Cien años de escuela y comunidad: la memoria viva de la primaria 68 de Guerrico

En este rincón rural del Alto Valle, entre chacras y caminos empantanados, la Escuela 68 se alza como el corazón de una comunidad que nunca fue pueblo, pero que durante un siglo se sostuvo en el aula, en la cocina y en los recreos. Mientras se preparan para celebrar su centenario, docentes, exalumnos y vecinos reviven la historia de una institución que resistió al olvido y le dio identidad a Guerrico.

El edificio escolar, inaugurado en 1951, fue testigo del paso de generaciones enteras. Fotos y videos: Juan Thomes.

Llovió y los caminos rurales de Guerrico están un poco empantanados. El auto avanza despacio, esquiva pozos y charcos. Al pasar frente a una construcción en ruinas, Enrique, un ex alumno, señala con el dedo a una construcción en ruinas y dice que la escuela en sus inicios funcionaba en esa casa, cedida por una familia. Cruzan la ruta y se detienen frente a la Escuela 68. Al abrir la puerta del vehículo, un canto de pájaros los recibe al unísono, como si supieran que se viene una fiesta.

Guerrico es un paraje del Alto Valle rionegrino, encajado entre Allen y Roca, donde la identidad productiva sigue ligada a las chacras. No tiene servicios urbanos básicos, límites jurisdiccionales claros, ni la infraestructura de un pueblo. Tuvo intentos frustrados de urbanización: como el de1998, cuando se anunció un plan de viviendas que nunca se concretó. Pero lo que no falta es gente, gente que cree, que trabaja, que se organiza y aprende en una escuela, que desde hace cien años no se cansa de enseñar.

Al cruzar la puerta pintada de blanco, se escuchan las voces de los chicos adentro de las aulas. El director Ricardo Salto y la vicedirectora Silvia Lorca salen a recibir a la visita con una sonrisa. En plena organización de la fiesta por el centenario, hay entusiasmo.

Los chicos pintan, escriben, investigan. El centenario es una excusa para volver a preguntar y contar.

Cuentan que trabajan desde febrero, con los alumnos, en distintos proyectos: una revista escolar, el diseño de un logo, entrevistas, y preparan un acto protocolar que será el 17 de agosto, a las 11. Esperan que lleguen de todos lados: de Guerrico, de las chacras, de otras provincias incluso. Porque esta escuela, dicen, no se olvida. “Tenemos exalumnos que vienen cada tanto, se reúnen, comen algo, recorren los pasillos donde fueron niños”, cuenta Salto. Aunque todo haya cambiado un poco, vuelven, porque este lugar tiene algo que tira.

La institución tiene jardín desde los 3 años, hasta séptimo grado. Es de jornada extendida, son ocho horas en las que los chicos aprenden, comen, hacen talleres, conviven. No es menor, dice el director, en un contexto donde moverse para hacer cualquier actividad implica recorrer kilómetros.

Sólo quedan las ruinas de lo que fue el primer edificio en el que funcionó la Escuela 68 de Guerrico. 

“Tenemos chicos de la chacras, de la ciudad y once chicos que viven en la isla y tienen que cruzar en balsa”, relata Silvia Lorca. “A veces, si crece el río, el encargado da la vuelta por Bubalcó. Nosotros hacemos seguimiento de la asistencia de todos y es un esfuerzo compartido. Las familias se comprometen, avisan si pasa algo. Coincidimos en que a los chicos lo que más les conviene es estar en la escuela”.


Los de antes, los de siempre


En Roca, unos días después, Aurelio Vázquez atiende el teléfono. Trabajó 15 años allí y vive el centenario con emoción. “Es la escuela de muchas personas”, dice. Su memoria hilvana hechos y recuerda que fue la comunidad educativa la que luchó y logró que llegara el agua potable. Primero para la escuela, después a algunas las casas. “Para el que tiene agua puede ser algo menor, pero para el que no, es todo”.

Los chicos pintan, escriben, investigan. El centenario es una excusa para volver a preguntar y contar.

La Escuela 68 fue la primera de jornada extendida en el Alto Valle y la segunda en toda la provincia y Aurelio lo cuenta con el pecho inflado. “Cuando comenzamos recuerdo que nos pedían que pongamos talleres de huerta, pero dijimos que no. ¡Si los chicos ya sabían eso desde el vientre! Lo que necesitaban era teatro, música, la posibilidad de lo otro. Y cuando se la dimos, fue maravilloso”.

Habla con felicidad de sus alumnos, de los que llegaron a la universidad, y de los que fueron grandes trabajadores. “Lo más gratificante es intentar formar buenas personas. A partir de ahí, todo lo demás se puede construir. Aunque a veces, claro, faltan los recursos y lamentablemente no pueden acceder a otros niveles. Pero, sacando eso, tienen todo para hacerlo”.

En Guerrico, los ex-alumnos no se van, o se van, pero vuelven. Como Susana Garrido y Carlos su hermano. Ella es portera y auxiliar, y también fueron estudiaron allí. Susana recuerda salir en medio de las heladas con sus hermanos, caminar dos kilómetros hasta la escuela, y sumar compañeros en cada tranquera. «Nos íbamos pasando a buscar, no teníamos miedo porque no había riesgo, nos conocíamos todos». Él agrega que llevaban sus palos de leña para hacer fuego al llegar. Son parte de esa memoria viva que camina los pasillos como si fueran de tierra.

Susana y Carlos, exalumnos y hoy trabajadores de la escuela, son parte viva de una historia.

“Acá los chicos son muy buenos”, dice Carlos, pero la emoción le corta el relato. “Es muy lindo trabajar acá. Llego a las siete, y de a poco, se va sumando la gente. Compañeros, alumnos, familias”, cuenta y parece que la escena vuelve a su infancia, donde de a poco, todos se suman para compartir al andar.


Los de ahora, en las aulas


Hoy los chicos llegan y lo primero que reciben es el desayuno. “Algunos salen muy temprano porque viven a cinco o seis kilómetros. El transporte escolar los recoge, pero salen con el sol apenas asomando”, cuenta Salto. Actualmente la matrícula de la escuela está compuesta de 108 estudiantes de Educación Primaria y 30 estudiantes de Educación Inicial.

Tienen talleres de inglés, de lengua y matemática, de técnicas de estudio a través de la tecnología. Tenemos una sala de informática completa. El celular lo manejan como quieren, pero también necesitan aprender a usar la computadora”, explica.

Estela y Mónica arrancaron temprano con las verduras, pelando, cortando, cuidando el punto de cocción.

En la cocina, a media mañana, huele a pollo dorado al horno. Estela y Mónica arrancaron temprano con las verduras, pelando, cortando, cuidando el punto de cocción. «Hace diez años que trabajo acá y me encanta. Coincidir en estar acá por los cien años, en un momento donde también estoy cerca de dejar de trabajar, es algo que emociona», dice y queda claro que su comedor también es parte de esa educación que no se mide en boletines.

Mónica Maggi, docente desde 2006, dice que ella también fue a una escuela rural. “Cuando me recibí, quise volver a ese contexto. No es ni mejor ni peor, es otro mundo. Acá damos lo mejor cada día. Las familias están atentas, hay mucho cariño. Para muchos chicos, la escuela es el único contacto con el afuera y hay que estar a la altura, dejar todo de nosotros”.

Dice que la palabra “comunidad educativa” en Guerrico tiene otro peso. “Es real, es una red. Junto con la sala, somos sostén y contención. Los papás, nos llaman cuando tienen algún problema, acompañamos. Los preparamos para avanzar, porque no queremos que el paso al secundario sea un trauma. Queremos que puedan desplegarse, con confianza”.

“Averiguamos cómo era todo antes. Nos contaron muchas historias”, dicen los chicos sobre el centenario.

En un pasillo, los chicos pintan con temperas. Comparten los materiales, se ríen tímidos ante la cámara. Lucas, el más charlatán, cuenta que durante el año trabajaron en los cien años, hicieron entrevistas a ex-alumnos, escribieron cuentos, curiosidades. “Averiguamos cómo era todo antes. Nos contaron muchas historias”.

Cuando se les pregunta si viven cerca, uno responde: “No, yo vengo de Allen”. Sus padres fueron alumnos de esta escuela, y aunque haya que recorrer kilómetros, decidieron que su hijo crezca allí. Porque esa escuela les dejó algo que el GPS no mide: pertenencia.

En la sala de computación Romina muestra todo el material que tienen para trabajar. Afuera, el dibujante y muralista Chelo Candia, trabaja en un mural por los cien años, que estará listo para el 17. Los que quieran asistir al acto, deberá ir el domingo a las 11 de la mañana a la escuela de Guerrico. “Habrá un acto, tomaremos un chocolate caliente, y como en todos los cumpleaños, se cortará una torta”, dice el director.

Las paredes anchas, pintadas de blanco satinado y esos pisos de granito gris guardan los pasos de generaciones enteras. En Guerrico no hay plaza ni municipio, pero hay algo mejor: una escuela de cien años donde familias enteras, encontraron un lugar para ser y compartir.


El edificio escolar, inaugurado en 1951, fue testigo del paso de generaciones enteras. Fotos y videos: Juan Thomes.

Llovió y los caminos rurales de Guerrico están un poco empantanados. El auto avanza despacio, esquiva pozos y charcos. Al pasar frente a una construcción en ruinas, Enrique, un ex alumno, señala con el dedo a una construcción en ruinas y dice que la escuela en sus inicios funcionaba en esa casa, cedida por una familia. Cruzan la ruta y se detienen frente a la Escuela 68. Al abrir la puerta del vehículo, un canto de pájaros los recibe al unísono, como si supieran que se viene una fiesta.

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