Reforma pionera y eficaz, cancelada

Es un débito que tiene la historia rionegrina, que en algún momento deberá asumir: interesarse por aquel gobierno que ya se aleja en el tiempo.

Roberto O. Balmaceda (*)

Las experiencias “universalizantes” de reforma en Salud en la Argentina, con pretensión de cobertura total, de transferencia de poder y de salud como derecho social, en contraposición a aquellas que significaron un reacomodamiento del mercado en las décadas del 80 y los 90, no fueron tantas ni perduraron, aunque demostraran eficacia. Surgieron en la fase de agotamiento del modelo industrial sustitutivo del “Estado de bienestar”. La despiadada carrera armamentística y de competencia por el predominio científico-tecnológico, polarizada por EE. UU. y la URSS en los 70, influenció y tuvo por escenario al “Tercer Mundo”.

En ese clima de conflictividad social y política, las reformas emergentes institucionales de esa tendencia proponían “el modelo de atención única y universal de los servicios de salud implantado en el Reino Unido en 1948…, en EE. UU. en 1965 el Medicare y Medicaid… El campo socialista exhibía notorios avances en servicios sociales estatales” (H. Arce/2010).

En América Latina hicieron punta la Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Cuba (S. Fleury/2010). El precedente reformista y de transformación en la Argentina lo constituyó Ramón Carrillo, desde la inédita Dirección Nacional de Salud en el gobierno peronista (1946). Tras el golpe del 55 se inició el desmantelamiento progresivo de este aparato sanitario nacional, avalado por el denominado “Plan Prebisch” y las recomendaciones descentralizadoras de la Organización Panamericana de Salud (OPS), que se tradujeron en la transferencia de servicios hospitalarios sin los recursos financieros correspondientes, debilitando la concepción hegemónica sanitaria universalista.

De los intentos sucesivos de reforma estructural bloqueados en el tiempo, constituyeron hitos históricos: el Sistema Nacional de Salud de 1974, impulsado por el exministro Domingo Liotta, y el Seguro Nacional de Salud de 1988, de Aldo Neri.

La forzada operación de “salvataje político”, el “Gran Acuerdo Nacional” ideado por Lanusse en 1972, posibilitó el regreso del líder proscripto Perón, con llamado a elecciones generales en 1973.

El 20 de junio, mientras de fondo la radio difundía los gravísimos enfrentamientos armados entre grupos de derecha e izquierda del peronismo, disputándose la cercanía al palco de Ezeiza, a la espera del discurso de Perón de retorno a la Argentina (Dal Bo/2009), en el despacho del ministro de Asuntos Sociales de Río Negro, Alberto Pawly, se gestaba un modo institucional diferente de proporcionar salud.

La recuperación del poder político por parte del peronismo en el 73 con Cámpora había desatado una enorme expectativa de cambios profundos en sus seguidores y enorme inquietud en ciertos sectores de poder de la sociedad y al interior del propio partido, respecto de la naturaleza de esos cambios.

José María Iglesias, pediatra de Bariloche, había sido convocado por Pawly como interventor en Salud Pública. El segundo llamado fue Alberto Ostrovsky, directivo del Hospital Regional de Comodoro Rivadavia, quien sumó al proyecto a su compañero de tareas Alberto dal Bó, heredero de la “Reforma hospitalaria marplatense del 60”.

De aquellas conversaciones surgió un acuerdo de partes, por intentar una “reforma piloto parcial” en los hospitales de Bariloche y Roca, como solución contemporizadora a una reforma más profunda que había impulsado Dal Bó, en oposición a Iglesias.

Un factor inesperado torció el rumbo histórico imaginado por los tres actores iniciales. El avión Cessna provincial 402, con cuatro tripulantes a bordo, que trasladaba a los doctores Iglesias y Ostrovsky se precipitó a tierra en Bariloche y fallecieron todos sus ocupantes (“Río Negro” 24/6/73). De allí en más, Dal Bó pasó a ser la figura central de esta historia por iniciativa de Pawly, respaldado por el gobernador Franco.

Dal Bó, consciente de las posibilidades de cambio y de los efectos positivos del programa de “salud rural” implementado por gobiernos militares en zonas alejadas e inhóspitas, también le reconocía su lado “siniestro”: réditos políticos inmediatos y no actuación en los otros escalones asistenciales “porque, al no incrementar ni mejorar la oferta de los efectores públicos, y evitar el impacto negativo sobre los intereses médico-sanatoriales, servía para alejar los conflictos con el gremio médico, a expensas de la calidad de la atención de la población de menores recursos” (Dal Bó, “Hospitales de reforma”, pág. 107).

Y dispuesto a reparar la dualidad del comportamiento médico de quienes ejercían en el ámbito público por la mañana y en el privado por la tarde que llamaba “el dilema de servir a dos patrones”, proponía como clave de transformación las condiciones de trabajo: concursos regulares con jurados altamente calificados, buen salario, créditos provinciales para viviendas y automóvil, trabajo en equipo y dedicación plena. Sin esperar la legalización del “Sistema Nacional de Salud” y a la par de los cambios impulsados en Neuquén desde el 70, el plan se puso en marcha en 1973, con figuras de reconocido prestigio sanitario.

Al respecto, Osvaldo Pellín, funcionario del Plan Neuquino y compañero de camada de Dal Bó, comenta: “En general fue muy expeditivo, por la magnitud que rápidamente alcanzaron los objetivos del Plan y por la celeridad con que se producían las incorporaciones al sistema del personal profesional y técnico, aquello nos sorprendió sobre todo porque la instalación del plan en Neuquén había sido más pausada, más transicional”. Sus propios protagonistas históricos lo confirman:

“Nosotros vinimos en el 74, el Plan de Salud tenía su esbozo en 1973 y la incorporación masiva de los médicos y profesionales full time fue en el 74, por lo menos de las cuatro especialidades básicas”… (Lidia Morettini)

El Plan se lanzó con concursos abiertos, con un jurado destacado en cada una de las especialidades: Lanari, clínica médica; Giannantonio, pediatría; Mendizábal, tocoginecología, y Olaciregui en cirugía.

–“La información salió en “Clarín”, hasta con el mapita, había un concurso para médicos de planta y otro para residentes. Yo había hecho sólo un internado rotatorio, así que para mí fue la oportunidad de hacer una residencia en el marco de un Plan de Salud inédito que consistía en una oferta de altísima competencia”. (Ricardo Sarandría)

–“Recalamos en Roca, después de haber finalizado las residencias e interrumpido el trabajo que realizábamos en Chile en el Servicio Nacional de Salud, por el golpe a Allende. Nos enteramos del concurso en Buenos Aires y viajamos a Viedma. Para los concursos le daban un puntaje prioridad a los médicos locales, así que quedé como residente, mal no me vino”. (Cristina Bocó)

El cambio de la vida cotidiana se hizo sentir de inmediato, en rutinas diarias, organización, procedimientos y hasta en los usuarios históricos.

“Trabajábamos de 8 a 17. El hospital se convirtió en científico, hacíamos ateneos por especialidad, asambleas zonales de profesionales del Plan; había una “mística” que nos unía en el trabajo. El cambio fue muy grande… hasta cambiaron los autos que estacionaban en el hospital”. (Enrique Teixido)

“No había atención en periférico como después se hizo y aumentó el primer y segundo niveles. Yo creo que fue un cambio revolucionario, lo viví así, te sentías como que eras partícipe de algo que era importante para la población…” (Eduardo Vivas)

–“Creo que el Plan de Salud estuvo muy bien programado, pero no fue muy exitoso porque no tuvo tiempo, se cumplió la primera etapa que era la incorporación de los profesionales de dedicación exclusiva y los horarios de atención. Lo que no se pudo cumplir fue la segunda etapa de equipamiento… Se logró muy poquito, pensá que el PS duró dos años, tres si tomás los prolegómenos. No tuvo tiempo para afianzarse, consolidarse”. (L. M.)

La jerarquización de la tarea, la renovación en equipamiento y tecnología, el prestigio de sus profesionales que corría de boca en boca, la extensión del horario de atención, la oferta de internación, la apertura hacia la periferia y la afluencia cada vez mayor de público, en conjunto, generaron una corriente de simpatía y reconocimiento que quebró barreras sociales y prejuicios de clase que cambiaron el perfil económico social de sus usuarios, convirtiendo al hospital público en centro jerarquizado de la atención de salud.

No obstante la resistencia interna y externa al cambio no tardó en aparecer. La Ley de Salud 898/73, aprobada por unanimidad, había posibilitado transformar el régimen de trabajo, aumentar notoriamente el presupuesto, transferir financiación vía las obras sociales, regular la creación de capacidad instalada y suprimir la participación en los Consejos de Salud de Colegios Médicos y Federación. Pero también alteró ostensiblemente las relaciones de poder entre los subsectores público y privado y tensó la cuerda del equilibrio relacional.

Rápidamente generó una crítica velada y elíptica del sector corporativo sanatorial que, no pudiendo dirigirse al desempeño profesional de manera generalizada, adoptó formas encubiertas de presión social y política o ideológicas, sustentada en el clima político-social de inestabilidad, profundizada con la muerte de Perón.

Las primeras manifestaciones contrarias surgieron durante los concursos para dedicación exclusiva en Viedma, con pintadas acusadoras de contenido ideológico. La agudización de las contradicciones políticas y económicas de disputa por la dirección y control del país, representada en el lopezrreguismo, tuvo expresiones a nivel local.

Atentados con bombas perpetrados contra profesionales del Plan y el sugestivo atentado al comisario Ardanaz hacían pensar en intervenciones ajenas a los intereses médicos privados, reforzando acusaciones cruzadas que cercaban al propio franquismo, propiciando un clima de caos.

–“Hubo todo un problema con la medicina privada, estábamos tildados de comunistas, nuestra ideología era trabajar bien en un proyecto, mejorar la asistencia de Salud Pública, fundamentalmente, y poder trabajar científicamente, poder estudiar, trabajar distinto a lo que se trabaja en una clínica. Duró un año y medio, ingresamos en mayo del 74 y en el 76 asumió García García, quien era el mandado a destruir el Plan de Salud…” (E. V.)

–“Al poco tiempo de estar acá, fallece Perón y bueno el Plan tenía una contradicción muy grande, por un lado lo hacía el peronismo en el gobierno y por otro lado sectores del peronismo lo acusaban de ser un refugio de zurdos, al punto que en algún momento tuvimos una queja de la Policía Federal que aseguraba que en un lugar que usábamos de prácticas de Bromatología estaban algunos terroristas: Arrostito, Abal Medina e hicieron un allanamiento en el Hospital de Roca… (R. S.)

En 1976, consumado el golpe de Estado, el exministro Pawly permaneció detenido una semana, interrogado exclusivamente sobre el Plan de Salud. Representante de la corporación médica sin rubricar su iniciativa, intentó apoyo inmediato de las autoridades denunciando la ideología del Plan. (D. B.)

En tanto, una editorial del “Río Negro” (27/5) lamentando el desmantelamiento de los servicios, prevé la muerte definitiva del Plan y el daño irreversible infligido a la población rionegrina. Apelando a la conciencia de sus detractores, con objetiva lucidez, postula “sistemas mucho más avanzados y menos tímidos que el intentado en Río Negro: laboristas ingleses, sistema israelí, la modalidad de dedicación exclusiva en las FF. AA. y la similar neuquina se mantuvieron…”

En cuanto a los argumentos expuestos en la solicitada firmada por el presidente de la Federación de Clínicas y Sanatorios de la provincia, descarnada y elocuente en su visión mercantilista de la salud, S. Podjarny afirmaba: “El Estado no es eficiente en la rama asistencial, por lo que debe estar reservado básicamente al sector privado” (…) “Todas las obras sociales deben derivarse hacia la actividad privada porque su costo resulta más bajo que el que tendría en el ámbito estatal” y recortando para sí el espacio de mercado más rentable: “El Estado debe tomar a su cargo todo el mecanismo de la medicina preventiva y en ese ámbito sí jugará un papel importante”. (R. N. 30/5/76)

A esta altura de las circunstancias, la política oficial de salud de la dictadura militar y las propuestas de reorganización del sistema hechas por la Federación convergían ampliamente, la cancelación ya no era necesario decretarla.

La migración de profesionales al sector privado, al plan neuquino y a sus lugares de origen completó la tarea final, sólo restaba encontrar la figura que encarnara la institucionalización del olvido, que surgió, sin lograr en el tiempo desterrar a la memoria.

(*) Docente de grado y posgrado, Facultad de Ciencias Médicas – UNC.

“Plan de Salud del 73”, en Río Negro


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