.
Una de las instancias que dejó a la luz esta pandemia es la importancia absoluta de la salud mental. Podemos contar con todas nuestras necesidades básicas satisfechas y más, pero, si no contamos con salud mental, no nos resultará de utilidad para atravesar una buena calidad de vida.
Cuando se realizan estos ejercicios (súper recomendables) primero se suele agradecer. Siempre hay para agradecer. Al sol por salir cada mañana, por la sombra de los árboles, el sonido de los pájaros, el aire que respiramos, la posibilidad de abrir los ojos y saber que tenemos la posibilidad de hacer algo diferente si lo necesitamos o conservar lo que nos hace bien.


Los vínculos, trabajo, techo que nos protege, posibilidad de sentir, de pensar.
Tanto hay siempre para dar gracias.
Se puede hacerlo a quien cada uno considere. Dios, Universo… No importa religión ni credo, a todos nos atraviesa la humanidad.

Esta humanidad que nos hace cambiar en forma constante. Que nunca somos iguales a hace 10 años atrás, a 5 o tal vez un año. La que nos dice que sólo unos con otros podemos vivir mejor. Respetándonos.
La energía de la Navidad está acá. Tiempo de nacer, de renacer.

Nací y crecí en la cultura católica conviviendo con la imagen de papá Noel.
Esa contradicción tan marcada. Por un lado, la Biblia cuenta que María, la mamá de Jesús se desplaza de ciudad y no encuentra albergue para dar a luz a su hijo, Jesús, que nace finalmente en un establo. Por otra parte, papá Noel, se desplaza con renos voladores y deja con su traje hiper abrigado regalos a esta parte del planeta, caluroso y con escasas chimeneas, vestido con colores de gaseosa dulce y adictiva, nada buena para la salud. Nosotros compramos esa imagen. Nos subimos a su trineo y salimos corriendo a comprar, comprar y comprar. Alimentamos la ilusión de la felicidad por los productos adquiridos y tiramos luces artificiales y llenamos de luces el cielo que hacen que miles de familias la pasen mal. Perros que se escapan de un mundo de repente ruidoso, con adultos que gastan sus billetes en mirarse el pupo diciendo a modo gorila “Me gusta, a mis hijos les gusta”.
Perdón mi sinceridad, pero cuando lo que “a mi me gusta” al otro lo perjudica… Se me escapan las formas de decir en forma políticamente correcta. Es una forma de violencia que también debemos ver y denunciar.

¿Qué historia elegimos para nuestra vida? ¿Qué relato queremos para nuestra existencia?
Gracias por leer del otro lado, aunque implique incomodidad.

Que vivamos en Paz y consciencia esta Navidad.


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