Realidad alternativa

Si sólo es cuestión de los principios que suele reivindicar la presidenta Cristina Fernández de Kirchner cuando asiste a cumbres internacionales, la Argentina está firmemente comprometida con la libertad de comercio pero, de tomarse en cuenta los hechos, se encuentra entre los países más proteccionistas del mundo. ¿A qué se debe dicha contradicción? Según la explicación ensayada por el secretario de Relaciones Económicas Internacionales, Alfredo Chiaradia, se trata de un malentendido que es atribuible a la incapacidad ajena de distinguir entre medidas que han sido formalmente anunciadas y las trabas impulsadas, es de suponer informalmente ya que a menudo no queda ninguna constancia escrita, por el secretario de Comercio, Guillermo Moreno. Por un lado, pues, está la realidad jurídica, la que a juicio del gobierno kirchnerista es la única que importa, y por el otro está la supuesta por lo que efectivamente sucede. Bien que mal, parecería que los gobiernos de nuestros “socios” comerciales no tienen demasiado interés en perder el tiempo hablando de tales sutilezas. Desde su punto de vista, el que distintos productos alimenticios procedentes de los países de la Unión Europea no hayan podido llegar a las góndolas de los supermercados significa que el gobierno kirchnerista los está bloqueando. Comparten su opinión los chinos que no pueden vendernos muchos productos electrónicos, de ahí su negativa a continuar comprando cantidades ingentes de soja, y los brasileños cuando sus camiones quedan varados en la frontera. Por desgracia, informarles que Moreno es el responsable de todos los problemas que enfrentan para entonces insinuar que, por motivos que nadie se animaría a aclarar, Cristina no tiene más opción que la de resignarse a la existencia de lo que podría calificarse de un gobierno paralelo, uno que presuntamente se ve encabezado por su marido, no ha sido suficiente como para convencerlos de que sería mejor dejar las cosas como están. Huelga decir que Chiaradia tiene razón cuando señala que la UE es “la región más proteccionista del mundo en agricultura”, puesto que no cabe duda alguna de que lo es, pero los esfuerzos de nuestro país y de otros del Mercosur, además de Australia y Canadá, por obligarla a abandonar una estrategia de décadas, no tendrán ninguna posibilidad de prosperar si no actuamos con cierta coherencia. Merced al activismo de Moreno, a través de sus voceros la UE ha podido asumir la postura de víctima del proteccionismo argentino y por lo tanto amenazar con torpedear el acuerdo de libre comercio que está negociando con el Mercosur. Por razones comprensibles, muchos europeos no quieren que se llegue a un acuerdo porque, como saben muy bien, la agricultura sudamericana es competitiva y, en igualdad de condiciones, podría encontrar en el Viejo Continente un mercado sumamente provechoso para sus productos. A Cristina no le gustaría para nada que la Argentina se convirtiera nuevamente en el “granero” de Europa, ya que como muchos peronistas de su generación preferiría que fuera una dínamo industrial, pero así y todo sería insensato dejar pasar una oportunidad para exportar muchísimo más. Puede que sólo fuera una casualidad que la embestida europea contra nuestras prácticas proteccionistas se haya producido justo después de que Cristina, con el respaldo vigoroso del canciller Héctor Timerman, se ensañara con el presidente francés Nicolas Sarkozy, pero dadas las circunstancias le hubiera sido difícil elegir un adversario peor. De todos los países miembros de la Unión Europea, Francia es el más resuelto a defender la “política agrícola común” que le ha supuesto subsidios gigantescos aportados por sus socios y que nos ha perjudicado enormemente, de suerte que la presidenta cometió un error grave al amonestar verbalmente a Sarkozy en el transcurso de la reunión del G20 en Toronto. Como los Kirchner deberían entender mejor que nadie, los sentimientos personales pueden incidir de manera muy fuerte en la política internacional. Por lo tanto, convendría que nuestros representantes se cuidaran de brindar a mandatarios como Sarkozy motivos adicionales para querer frustrar iniciativas –como la supuesta por un acuerdo comercial entre la UE y el Mercosur– que, de fructificar, nos traerían muchos beneficios económicos.


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