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Rebeliones y hojas de ruta perdidas

La política recorre sin hoja de ruta la segunda ola de contagios de coronavirus. No es un rasgo exclusivo de Roca o de Río Negro, pero en los últimos días quedó claro en esta ciudad cuánto se acota el margen de maniobra si no existe un trabajo que anticipe nuevos escenarios.

Comerciantes, prestadores de servicios, feriantes y otros emprendedores le dijeron a las autoridades de todos los niveles del Estado que no acatarán ninguna otra medida que implique suspender sus actividades.

Esta semana no regirán restricciones totales, aunque estarán más limitados los aforos a gimnasios y locales gastronómicos, que no podrán superar el 30% del máximo de ocupación.

¿Cumplirán con esa disposición? ¿Qué postura van a tomar las autoridades si los límites se corren?

En este estado de situación, cualquier camino que tome el municipio, como responsable de los controles, significará una colisión. Habrá cruces con comerciantes si labran actas de infracción o habrá reproches provinciales (como ya los sintieron otros intendentes) si flexibilizan alguna medida.

Ahora bien, la sublevación es un dato en sí mismo, pero dentro de esa reacción hay un componente destacado: la velocidad.

La mecha estaba muy corta dentro del sector económico roquense y valletano al momento de entrar a la segunda ola. Y eso no fue advertido, o al menos fue subestimado, por varias autoridades.

¿Y cómo llegamos a este estado de ebullición?

En primer lugar, con un exceso de confianza en el plan de vacunación.

La certeza de que el segundo trimestre del 2021 encontraría al país con toda su población objetivo inmunizada llevó a un segundo plano las decisiones relacionadas con la economía.

El gobierno rionegrino tuvo que ensayar paliativos impositivos y crediticios 24 horas después del anuncio de los nueve días de restricciones, cuando en un primer momento su postura fue la acompañar el decreto nacional sin medidas adicionales.

De todos modos, esa falla en el cálculo de tiempos no explica todo el problema.

También hay un déficit crónico de planificación en el funcionamiento del sistema de salud.

Ningún cierre tendría que implementarse si el colapso de las terapias intensivas se hubiese evitado.

Sin embargo, la desarticulación de esos servicios en los hospitales fue notoria después de la primera ola.

Hay respiradores, existe espacio físico, pero no hay profesionales para ampliar las unidades. Y eso revela que nunca se pensó seriamente en la formación de equipos para una eventual segunda ola.

El bajísimo porcentaje de médicos terapistas es una realidad que atraviesa a todo el país. Lo que también es cierto es que no hace falta un especialista por cada cama.

La reacción que se dio el año pasado en Río Negro, conformando equipos con cardiólogos y médicos de otras ramas ¿no podría haberse estructurado en forma más organizada para esta nueva crisis o las que eventualmente podrían llegar más adelante?

La política vive mucho en el presente y se olvida rápido del pasado. Difícilmente podamos desembarcar ilesos en el futuro cuando son pocos los que demuestran capacidad para anticipar las curvas por delante.


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