Empezaron de cero y hoy producen 10 millones de kilos de peras y manzanas en Río Negro
La familia Patalano llegó a la Argentina tras la Segunda Guerra Mundial, tan devastada como su Italia natal. A fuerza de trabajo y principios firmes, crecieron sin perder el rumbo. El emprendimiento de Juan y sus hijos en el Alto Valle alcanza hoy su máximo esplendor productivo.
La fruticultura de la Patagonia guarda una historia inspiradora. Es la de Juan Patalano e Hijos, una empresa impulsada desde sus orígenes por dos principios inquebrantables: cumplir y adaptarse. Fue fundada por una familia que llegó a la Argentina desde Italia, escapando de los estragos de la Segunda Guerra Mundial, y que pasó de recorrer Avellaneda (Buenos Aires) vendiendo verduras en canastas a convertirse en protagonista de la actividad frutícola del Alto Valle.
Hoy, con rendimientos récord y más de 200 hectáreas implantadas, la empresa sigue sosteniéndose sobre esos valores fundacionales. Se adaptaron antes, cuando el tablero comercial cambió rotundamente con la llegada de las grandes cadenas de supermercados. Se adaptan ahora, creciendo controladamente, diversificando su cartera de clientes y reduciendo costos.
Cumplieron antes, cuando liquidaban honestamente las frutas y verduras que vendían en consignación, y cumplen ahora con la premisa de no convalidar precios que escapan de la ecuación económica y financiera de la empresa. Como dice José Luis Patalano, actual socio gerente: “En esta actividad hay que pensar como si fuéramos a ser eternos.”
Fruticultura en Río Negro: cumplir para crecer
Juan Patalano llegó a la Argentina tras, quizás, los años más duros de su vida. Su padre, Luis, fue veterano de la Segunda Guerra Mundial y combatió en el norte de África bajo bandera italiana. La familia emigró sin nada y comenzó de cero en Avellaneda.
Luis trabajaba en el puerto y en el subte, mientras María (madre de Juan) cultivaba con verduras una pequeña parcela arrendada con la ayuda de sus hijos. El padre de la familia falleció de forma trágica, y ella quedó viuda con seis hijos, entre ellos una recién nacida. Se hizo cargo de todo, y hoy su nieto la recuerda con orgullo. “Era una bestia, una mujer impresionante”, dice José Luis sobre su abuela.

Todavía siendo niños, los hermanos mayores (entre ellos Juan, el futuro fundador de la empresa) salían con canastas a vender las verduras que cosechaban por el barrio, antes de ir a la escuela. Así se forjó el primer eslabón comercial de una historia familiar que crecería con esfuerzo, austeridad y palabra.
Primero vendían verduras, luego sumaron frutas que traían en carros a mano del Mercado de Abasto, mismo lugar donde luego tendrían su puesto para vender su producción. La familia fue ganando confianza en el barrio y prestigio en ese mercado. “Nos fuimos haciendo conocidos por cumplir”, explica José Luis. En un ambiente marcado por la informalidad, su padre repetía un principio: “El honor del consignatario es la comisión, hay que liquidar la fruta al precio real de venta.” Esa honestidad los distinguió y les permitió crecer.
Adaptarse: la clave de la resiliencia de Patalano
Durante muchos años, los Patalano fueron más comerciantes que productores. Vendían en Buenos Aires, compraban en el interior, hasta que una acreencia impaga los llevó al Alto Valle del río Negro. Un empacador frutícola de Allen les debía mercadería. Para recuperar la deuda, Juan Patalano se instaló en el lugar: el negocio crecía y necesitaba esas peras y manzanas.
Con el tiempo, empezó a comprar fruta directamente. Luego alquilaron un empaque, más tarde lo propio, y finalmente adquirieron sus primeras chacras. Así se inició el camino productivo, en paralelo a una estructura comercial que seguía operando desde Buenos Aires. Todo construido sobre los cimientos de una familia que fue también una sociedad, integrada por Juan y sus dos hijos, José Luis y Juan Gabriel.

La transición no fue sencilla, pero sí estratégica. Las transformaciones en los canales de venta (con la irrupción de las grandes cadenas de supermercados) exigieron una nueva forma de pensar el negocio. “La fruticultura cambió más del 80 al 2000 que desde la Edad Media hasta el 80”, grafica José.
Había que adaptarse. Llegaron a importar frutas exóticas con el fin principal de colocar sus propias peras y manzanas en las más codiciadas góndolas, en tiempos en que las tradicionales producciones del Alto Valle no tenían una salida fácil.

Fue justamente la necesidad de adaptarse a las requerimientos reales de sus diversos clientes (desde hipermercados hasta hospitales y cruceros) lo que los había motivado a incursionar en la producción de peras y manzanas en el Alto Valle. “La fruticultura no es una fábrica de tuercas en las que todos los productos son iguales, y cada canal requería un tipo de fruta distinto”, agregó el gerente de la firma. La consigna era simple pero exigente: entregar la fruta justa, en el momento justo.
Esa misma concepción “darwiniana” sigue rigiendo el negocio. “No sobrevive el más grande, sino el que mejor se adapta a los medios y a los cambios”, afirma José Luis. La adaptabilidad fue y es, sin dudas, una de las claves del éxito de los Patalano.
Temporada récord en el Alto Valle y “la eternidad”
Hoy, Juan Patalano e Hijos supera las 200 hectáreas implantadas y los 10 millones de kilos de fruta producida por año. El 2025 fue una campaña excepcional: en peras, rindes promedio de 55 toneladas por hectárea y un pico de 90 en un cuadro; en manzanas, 50 toneladas por hectárea. Las variedades Williams y Packhams (en peras) y Chañar y Chieff (en manzanas) se destacaron.
José atribuye ese brillante presente productivo a tres factores: condiciones climáticas favorables durante la temporada, entrada en plenitud de plantaciones jóvenes y a un apropiado sistema de conducción de los montes frutales. Pero en un contexto global competitivo, los desafíos de la empresa no pasan por incrementar producción abruptamente, sino en producir mejor.
Dato
- 90 toneladas por hectárea
- Rendimiento alcanzado por la firma en un cuadro de peras Packhams.
“Hoy el problema no es el dólar, sino el costo argentino”, advierte José. Para él, la clave es bajar costos sin sacrificar calidad, negociar con municipios y sindicatos en busca de reglas más razonables y mayor competitividad frente las frutas chilenas o sudafricanas.
Además, considera fundamental evitar la dependencia de pocos compradores: ningún cliente debe representar más del 10% de su facturación. Al fin y al cabo, la adaptabilidad sigue siendo un principio rector de la firma.

A futuro, el objetivo es mantenerse eficientes, no crecer a cualquier precio. “No queremos ser General Motors, queremos ser Ferrari”, resume. Y deja una frase que condensa el alma de la empresa: “La fruticultura te obliga a pensar como si fueras a ser eterno. Si no lo hacés por pasión, es mejor dedicarse a otra cosa.”
El Alto Valle y la fruticultura, según José Luis Patalano
Con más de tres décadas en el sector, el gerente de Juan Patalano e Hijos tiene una visión crítica pero optimista sobre el presente y el futuro del Alto Valle. Cree que el mito de los monopolios no se ajusta a la realidad y ve con buenos ojos la atomización del sector. Dice que, a diferencia de lo que se planteaba en los 90, empresas como Expofrut aportaban valor a través de formación y profesionalización de trabajadores. Hoy, según su mirada, ese capital humano se perdió.
En ese sentido, considera que uno de los mayores problemas es la falta de personal calificado. Cree que muchos chacareros desalentaron a sus hijos a continuar en la actividad, sumado a la competencia del sector hidrocarburífero, que ofrece mejores salarios. También le preocupa la presión sobre las zonas productivas por el avance urbano. “Estamos tapando un vergel con caliza. Es suicida”, afirma. Cree que la reconversión hacia actividades forrajeras puede ser positiva, pero defiende con firmeza el valor estratégico de la fruta en el mundo.
Finalmente, llama a repensar la relación con el consumidor. Denuncia que muchos supermercados, al privilegiar la conservación sobre el sabor, terminan destruyendo el valor del producto: “Una fruta mal exhibida es una fruta que pierde su lugar frente a un yogur o un helado.” La esperanza, para él, está en la revalorización de las verdulerías profesionales y en una mayor conciencia del rol que la fruta puede y debe jugar en una alimentación saludable.
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