La Revolución del Riego I: cómo un canal forjó el destino de General Roca
En 1879, en el corazón de la Patagonia, nacía un fuerte destinado a convertirse en ciudad: General Roca.

En 1879, en el corazón de la Patagonia, nacía un fuerte destinado a convertirse en ciudad: General Roca. Concebido tras la Conquista del Desierto y amparado por la Ley N° 817 de colonización, este enclave prometía un futuro próspero. Sin embargo, un obstáculo vital se alzaba en su camino: la ausencia de agua para regar sus sedientas tierras. El vasto valle, flanqueado por caudalosos ríos, carecía de un sistema que canalizara su vida.
Ante la inminente problemática, el gobierno nacional lanzó una convocatoria audaz en los diarios de Buenos Aires: se necesitaba un ingeniero para liderar las obras de riego en Río Negro.
La respuesta llegó de la mano de Hilarión Furque, un sanjuanino con visión. Mediante un decreto del 31 de octubre de 1882, se le encomendó la trascendental tarea de sentar las bases de la colonización del riego en la margen norte de los ríos Negro y Neuquén.
Furque no solo debía diseñar los canales, sino también identificar los puntos de toma, la dirección, profundidad y extensión de las obras, además de evaluar la calidad de las tierras. Su misión era transformar un desierto en un vergel productivo.
La odisea de la construcción: “El Canal de los Milicos”
La construcción de la bocatoma, ubicada a unos 50 kilómetros del fuerte Roca, en la confluencia de los ríos Neuquén y Limay, fue una proeza. Sin la maquinaria moderna ni profesionales especializados, el trabajo fue lento y arduo. El canal, con un ancho de 20 metros en la toma, y las compuertas, ubicadas a unos 6 kilómetros río abajo, justo frente a la actual Cipolletti, eran testimonio de un esfuerzo titánico.
La fuerza laboral detrás de esta gesta fue tan diversa como sorprendente. Soldados del Ejército —conocidos cariñosamente como “los milicos”—, presos, indígenas prisioneros, lugareños y hasta gente traída de San Juan, unieron sus fuerzas para excavar un canal de casi 50 kilómetros.
Las herramientas eran rudimentarias: rastrones y palas tiradas por bueyes o caballos, perfeccionadas luego con carretillas manuales, picos, palas y azadones. Entre ellos destacaban los “milicos”, “curtidos gauchos palanqueados y amansados en los fortines y cuarteles de campaña, duchos y valerosos en la lucha con el indígena”, quienes aportaron su destreza y valentía.
El Agua que trajo la vida y un legado duradero
La colonia General Roca abarcaba más de 42.000 hectáreas, desde lo que hoy es Fernández Oro hasta Ingeniero Huergo, con 440 chacras de 100 hectáreas cada una, sedientas de agua.
Furque y su equipo trabajaron incansablemente, y el 1 de enero de 1885, la obra monumental fue terminada.
Un año después, en enero de 1886, se produjo la anhelada habilitación.
El “Canal de los Milicos” sirvió a la colonia durante más de 30 años.
En 1916, se le conectó un canal auxiliar que cruza al oeste de Fernández Oro, prolongándose hasta lo que hoy se conoce como el “canalito”, “canal chico” o “Canal Secundario Tres”, según la Intendencia de Riego, irrigando parcialmente la actual Colonia Fátima.

La integración al sistema
Finalmente, en 1921, el Canal de los Milicos fue integrado a la red nacional de riego, abasteciéndose del canal principal y desempeñando un papel crucial en el florecimiento agrícola de la región.
Esta obra maestra de ingenio y perseverancia no solo proveyó agua, sino que también forjó el destino y el crecimiento de lo que hoy es una próspera región productiva.
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