El alma de Cerro Policía: 90 años de resistencia escolar y comunitaria
La escuela N° 193 de Cerro Policía el 9 de septiembre cumple 90 años. En un pueblo de 150 habitantes, en medio de la meseta rionegrina, donde la nieve cubre todo en invierno y el viento patagónico se siente, preparan una fiesta.

En Cerro Policía hay dinosaurios hechos piedra, viento patagónico y nieve que lo cubre todo en invierno. Esa pequeña comunidad, de menos de 150 habitantes, persiste en un paraje remoto donde suena el folclore y el asado de cordero o chivo es el banquete principal de cada fiesta. En este rincón del mundo, hay una escuela que desafía el paso del tiempo, las distancias y el éxodo de familias que migran del campo a la ciudad. Está por cumplir 90 años y, dejó su huella, por eso, cada uno de sus miembros piensa cómo celebrarlo.
Karina García es la directora. Como en muchos días del mes, hace 140 kilómetros para ir a la ciudad de General Roca por un camino deteriorado en el tramo de los 50 km de ripio. Debe hacer algunos trámites en la ciudad, porque la escuela depende de la Supervisión IV de Mainque, con la supervisora Claudia Morales y su equipo técnico. En su paso por Roca Karina para a invitar a la organización del cumpleaños de su escuela, y a dar un paseo por su historia.
En una charla pausada, Karina explica que la escuela se encuentra en la localidad de Cerro Policía desde 1935, aunque no siempre estuvo en el mismo lugar. “Antes, la escuela era ambulante. Se trasladaba según las necesidades del momento”, dice mientras recuerda los orígenes de la institución. “José Sabino Rojas, el maestro que la fundó, era un hombre que llegó en mula desde Mendoza, sin título, pero con una enorme vocación. Él deambulaba por los parajes enseñando lo que podía. Así llegó hasta aquí.”
José Sabino Rojas es conocido como “El Sembrador” de escuelas y alfabetos. Llegó a Cipolletti en 1910 y, tras aprender a escribir, empezó a enseñar en la región con lo que tenía: un bayo y mula para transportar su material. Aunque carecía de título, en tiempos de escasez de maestros, era permitido que enseñara en cursos primarios. Así, llegó hasta Cerro Policía.

El primer hogar de la escuela fue un galpón cedido por la familia Vilches, y más tarde, a tan solo 800 metros de allí, se construyó un edificio de adobe que levantaron, con mucho esfuerzo, entre el maestro y los pobladores. Con el tiempo, Rafael Olmedo asumió como el primer director titulado y la escuela fue tomando la forma que tiene hoy.
La historia se hace más tangible cuando Karina relata como funcionaban antes las escuelas rurales: “En 1965 se inauguró el edificio nuevo, Rafael quedó como director. Su mujer, Ester Valenzuela, fue la primera portera. Ella trabajó durante diez años de forma gratuita, cocinaba para más de 80 chicos». El albergue se creó en 1976 con 42 chicos, el director Leyes y la primera portera fue Ana María Tardugno.
En 1995 se creó el anexo de nivel inicial, y con ello continuó creciendo y adaptándose a las nuevas demandas de la comunidad. “Marcelo Gómez fue el primer maestro del nivel inicial”, recuerda Karina, y hace una pausa para reflexionar sobre el compromiso de aquellos que fueron parte de esta historia.
A punto de cumplir 90 años, la escuela se prepara para una fiesta especial, aunque se celebrará en noviembre, ya que en septiembre el clima puede ser traicionero. “En esta época aún puede nevar, y si llueve mucho o hay nieve, se complica entrar o salir del pueblo, porque los caminos se anegan”, explica la directora con una sonrisa resignada.
Actualmente, alberga a 24 niños en la primaria, 4 en nivel inicial, 17 en la Escuela Secundaria Rural Nocturna (ESRN), y unos 5 en el Centro Educativo para Jóvenes y Adultos (CEPJA), Adultos primaria. Sin embargo, la matrícula ha ido decayendo. “Son todos chicos del pueblo, quedan pocos crianceros. La sequía afectó mucho la actividad en el campo, y la llegada del puma es un golpe fuerte para la producción ganadera”, lamenta Karina.

Hoy, cuentan con tres secciones: el primer ciclo, que va de primero a tercero; el segundo ciclo, que incluye hasta quinto; y el tercer ciclo, que abarca sexto y séptimo. Tienen tres ,maestros especiales de plástica, educación física y música y desde cuarto grado también tienen inglés. El albergue se cerró por falta de niños, pero hoy alberga a la secundaria y la escuela de adultos. Los chicos desayunan, almuerzan y meriendan en la escuela, que cierra sus puertas a las 16.
Cargado de cultura
El acto de los 90 años promete ser una fiesta. “Habrá destrezas criollas, músicos locales, que son parte de la tradición del lugar. Las familias aquí son muy unidas, y muchos de ellos son músicos. Están Los Criollitos del Sur, Los Rancheros del Sur, Nuevo Siglo y varios más. Todos tocan folclore”, dice Karina.
Y, como en toda fiesta que se respete, a la noche habrá un “bailongo”, porque en Cerro Policía, donde la vida es tranquila y las actividades escasas, esos momentos de encuentro se viven con intensidad. “Son esperados por todos, porque es lindo para la comunidad”, agrega.
Para la directora, la identidad local está muy arraigada en los hábitos y costumbres de la gente. “Aquí, la gente se junta a hacer fiestas, carreras de caballos, a tocar música. Les gusta el asado de cordero y chivito, y lo que más disfrutan es ir a los campos a hacer las marcaciones. Este es un lugar muy tranquilo, con familias unidas y solidarias”, explica.
Los que pasaron por aquel edificio, para aprender a leer y escribir siempre quedan conectados a la institución. También los que trabajaron toda su vida para que todo funcione bien. Tal es el caso de Susana Quiroga y Félix Achare, los dos fueron porteros de la escuela y se jubilaron allí después de más de 30 años de servicio. Y aunque están en un tiempo de merecido descanso, nunca se fueron del todo. «Siempre están colaborando con cosas, Susana hace tortas para la escuela, Félix a veces viene a arreglar algo», dice la directora.

Para el aniversario, también van a hacer la muestra anual, con los trabajos que hacen en los talleres. Tienen alfabetización y un proyecto nuevo que llamaron Tejiendo Redes, que tiene que ver con las conexiones con la sociedad, el eje de salud, el centro de salud, las enfermera que le hacen peso, talla, enfermedades, la Educación Sexual Integral (ESI), las nutricionistas del Consejo y la comisión de Fomento, iglesias y demás instituciones.
Y en segundo trimestre van a trabajar el proyecto La Tierra en mis Manos donde se trabajaran los 90 años, relacionándolo con lo socio comunitario, con participación de los artesano del pueblo Olga Mariqueo telar mapuche y José Vilches, trabajo con arcilla.
En este pueblo remoto de Río Negro, donde los dinosaurios petrificados son testigos mudos de una era pasada, la historia sigue viva, tanto en la tierra como en las manos de los que construyen día a día la historia de la escuela. A través de la mirada de Sebastián Apesteguía, paleontólogo y experto en los fósiles, los niños también tienen acceso a una ventana al pasado, aprendiendo sobre los hallazgos que han puesto a Cerro Policía en el mapa de la paleontología.
Los niños de la escuela se mantienen conectados con la naturaleza y su entorno. Karina asegura que son chicos sanos, respetuosos, sin problemas de agresividad o adicciones. “Tienen la ventaja de poder jugar libremente en la calle. Dejan la bicicleta tirada y nadie les toca nada, van a la plaza y se juntan todos, grandes y chicos”, cuenta.
La vida en Cerro Policía, para muchos, es una elección, pero para otros es una necesidad. “Cuando terminan de estudiar, la mayoría se va. Los pocos que se quedan, lo único que pueden hacer es trabajar en el campo: sacar yuyos, esquilar, carnear, vacunar y cuidar animales”, relata la directora.
A pesar de la adversidad, Karina ve en todo esto una parte fundamental de la identidad del lugar. “Aquí, todo lo que se come viene de la tierra. Es sano. Es un pueblo unido. Vivir acá no es bueno, ni malo, simplemente es parte de lo que somos”, concluye.

En Cerro Policía hay dinosaurios hechos piedra, viento patagónico y nieve que lo cubre todo en invierno. Esa pequeña comunidad, de menos de 150 habitantes, persiste en un paraje remoto donde suena el folclore y el asado de cordero o chivo es el banquete principal de cada fiesta. En este rincón del mundo, hay una escuela que desafía el paso del tiempo, las distancias y el éxodo de familias que migran del campo a la ciudad. Está por cumplir 90 años y, dejó su huella, por eso, cada uno de sus miembros piensa cómo celebrarlo.
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