El Bolsón: la odisea de un turista perdido en la nieve y el épico rescate de tres vecinos con linternas y largavista

El entrerriano Héctor Barrios se perdió durante la nevada en el cerro Piltriquitrón en la tarde del viernes 22. Caminó 11 horas, se cayó en una cascada, se golpeó contra árboles y rocas. Agotado, se acostó en el monte a esperar que amaneciera. Los tres vecinos que salieron a buscarlo a las 1.15 a.m. lo hallaron más de tres horas después gracias a un destello a 5 km que detectaron con el largavista: era el celular del turista, al que le quedaba 2% de batería. Recomendaciones para una experiencia segura en la montaña.

Ahora que la Inteligencia Artificial lo describe como el turista de Buenos Aires que se perdió en El Bolsón y en los comentarios en Facebook de sitios de la Patagonia lee que lo tratan de porteño que se mete donde no debe y mejor que aprenda la lección así no vuelve a movilizar a los rescatistas, Héctor Barrios aclara primero que es un entrerriano de Gualeguaychú que se fue a vivir a Tigre, al norte del conurbano bonaerense. Y, después, dice que no desobedeció ninguna orden y que se perdió cuando la nevada que cayó en la tarde del viernes 22 de agosto lo sorprendió en el imponente cerro Piltriquitrón (colgado de las nubes en la voz mapuche), ícono de la Comarca Andina, con sus 2.260 metros y su aura energética al suroeste de Río Negro, en ese paraíso al pie de las montañas a 120 km de Bariloche por la Ruta 40.

La del Piltri, como le dicen, es una travesía de exigencia media-baja hasta los últimos empinados 400 metros, que pueden transformarse en una experiencia solo para montañistas avanzados bien equipados cuando el viento se hace sentir, las nubes bajan y caen copos blancos entre las piedras sueltas. Y si el viento sopla con furia y nieva fuerte como le pasó a Héctor más abajo, también puede ser peligroso. Estaba abrigado con tres pantalones y tres remeras térmicas debajo del buzo y la campera con capucha, pero solo en la montaña y sin saber cómo orientarse.

A salvo. A Héctor (de capucha) lo encontraron a las 5 a.m. tres vecinos de El Bolsón apasionados por el montañismo: Donato John (a su derecha), Alfonso Guasco y Unai John (a su izquierda).

 -Menos mal que tengo estado -cuenta ya de regreso en su casa, aún dolorido. De 48 años, le dicen Gringo, es técnico en refrigeración, ex futbolista del ascenso con pasado en Colegiales entre otros clubes y hoy fanático del kayak y la bici: se enorgullece de pedalear hasta 80 km en una salida. Había llegado a El Bolsón para cuidar la cabaña de una amiga, recorrer el río Azul, el circuito rural de Mallín Ahogado y todas esas maravillas de la Patagonia y de paso arreglarle la heladera. Estuvo en el verano, se enamoró de ese rincón de la Cordillera, volvió. Tenía un pendiente: subir el Piltriquitrón. Y otro: había visto la nieve pero nunca nevar. El último día del viaje haría las dos cosas, pero le costó caro y pudo haber sido aún peor.

-Tuve suerte, era como una película de terror -dice y cuenta que ese viernes a las 14:25 se anotó en el registro del refugio del cerro mientras unos diez turistas comían pizza, que caminó a la izquierda unos 45 minutos hacia el mirador, que salió un poco después que una parejita y la pasó, que disfrutó de la panorámica y que volvió sobre sus pasos para retomar a la derecha rumbo a la cumbre. Que se cruzó con un joven turista que regresaba y le dijo: “Con las zapatillas me resbalo, vos con las botas podés un poco más”. Y que siguió y se cruzó con un refugiero (lo llama guía) que también volvía que le dijo que con equipo de montaña podría seguir, pero que lo recomendable era que no, que estaba peligroso, que a lo sumo hiciera unos metros más y regresara, que más arriba el viento lo iba a tirar. Que hizo eso, que volvió, que calcula que serían cerca de las cinco de la tarde cuando se desató la tormenta de nieve y que sus huellas quedaron tapadas, que lo único que veía era un monte blanco. Que siguió bajando y detectó un punto verde en una roca alta y después otro y otro y supuso que debía seguirlos. No sabía que había elegido el rumbo opuesto al que debía, que así iría hacia Cuesta del Ternero en vez de al pueblo

Monte blanco. El momento en que se desató la nevada Héctor filmó un video. Minutos después perdería las referencias.

-Ese fue mi problema. Que de repente nevó con todo y me perdí -dice. Las diez horas que siguieron fueron un infierno bajo cero con un par de toques milagrosos. El primero, cuando pudo tranquilizarse una media hora después del susto inicial que se siente en el estómago, es que vio un claro más arriba, unas rocas iluminadas por un rayo de sol. Se acercó cómo pudo hasta ahí: daba cinco pasos y retrocedía seis. Y cuando al fin llegó justo ahí se le encendió el celular, que tenía en el bolsillo de la campera y no sabía que se le había apagado, pensó que debía ser por el frío extremo.

-Le mandé mensajes a todo el mundo avisando que estaba perdido -dice. Una amiga lo llamó al instante.

-No digas nada, nada más decime qué ves -le pidió. Desde esa posición le contó que abajo a lo lejos veía una laguna y una casa, un dato que resultaría providencial. Fue la única llamada que le entró de las 300 perdidas que encontraría después y vuelve a asombrarse cuando recuerda que le contaron que ese claro del rayo de sol era uno de los pocos lugares donde podía tener señal, otro dato que resultaría clave para encontrarlo.

El refugio de montaña del cerro Piltriquitrón. Archivo

Su amiga le avisó a su hija, que contactó a la Policía. Una comisión llegó hasta la casa donde se alojaba y se llevó una remera y una gorra para que olfatearan los perros que lo rastrearían: ya había oscurecido y el horario de partida de la búsqueda a la que se sumarían bomberos y gendarmes se fijaría para las 6 a.m. del sábado. Esa misma tarde habían salido a buscarlo montañistas, sin suerte.

A esa altura Héctor ya estaba en otro lado, más abajo: había seguido las marcas verdes en las rocas hasta que desaparecieron en el blanco espeso y cuando escuchó el rumor de un arroyo que no veía decidió bajar siempre cerca de ese sonido, pensó que debía conducirlo a algún lado con gente: parecía ir en dirección a la laguna y la casa.

Después encontró un alambrado y el ritmo fue más rápido, pero se resbalaba fácil en la pendiente y calcula que se debe haber caído unas treinta veces, en algunos casos de más de tres metros, porque pisaba nieve floja y se iba, pero agradece no haber dado contra el filo de una roca, una rama puntiaguda o el tronco de los árboles caídos, aunque sí se cayó en una cascada y se empapó hasta las rodillas. Le llamaba la atención no ver animales, excepto dos liebres que se refugiaban de la nieve al principio y una vaca que asustó para estar seguro de que no era una alucinación después.

El Piltriquitrón, uno de los cerros más emblemáticos de El Bolsón. Foto: gentileza

La noche estaba estrellada y ya veía mejor el panorama. Pero eso no evitó la última caída y el golpe en la rodilla que lo paralizó de dolor. Decidió parar en ese monte, sacarse las botas y las medias mojadas, poner los pies entumecidos entre hojas secas que acomodó en la mochila para calentarse. Ya había comido las dos mandarinas, la banana y una de las dos naranjas que tenía. Entonces comió la que le quedaba, guardó las cáscaras por si necesitaba masticar algo más adelante, se tapó como pudo con la campera y la bufanda y se acostó sobre pasturas secas. Antes probó mover la rodilla como cuando jugaba al fútbol y comprobó que pese a que le dolía no parecía ser una lesión. Eso lo tranquilizó.

-Quería dormir un poco hasta que amaneciera. Pensaba en mis nietos. En el que conozco y en el que todavía no -dice.


Montañistas al rescate

Ese viernes Donato John había estado en Bariloche. Comerciante de 49 años, montañista y esquiador había regresado tarde a su casa en El Bolsón y pasada la medianoche se enteró por las redes sociales que un hombre se había perdido en el cerro Piltriquitrón. Se fue a dormir con la idea de sumarse a dar una mano en el operativo de búsqueda a la mañana. Entonces le entró un mensaje de su amigo el ingeniero agrónomo Alfonso Guasco, de 41 años, otro apasionado por la montaña.

-¿Te enteraste? -le preguntó.

-Sí! Mañana vamos temprano! -respondió. Trató de conciliar el sueño pero no pudo. Minutos después le escribió a Alfonso.

-¿Vamos ahora? Si tiene una linterna o con la luz del celular de noche lo podemos ubicar más fácil -le propuso.

-¡Vamos! -le contestó al instante su amigo. Donato despertó a su hijo Unai, de 16 años pero ya con experiencia en la montaña. Buscaron las linternas más potentes y se prepararon para subir a la camioneta.

No nos olvidemos el largavista -dijo Unai. A la 1.15 a.m. salieron para pasar por la casa de Alfonso. Ya sabían que había visto la laguna y la casa y el dato de dónde tuvo señal en el cerro sumó otro indicio: todas las pistas conducían a Cuesta del Ternero. El termómetro de la camioneta marcaba dos grados. Caían copos aislados.

En la zona donde calcularon que podía estar el turista perdido hicieron señas con las linternas a intervalos desde puntos altos del camino para tener una visión panorámica. Prendieron y apagaron durante una hora sin resultados, ninguna devolución en el horizonte. 

De pronto, mientras Alfonso y Unai hacían luces Donato barría el monte con el largavista cuando detectó a cinco kilómetros en línea recta un destello en el bosque. Era una luz tenue, como celestita, recuerda.

-No lo van a creer: ¡Ahí está! -exclamó. 

-Nooo. ¿Dónde? -le preguntaron sus compañeros de rescate. Les marcó el lugar pero era imposible verlo sin el largavista. Se los pasó: ahí estaba la lucecita: no sabían que a Héctor le quedaba 2% de batería en el celular, que invirtió en devolver las señales, el otro toque milagroso.

No perdieron tiempo y caminaron en dirección hacia la zona del destello para ubicar el punto exacto. Avanzaron un rato, hacían señas de luces y le gritaban, pero nada otra vez. Hasta que hicieron un tramo más y ahí sí contestó sus gritos. Era difícil escucharlo, por el rumor del río que los separaba, pero fue suficiente como para saber que estaba desesperado.

Último tramo hasta el lugar donde rescataron a Héctor.

-¡No te muevas! ¡En una hora y media estamos con vos! -fue el último grito que escuchó Héctor. Le había vuelto el alma al cuerpo, aunque le llamaba la atención que fuera necesario tanto tiempo más, si estaban cerquita. Es que no sabía que los tres vecinos de El Bolsón debían volver sobre sus pasos, cruzar el río por un puente, dar la vuelta, dejar la camioneta y caminar una hora más para llegar hasta él. Cuando al fin eso sucedió, lo encontraron cansado y tan dolorido como agradecido.

-¿Son policías? -les preguntó Héctor.

-No, no, vivimos en El Bolsón. Vimos la noticia y salimos a buscarte. Íbamos a venir a la mañana, pero nos arrepentimos y salimos de madrugada -le dijeron. Héctor volvió a agradecerles y después charlaron unos minutos sobre el Piltri, el monte, el arroyo, el golpe que se dio al final. Se sobresaltó cuando le contaron que el puma suele merodear por ahí, que la semana anterior le había matado ovejas a un vecino. 

Héctor Barrios en la comisaría, ya más tranquilo.

Eran cerca de las cinco de la madrugada cuando  lo llevaron a la comisaría: le tomaron declaración y lo llevaron al hospital para que lo revisaran: estaba bien. La odisea había terminado


Las recomendaciones de los refugieros del cerro Piltriquitrón

Ante la consulta de Diario Río Negro por el caso del turista que se perdió, los refugieros del cerro Piltriquitrón compartieron este panorama y estas recomendaciones básicas:

“En los últimos años, con el crecimiento de los refugios de montaña en la comarca y en distintas regiones del país, el senderismo y el trekking se han convertido en actividades cada vez más populares. Hoy, son casi un requisito básico para acceder a muchos de los paisajes más deseados. Este fenómeno trajo consigo una nueva modalidad de turismo y un gran impulso económico en numerosas localidades, especialmente en el sur argentino.

En este marco, nos parece fundamental destacar que el trekking y el montañismo son actividades deportivas. Y, como toda práctica deportiva, implican riesgos, preparación, conocimientos y equipamiento técnico específico, según el nivel que cada persona aspire alcanzar. Pero no se trata solo de técnica: también hay detrás una filosofía que reúne valores esenciales como el compañerismo, la autosuficiencia y el respeto por el medio ambiente.

Nuestro trabajo como refugieros es, por un lado, promover esos valores y, por otro, acompañar a quienes recién comienzan, ayudando a reducir peligros, evitar accidentes, cuidar el ecosistema y, al mismo tiempo, acercar más personas a la actividad que amamos. En la montaña, cada uno es responsable de sus actos —para bien y para mal—, pero nuestra tarea es achicar la brecha y hacer que la experiencia sea lo más segura posible.

No se trata de buscar culpables. Sabemos que hay muchos factores técnicos que, con el aviso adecuado a los caminantes, podrían disminuir aún más la posibilidad de accidentes o extravíos. Por eso, compartimos algunas recomendaciones básicas:

1. Seguir las indicaciones. Registrarse siempre y escuchar las recomendaciones de los refugieros, tanto sobre el estado del sendero como sobre el horario de subida. No podemos prohibir el acceso a la montaña -las tierras son fiscales y no tenemos autoridad para negarlo-, pero sí podemos orientar y aconsejar.

2. Equipo adecuado. El equipo varía según la estación y el objetivo, pero lo mínimo indispensable incluye: buen calzado, abrigo de calidad (y una muda extra), protector solar y lentes de sol.

3. Orientación. Si no conocés el sendero o hay baja visibilidad, es elemental:

Consultar en el refugio por la señalización y senderos habilitados.

Llevar un celular con carga y una aplicación de navegación que funcione sin internet (ej.: Gaia, Wikiloc). Son gratuitas y muestran la ubicación en tiempo real sobre un mapa digital.

4. Sustento vital. Llevar agua (fría y caliente) y una comida de reserva. Normalmente no pasa nada, pero en caso de pasar una noche imprevista en la montaña, estos elementos pueden marcar la diferencia.

Existen otros recursos valiosos -como brújula, botiquín, bastones o mapa en papel-, pero creemos que cumplir con estos cuatro puntos básicos ya representa un gran avance en seguridad para el público general.


Las experiencias del montañista que lo rescató 

Donato John comparte aquí sus recomendaciones basadas en su largo camino de montañista: “Sin hablar de este caso en particular, lo que recomendaría es usar el sentido común: uno tiene que conocer sus limitaciones: estado físico, edad. Llevar vestimenta adecuada, estudiar dificultad y altura del terreno, tener una vista previa del recorrido en mapas, ubicar puntos de referencia.

En montaña tomar puntos de referencia altos, mientras caminamos para que no desaparezcan en  el ascenso. Si la salida es en invierno, calcular la llegada a refugio o abajo, dos horas antes de que oscurezca, teniendo en cuenta que los días son muy cortos y el clima puede cambiar drásticamente de un momento a otro, sobre todo en alta montaña.

Después, teléfono con buena carga y algún programa con GPS satelital. Que te permite saber tu ubicación real en el momento.

Elementos a llevar sí o sí: una buena linterna, que te puede permitir hacer señales, buen abrigo y calzado adecuado al terreno. En este caso de Hector, si bien nosotros estuvimos con él, no indagamos mucho en que lo hizo desviarse, pero escuchamos que se largó a nevar fuerte y eso le hizo perder la huella y bajó hacia el lado Este del cerro, lado contrario al pueblo.  


Ahora que la Inteligencia Artificial lo describe como el turista de Buenos Aires que se perdió en El Bolsón y en los comentarios en Facebook de sitios de la Patagonia lee que lo tratan de porteño que se mete donde no debe y mejor que aprenda la lección así no vuelve a movilizar a los rescatistas, Héctor Barrios aclara primero que es un entrerriano de Gualeguaychú que se fue a vivir a Tigre, al norte del conurbano bonaerense. Y, después, dice que no desobedeció ninguna orden y que se perdió cuando la nevada que cayó en la tarde del viernes 22 de agosto lo sorprendió en el imponente cerro Piltriquitrón (colgado de las nubes en la voz mapuche), ícono de la Comarca Andina, con sus 2.260 metros y su aura energética al suroeste de Río Negro, en ese paraíso al pie de las montañas a 120 km de Bariloche por la Ruta 40.

Registrate gratis

Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento

Suscribite por $1500 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora